Año: 7, Diciembre 1965 No. 115
Problema monetario
Manuel F. Ayau
Existe controversia entre las autoridades monetarias del mundo sobre el actual sistema internacional de pagos y transferencias monetarias, sosteniendo sus defensores que, mal que bien, ha funcionado por muchos años. La realidad es que no se puede comparar con la forma en que hubiese funcionado otro sistema y, por lo tanto, no se puede decir con certeza si el progreso ha sido a pesar del sistema o a causa del sistema. El hecho es que, en cuanto a ser un factor contribuyente para destruir el nacionalismo económico, las inflaciones, los problemas de balanza de pago en el mundo, y las restricciones al comercio y el cambio internacional de moneda, podemos decir que ha sido un fracaso absoluto, juzgando por los hechos históricos y la situación actual del mundo. En los últimos diez años, las monedas se han devaluado en poder adquisitivo, por ejemplo, el marco alemán 19%, el franco francés 36%, la libra esterlina 26%, la lira 29%, y algunas en la América del Sur, 92-95%.
Sobre lo que no hay controversia es acerca de lo inadecuado del sistema para el futuro.
Multitud de planes
Una de las maneras más seguras para hacerse famoso hoy día en las altas esferas económicas es discurrir algún «plan» para solucionar la falta de divisas de todos los países, que, en terminología de moda, se llama la falta de liquidez internacional.
Existe el plan Triffin, el plan Roosa, el plan CRU y otros artificios que se discuten en serio. Todos los países quieren tener una balanza de pagos favorable; quieren tener en sus relaciones con los países del dólar o la libra esterlina, un saldo positivo a su favor; no un balance. Obvio es que, para que todos los países tengan esa posición, tanto los Estados Unidos como Inglaterra deben mantener una balanza de pagos desfavorable, ya que, de lo contrario, sería imposible que los dólares o las libras esterlinas fueran aumentando las reservas de los demás países continuamente. Es de suponer que ni Inglaterra, ni los Estados Unidos estarían de acuerdo en continuar indefinidamente con una balanza de pagos desfavorable. Es sencillamente imposible que todos los países tengan una balanza de pagos favorable, ya que, para que la balanza sea favorable a unos, otros necesaria y obligatoriamente tendrán que tenerla desfavorable.
Nacionalismo económico
Existe otro problema para todos estos planes sintéticos de moneda internacional, cual es el Nacionalismo Económico. Por ejemplo, el General de Gaulle cree que es su deber patriótico no tener tantas reservas en dólares, los cuales están sujetos a los manejos políticos del partido que esté en el poder en EE.UU., poniendo así en peligro las reservas de Francia. Lo mismo se aplica, por supuesto, a cualquier otro país cuyas reservas estén en parte basadas en el dólar.
A través de las propuestas hoy día en consideración, es imposible lograr que funcione una moneda internacional en tanto los países no estén dispuestos a entregar gran parte de su soberanía. Mientras el dinero siga siendo un importante instrumento político en cada país individual, ningún banco internacional o moneda internacional podrá funcionar por no contar con el poder coercitivo de imponer sanciones lo suficientemente fuertes para que los gobiernos no jueguen con la moneda. Para lograrlo, los países tendrían que prescindir de su soberanía a tal grado que, por el momento, es totalmente improbable que ello ocurra.
El origen del problema
Los problemas de balanza de pagos no existirían si los gobiernos se abstuvieran de interferir en la fijación de paridades oficiales. Ningún gobierno, como ninguna autoridad monetaria, puede encontrarse en un momento determinado con todos los conocimientos necesarios para modificar la paridad de su moneda, en relación al poder adquisitivo de las monedas bases. Por ejemplo, si en Guatemala hay mayor o menor inflación que en Estados Unidos, en un mercado libre do divisas, las discrepancias del poder adquisitivo se reflejarían inmediatamente en la paridad de la moneda, y ello permitiría a los países saber cuál es exactamente su situación y adoptar las medidas correctivas del caso si desearan hacerlo. Si no desean adoptar medidas correctivas, la moneda del país que infla más rápido iría en una devaluación gradual y progresiva, dependiendo de la velocidad de la inflación. Si la inflación es lenta, los cambios en la paridad serían mínimos e inducirían a tomar medidas correctivas. Si la velocidad de inflación del país fuese menor que la de Estados Unidos, el valor de su moneda en relación al dólar iría en aumento.
Lo que ocurre, sin embargo, es que cuando un país, por razones políticas, permite una inflación más rápida que la de otros países, pero no se permite que esta diferencia en poder adquisitivo se refleje en la paridad, entonces acontece que la moneda extranjera se vende a una paridad artificial, más barata de lo que en otras circunstancias sería; la importación aumenta sencillamente porque la moneda extranjera, en el exterior, compra mayor número de bienes que la moneda local dentro del país. Resulta una ganga comprar moneda extranjera, y las importaciones son así aumentadas por encima de las exportaciones porque lo producido dentro del país con inflación más rápida y con una paridad fija se convierte automáticamente en productos más caros que los del exterior.
Cuando las paridades son fijadas a niveles no realistas, necesaria y obligadamente tiene que venir un desbalance en las cuentas de pagos, que después causa pánico en las autoridades, al grado de imponer controles de cambio y otros paliativos que sólo agravan la situación de todos sin corregir la causa del mal. Eventualmente ocurre una devaluación oficial y sustancial.
Sin las paridades impuestas artificialmente, nunca puede ocurrir en un país un desequilibrio sostenido y a largo plazo en sus pagos. Por lo tanto, es un problema creado, absolutamente artificial, derivado de la intervención estatal en asuntos lejos de su competencia.
El problema del oro
Es muy curioso que, a pesar del emocionalismo con que se habla del oro, especialmente dentro de los círculos que hoy día tienen influencia, todos ridiculizan el papel que el oro juega en el mundo. Pero, aún con todo el poder que tienen en sus manos, no han podido eliminar al oro como un factor importantísimo, como lo es el que sea el material que todos respetan como dinero; de hecho, una moneda internacional.
También es muy curioso que todos los planes contemplados por las autoridades monetarias presuponen, para poder funcionar, que el mercado del oro tiene que ser intervenido por los gobiernos. Ello es prueba que ninguno de los proponentes de diferentes soluciones tiene en realidad fe en sus propias propuestas. De tener fe en sus propuestas, no tendrían que establecer como requisito fundamental el establecimiento de leyes que conviertan en criminales a aquéllos que contratan o intercambian en oro. No tendrían nunca por qué temer a una cosa que ellos llaman mito, anacrónico, etc.
La solución
Por razones políticas, es factible predecir que una solución acorde con los principios democráticos y con una política monetaria sana no será adoptada en el futuro cercano.
Sencillamente el manejo de la moneda es un instrumento político demasiado valioso como para que los gobiernos se abstengan de utilizarlo.
No obstante, sí existe una solución que consiste en lo siguiente: 1) dejar que el mercado libre determine las paridades entre las monedas según su valor real, que no es otro que el valor del mercado; y 2) dejar el mercado del oro total y absolutamente libre (ya que no es ningún veneno), aunque el sistema monetario adoptado en el país tenga o no tenga relación con el metal.
Ello, desde luego, supone que los gobierno sean los que emiten el dinero y fiscalizan el de sistema bancario, actividades que sí son parte de la esfera y acción legítima gubernativa.
La libertad personal
«...El socialismo está acostumbrado a rechazar los argumentos a favor de la libertad, al declarar que en la sociedad capitalista sólo existe para los poseedores y que el proletario no es libre, supuesto que le es preciso trabajar para ganarse la vida. No puede desconocerse más burdamente la idea de libertad. El hombre debe trabajar si quiere satisfacer más necesidades que las de un animal errante y libre a través de montes y llanuras. Es una de las condiciones que la naturaleza ha impuesto a su vida. Que los poseedores puedan vivir sin trabajar es una ventaja que obtienen de la cooperación social del trabajo, sin perjudicar a nadie, sin dañar a los no poseedores. Porque la cooperación social procura también un beneficio a estos últimos al aumentar la productividad del trabajo. La comunidad socialista no podría dulcificar la dependencia de las condiciones naturales en que se halla el individuo sino mediante el aumento de la productividad del trabajo; si no lo logra, si provoca, al contrario, una disminución de la productividad, la comunidad socialista habrá hecho menos libre todavía al hombre frente a la naturaleza.» Ludwig von Mises