Año: 8, Agosto 1966 No. 131

Libertad y Progreso

Manuel F. Ayau

Es una verdad evidente, confirmada por la historia de todos los tiempos y especialmente la contemporánea, que todo atraso, crisis, o subdesarrollo de que padecen los pueblos se debe a una y sólo una causa: utilización antieconómica de recursos - de los recursos humanos, de los naturales y de los creados por el hombre.

En épocas recientes y, más aún, en el presente, debido a la maravillosa red de transportes mundiales, la movilidad de suficientes recursos en el mundo ha permitido y permitirá que aún países sin mayores recursos naturales prosperen admirablemente, tales como Suiza, Japón, Holanda, etc. y, en cambio, otros países con grandes recursos naturales como los de Latinoamérica, Africa y Asia, se quedan subdesarrollados. Ello viene a demostrar que el progreso no es patrimonio exclusivo de los países grandes y ricos en recursos naturales.

Se asevera arriba que la causa del atraso y subdesarrollo es una: la equivocada asignación y utilización de recursos. Conviene entonces conocer, a su vez, cuáles son las causas de tan trágico error, puesto que es evidente que es un error y no el resultado de la acción deliberada de todos los hombres que han tenido responsabilidad e influencia adentro y fuera de los gobiernos de todos los países subdesarrollados; es decir, de todos los países que han fracasado en elevar el nivel de vida de sus habitantes.

La causa de la equivocación en la asignación de recursos es la incomprensión de cómo funciona el mercado; es decir, el mecanismo de los precios y que, por lo tanto, la gente no se da cuenta de las terribles distorsiones y pérdidas que causa el interferir, a través del gobierno, con la estructura de precios. Una vez ha sido distorsionada la estructura de precios artificialmente por factores ajenos al mercado, los actos económicos de la sociedad entera estarán distorsionados y serán antieconómicos.

Para aclarar, un ejemplo bastará. Supongamos que va usted a construir una casa. Imaginémonos, además, que alguien le proporcionará cierta cantidad de recursos entre mano de obra y materiales hasta por un total de Q.10.000.00.

Los precios de los recursos de mano de obra y materiales que se le proporcionarán estarán alterados arbitrariamente, unos aumentados y otros disminuidos. Usted tendrá que tomar todas sus decisiones basado en los precios distorsionados. Una vez que usted haya gastado el total, de acuerdo con los precios verdaderos, se terminará la construcción.

¿Qué recursos y en qué proporción va usted a emplear?: ¿Va a hacer las paredes de bloc, ladrillo, cemento armado, o caoba? ¿Va a poner techo de teja, cemento o lámina? ¿Va a emplear máquinas para economizar mano de obra, o va a mezclar el concreto a ano? ¿Va a emplear azulejos o mármol? ¿De qué tamaño va a hacer la casa para que el capital proporcionado le permita terminarla, o bien no resulte el valor de la casa muy inferior al valor del total de recursos empleados?

Recuerde que los precios de los materiales van a estar distorsionados. Pues bien, es seguro que, cuando se termine el experimento y se le den a conocer los precios verdaderos, usted se dará cuenta que, de haber sabido los precios verdaderos, la proporción de cada recurso empleado hubiese sido diferente a la que utilizó; que hubiese empleado mayor proporción de recursos baratos y menor, de los recursos caros, en tal forma que el resultado del empleo de recursos tuviese mayor utilidad; es decir, mayor valor que la suma de los recursos empleados. La diferencia de valor entre la suma de todos los recursos empleados y el valor del producto final es el aumento de riqueza. Si la utilidad (el valor) de la casa es menor que el valor de los recursos empleados, usted ha perdido y su producción es antieconómica, su riqueza es menor, usted es más pobre.

Cuando en una sociedad «los datos» (precios) que se utilizan son falsos, no deberá sorprender que el producto total de todos sus actos sea antieconómico en la realidad, aunque la estadística demuestre lo contrario. Bajo tales circunstancias, como todos los datos económicos que forman la estadística son falsos, la estadística tampoco tiene ningún valor y, más bien, contribuye a decisiones aún más distorsionadas.

No corresponde aquí entrar a explicar cómo es que se llegan a establecer los precios. Baste aseverar, sin pretender justificar y fundamentar, que para que los precios sean lo más cercano posible a su natural punto de equilibrio, es requisito fundamental la máxima libertad compatible con la vida ordenada en sociedad. Es decir, la máxima garantía a la propiedad privada de los recursos y del fruto de los mismos, para que exista libertad de intercambiarlos, hacerlos producir, consumirlos y de proporcionar servicios (empleo del recurso humano), todo ello, en ausencia de coerción y privilegios. Siendo todo ello requisito indispensable para que los hombres cuenten con el medio (los precios) que les permitan actuar racionalmente, o sea para que puedan asignar lógicamente la utilización de los recursos accesibles, cualquier solución de progreso excluye al socialismo y a la economía dirigida.

Excluye a la economía dirigida porque cualquier dirección económica carecería de objeto si no conllevara la intención de coaccionar o inducir a los hombres a que actúen en forma diferente a la que actuaría libremente de acuerdo con sus propios planes y en ausencia de distorsiones a la estructura de precios. De hecho, el único instrumento con que cuenta un gobierno para inducir a las personas a actuar en forma diferente a la que escogerían libremente -aparte de la esclavitud- es a través de la distorsión de los precios, a través del sistema impositivo, de subsidios, precios topes, precios mínimos, leyes de fomento, etc.

Claro está que, para que exista una sociedad ordenada y próspera, es necesario el gobierno y, por lo tanto, los impuestos para financiarlo. Y nadie ha descubierto hasta hoy un sistema impositivo que no distorsione la estructura de precios. Pero hay sistemas de impuestos que la distorsionan mucho y sistemas que no. Por lo tanto, lo más que se puede aspirar es a que el sistema impositivo que se establezca, distorsione lo menos posible la estructura de precios. Lo más dañino que se puede hacer es lo que estamos haciendo cuando los sistemas impositivos están diseñados precisamente para distorsionar la economía. Es lo que han dado en llamar impuestos «económicos» y no sólo fiscales.

Las distorsiones existentes son inumerables y graves. Se derivan de una gran cantidad de legislación económica y fiscal que, si bien siempre ha existido, en los últimos años se ha aumentado en forma abrumadora. Padecemos de una gran cantidad de impuestos directos al consumo que son diferentes para cada producto. Padecemos de un arancel de aduanas cuyas tarifas cambian, según cada producto, en forma totalmente antojadiza. Establecemos impuestos que hacen imposible la instalación de industrias, y después, a través de las leyes de fomento, exoneramos a unas sí y a otras no, induciendo así la utilización errática y antieconómica de nuestros recursos de capital. Se establece como deducible cierta proporción de la reinversión en la industria, induciendo así a inversiones muchas veces antieconómicas, por el hecho de que, si esa misma inversión se fuese a invertir en otro campo, previamente sería gravada; se establecen impuestos progresivos con lo cual se reducen los rendimientos netos de esfuerzos adicionales; se establecen tasas fijas de interés, evitando así que los usos de mayor prioridad para el capital, desplacen a los usos menos económicos; se elevan impuestos de materias primas que se usan, tanto en la agricultura, como en la industria en forma disparatada, induciendo así a los productores a utilizar combinaciones antieconómicas de recursos. Se establecen salarios mínimos diferentes para diferentes actividades, basándose en el rendimiento que hoy producen tales actividades, sin reparar en que tal proceder anula las funciones sociales y económicas de los rendimientos diferentes.

Causa de las distorsiones

Conviene analizar ahora cuál es, a su vez, la causa de que estas distorsiones hayan ocurrido.

Las distorsiones surgen cuando prevalece el pragmatismo y se abandonan los principios de comprobado valor. El pragmatismo nace de la impaciencia; se llega a sacrificar el futuro a favor del presente y, cuando pronto, llegó el futuro, se improvisa de nuevo.

Surge así la general aceptación de la redistribuición de riqueza existente, sin importar cómo ello va a afectar la capitalización y, por lo tanto, la productividad y la riqueza futura. Llega así a suceder que hombres políticos se ven obligados a correr por caminos populares pero empobrecedores porque su poder mismo depende de satisfacer ideas populares. Llégase a abandonar la moral, pero se legaliza el robo y hasta un grado de esclavitud, bajo el nombre de «justicia social», obligando a unos hombres en contra de su voluntad a trabajar para otros, o arrebatándoles a unos el fruto de su trabajo honrado para dárselo a otros, y todo se legaliza con leyes de rimbombante lenguaje.

La historia nos da suficientes ejemplos de las ruinas de civilizaciones prósperas que abandonaron los principios morales a cambio del pragmatismo que priva en lo que hoy erróneamente se entiende por democracia: el poder sin límites de la mayoría, sobre los derechos individuales y naturales del hombre.

Lo anterior no es literatura estéril. Es el análisis sociológico que explica, en última instancia, la adopción de sistemas que impiden el progreso de los pueblos, e inclusive, la decadencia de los que otrora progresaron, ejemplos de los cuales tenemos a la vista, tanto en Latinoamérica, Asia y África, como en el caso de algunos países europeos, por ejemplo, el camino por donde va Inglaterra.

Vivimos en un mundo político que ha comprobado innumerables veces la predicción de Aristóteles de que la república degenera en democracia y la democracia degenera en totalitarismo. Hemos de reconocer que la corriente actual, por causas conocidas y algunas ya mencionadas arriba, tiene en si tendencias inherentes que aparentemente excluyen la autocorrección, y, por lo tanto, nos llevarían a la crisis política, como lo hemos visto recientemente también en países que fueron democráticos donde el estado de cosas llegó a ser tal, que la tan alabada democracia se tiró por la borda ante angustiosas circunstancias y se aceptó con agrado el totalitarismo. Porque también está demostrado que la gente tiene en un lugar más alto de su escala de valores al orden, la seguridad pública y el progreso económico, que a la democracia.

Guatemala no está aislada, ni tiene monopolio exclusivo sobre esta tendencia. Está ocurriendo en los Estados Unidos, así como en la mayoría de los países del mundo. ¿Privará la razón, o continuaremos hacia el precipicio?

Es necesario que la gente deje de pensar en sus situaciones particulares y que se esfuerce en averiguar y comprender por qué es necesario como instrumento de progreso, como instrumento económico, el mayor grado de libertad. Es necesario que se le pierda el temor a la libertad, puesto que se trata de la libertad bajo la ley y no de libertinaje.

Si bien, dada la naturaleza humana y de la sociedad, nunca existirá la perfección, la tendencia, a lo que debemos continuamente aspirar, es a perfeccionar la libertad. Recordemos que los riesgos y los daños que podemos sufrir en un régimen de libertad son infinitamente más deseables que la supuesta seguridad económica que utópicamente algunos todavía creen se puede alcanzar con otros sistemas. Recordemos que el hombre libre en sociedad no es libre para hacer cualquier cosa. No puede vender ni comprar lo que desea al precio que se le antoja, puesto que se lo impide la libertad de los demás. No puede usar sus recursos como se le antoje porque se lo impide los derechos de los demás. No es, pues, como dicen los enemigos de la libertad, que la libertad conduce al caos.

So pena de que persistamos en condenar a nuestros países al subdesarrollo indefinidamente y a un futuro totalitarismo, os exhorto con las palabras del gran economista del siglo pasado, Federico Bastiat: «Y puesto que se han infligido al cuerpo social tantos sistemas, que se termine por donde se debió empezar: que sean rechazados los sistemas, que se ponga finalmente a prueba la libertad, la libertad que es un acto de fe en Dios y en su obra: el hombre».