Año: 11, Abril 1969 No. 195
Éxito o Fracaso del Mercado Común
M. F. Ayau
La relación que tiene el éxito o el fracaso de un mercado común con su política arancelaria, la enfatizó el profesor Ludwig Erhard durante su reciente visita: «Un mercado común con altas tarifas arancelarias no tiene sentido».
Sin embargo, la relación de la política arancelaria al éxito o fracaso de un mercado común no siempre es evidente. Un mercado común a base de tarifas arancelarias altas necesaria e indefectiblemente tiene que fracasar, y se tiene que romper. Y eso es precisamente lo que hay que evitar que suceda en Centro América.
Un mercado común aumenta el comercio cuando adopta tarifas arancelarias bajas, y por el contrario, un mercado común sólo logra sustituir un comercio sano por otro comercio anti-económico cuando se basa en altas tarifas arancelarias, y como consecuencia de dicha sustitución, a la larga disminuye el comercio, como veremos más adelante.
Lamentablemente, las estadísticas del comercio inter-centroamericano que demuestran un sustancial aumento desde su fundación, analizadas con mente simplista, conducen a conclusiones falsas. Por ejemplo, si Centro América importa el 100 por ciento de un producto, en sus estadísticas intercentroamericanas dicho comercio no figura en absoluto. En cuanto se produzca dentro del área ese producto, y se impida a base de impuestos la importación de productos competitivos de afuera del área, las estadísticas inter-centroamericanas demostrarán un aumento inmediato correspondiente. Y aumentarán aún más si ese producto centroamericano es producido anti-económicamente y por esa razón es más caro.
Lo real del caso anterior es que se sustituye una fuente de abastecimiento por otra. El comercio, debido a esa sustitución, no ha aumentado. Solo se ha desviado.
Y lo grave, es que tal sustitución, si es obligada a base de tarifas, necesariamente es antieconómica, de lo contrario, no se necesita la tarifa para lograrla: Cuando un producto centroamericano es mejor o más barato que el extranjero, la sustitución de fuente de abastecimiento se lleva a cabo automáticamente, puesto que si tal sustitución representa un ahorro, dicho ahorro aumenta el patrimonio privado de quien lo logra y por lo tanto, siempre existe fuerte presión para que esa economía sea efectiva y no solo en teoría.
Los efectos anti-económicos de la desviación forzada del comercio, causa alza de precios en general, disminuye el poder adquisitivo de la población, y merma así la demanda de otros productos. Esa menor demanda, rebaja la producción, y por ende, la productividad de toda la industria del istmo, agravando aún más las consecuencias.
Pero siguen los efectos detrimentales: la alta protección arancelaria induce al desperdicio del capital, a la duplicación de inversiones anti-económicas, y en general, a una utilización distorsionada e ineficiente de nuestros recursos de capital y trabajo, disminuyendo así la productividad de los mismos, y fomentando la propensión a la importación de productos del exterior, que cada día parecen más baratos y mejores al ojo del consumidor, en comparación con nuestra ineficiente producción.
Los resultados de toda esta distorsión, es que los países menos capitalizados del área resultan subsidiando a los países más industrializados del área. El daño, desde luego, es más evidente en los países menos industrializados que de hecho resultan transfiriendo sus duramente ganadas divisas a los más industrializados; pero también los países más industrializados pierden, aunque en apariencia su balanza de pagos con los demás países del área sean favorables debido en parte a esa transferencia escondida.
La política que conduce a la continua alza de las tarifas arancelarias como medio para corregir la balanza de pagos en el supuesto que así se reducirán las importaciones, resultará siempre frustrante aún para sus promotores, pues cada alza de tarifas contribuye al aumento posterior de las importancias debido a que la producción interna, en consecuencia, se vuelve cada vez menos competitiva, y por lo tanto, a pesar de dichas alzas, la importación aumenta. Pero cada vez que se repite el ciclo se dificulta más la remoción de tarifas, pues el grado del reajuste será mayor cada vez que ocurre el ciclo mencionado. Y las implicaciones políticas de un reajuste serán menos aceptables políticamente al gobierno de turno. Llegará así en el futuro a hacer crisis.
El progreso de los últimos diez años se atribuye generalmente al mercado común casi en forma exclusiva. En mucho habrá contribuido, pero recordemos que el aumento del comercio centroamericano se debe también al aumento de población, a las carreteras que antes no existían, a las nuevas producciones y mayor industria dentro de cada país, y a muchos factores que no necesariamente han surgido debido a la existencia del mercado común, como puede observarse el crecimiento que hubo en períodos similares anteriores. El mercado común, en realidad, ha progresado a pesar de la política económica que ha adoptado, y no debido a ella.
Lo grave es que si algunos países , a pesar de las magníficas estadísticas, se encuentran súbitamente carentes de liquidez, en un resbaladero al abismo económico, culparán el mercado común, y no a la política económica adoptada, y les quedarán dos alternativas; o salir adelante a través de tratamiento especial otorgado por el resto de los países del área, o salirse del mercado común para poder conseguir materias primas, bienes de capital y bienes de consumo, de aquellas partes del mundo que los pueda proveer mejor y con menor gasto de divisas que comprándole a sus propios vecinos.
La destrucción del mercado común está engendrada en su propia política económica. No debe, por lo tanto, extrañarnos que llegue a destruirse. La culpa no será de las personalidades que optan por las alternativas más convenientes a sus países, sino será de aquellas personas que contribuyeron y contribuyen a la adopción de una política arancelaria y económica que conduce al fracaso. El fracaso se deberá al haber retrocedido 200 años en materia de política económica, a la era del empobrecedor mercantilismo de fines del siglo XVIII, cuando por ignorancia rechazaron las ventajas de la división del trabajo internacional a cambio de pretender una autosuficiencia que sólo se puede conseguir a cambio de un nivel de vida primitivo.
La Solución. En un sano pero equivocado afán de fomentar la industrialización del área, se ha obstaculizado la misma. Las altas tarifas arancelarias han causado desperdicio de capital, disipación del esfuerzo productivo, derroche de divisas, rebaja de productividad y merma de los salarios reales. La solución es evidente una vez se reconoce el mal: hacer desaparecer la causa principal, la protección arancelaria. Pero se ha inducido a personas trabajadoras y emprendedoras a invertir con base en la actual política errada, y con un criterio de justicia y con afán de evitar cambios violentos en la estabilidad económica del área, los aranceles deberán rebajarse en proporción decreciente anual, y para facilitar la sustracción y reinversión de capitales hoy invertidos en industrias que tendrán que desaparecer, permitirles a estas como excepción temporal, aplicar una alta tasa de depreciación por un periodo arbitrariamente largo, (por ejemplo, 30% anual por cinco años), facilitando así un reajuste paulatino.
Una vez los aranceles se han bajado, ya no se necesitará ley de fomento y el gobierno aumentará también sus ingresos. Lo primero sin embargo, es reconocer la causa del mal. Después se puede hablar de remedios.
«Debería ser evidente que las leyes de salario mínimo dañan más aquellas personas a quienes se desea «proteger». Cuando existe una ley que prohíbe pagar menos de determinada cantidad diaria, entonces nadie, cuyos servicios valgan menos de esa cantidad según el que compra el servicio, encontrará empleo. No se puede aumentar el valor del producto de trabajo de un hombre a una cantidad determinada simplemente prohibiendo que se le pague menos. Únicamente se logra despojarlos del derecho que todos tienen para devengar aquella cantidad que sus habilidades y oportunidades le permitan ganar, mientras al mismo tiempo se priva a la comunidad de los moderados servicios que la persona es capaz de prestar. En otras palabras, a cambio de un mal salario se ofrece desempleo». HENRY HAZLITT, «La vida y la muerte del Estado Benevolente».