Año: 16, Marzo 1974 No. 314
Alejandro Soljenitzyne
Premio Nobel de Literatura
HILARY ARATHOON
A través de Hamlet nos dice Shakespeare que la función del teatro es «Servir de espejo a la naturaleza, mostrando al vicio sus propios rasgos y a la virtud su verdadera imagen». Esta es a la vez la función de las demás artes. Lo difícil para el artista es ganar la aprobación de la persona o personas cuya imagen se ha intentado reflejar. Algunas veces, si la imagen es halagadora y coincide con la que de sí mismo guarda en su interior la persona retratada, se obtiene una instante y acogedora aprobación. La mas de las veces es aceptada con cierta reserva o renuencia, como en el caso del Papa Inocencio X, quien al ser confrontado con la fantástica imagen que de él había pintado el famoso retratista Diego de Velásquez, exclamó contrariado: «Demasiado exacto. Pero si la imagen deja entrever abiertamente las faltas o defectos de la persona o personas reflejadas, la reacción es una de repudio tanto más severa como más aguda ha sido la representación cosa que la animosidad personal del afectado. Pero cuando se trata de un gobierno o de una persona o grupo de personas en el poder, celosos de su imagen ante la opinión pública, las consecuencias pueden ser fatales y se necesita de mucho valor para atreverse a atraer sobre sí las iras del Estado o gobernante en función. Especialmente cuando no se goza de la libertad de expresión.
Como en Estados Unidos de Norte América si existe, se dio el caso no mucho ha, que se llevara a escena una obra en la que se insinuaba que el presidente en función, en ese caso Lyndon B. Johnson, había tenido que ver con la muerte de su antecesor, pero como se trataba a las claras de un libelo, no tuvo mayor repercusión.
Pero en Rusia no es ese el caso. Allí las autoridades son celosas de la imagen que quieren aparentar. Por eso es doblemente de admirar la actitud del novelista, Alejandro Soljenitzyne, ganador del Premio Nobel, quien a través de sus obras: «Un día en la Vida de Ivan Denisovich», «El Pabellón del Cáncer», «El Primer Círculo», etc., se ha atrevido a reflejar y criticar las circunstancias que privan en su país natal.
La publicación de dichos libros ha sido vedada en su país de origen, a excepción de «Un día en la vida de Ivan Denisovich», cuya impresión fue autorizada en tiempos de Nikita Kruschev, porque éste consideró que contribuiría a hacer más patente la necesidad de la campaña de des-Stalinxzación por él desatada. En dicha obra, el autor nos relata un día en la vida de un prisionero, Suhkhov, condenado injustamente a trabajos forzados en uno de los miles de campos de concentración. De una persona inocente llevada allí como lo fueron muchos miles más, por la injustificada sospecha de haber podido colaborar con los alemanes, sólo por haber quedado atrapado tras las filas enemigas. Para curarse en salud, al retirarse éstos, las autoridades condenaron a todos los que hubiesen estado tras las filas enemigas sin excepción a diez años de trabajos forzados, sin atender razones. Es decir que a las penalidades sufridas en manos del enemigo y durante el tiempo que duró su cautiverio, se sumó el nuevo castigo impuesto por los suyos de diez años de prisión y de trabajos forzados en los campos de concentración. Es de uno de esos desafortunados, de quien Soljenitzyne nos relata lo que sucede en un día de su vida bajo el duro régimen penitenciario.
Gracias a dicha novela fue que el autor alcanzó su prestigio y la misma gozó de popularidad y divulgación durante el periodo expuesto. Pero como ha de suponerse, dicho período fue de corta duración. Pronto se dieron cuenta los gobernantes que un cambio de política de dicha naturaleza era contraproducente y que no se podía hacer sin llevar a cabo una serie de reformas y permitir un cierto grado de libertad que ellos no estaban dispuestos a conceder. Por tal motivo y por que a su parecer no les era posible ni aconsejable admitir errores, la campaña fue suspendida a la mitad de su curso y aun en tiempos de Kruschev, se volvieron a implantar muchas de las restricciones que privaban en tiempos de su antecesor.
Durante el gobierno de sus sucesores, dichas restricciones han sido aplicadas con mayor rigor y severidad. Por eso «El Pabellón del Cáncer» y «El Primer Círculo» no pudieron ser publicados en su país de origen y tuvieron que ser enviados al exterior.
En la primera de dichas novelas, Soljenitzyne hace velada alusión al estado soviético, al que compara con un pabellón del Cáncer, en el cual los remedios con los que se pretende curar la enfermedad resultan muchas veces doblemente nocivos que la enfermedad misma.
En «El Primer Círculo», cuyo título es tomado de «El Infierno» de Dante Aliguieri, pinta las penalidades a que están sujetos los intelectuales y científicos que por haber incurrido la desaprobación oficial, se ven obligados a atravesar los umbrales del clásico portón que lleva grabadas encima las tétricas palabras: «Los que aquí ingresáis, perder toda esperanza». Si bien su suerte es menos ominosa que las de los demás prisioneros, siempre que estén dispuestos a colaborar con las autoridades, la vida allí según nos dice Soljenitzyne, quien la experimentó en carne propia, es un infierno, cuyas penalidades van en aumento según se va descendiendo a los círculos inferiores.
En este último libro nos pinta una imagen de Stalin según descripciones de primera mano hechas por quienes por algún tiempo gozaron de su favor y más tarde cayeron en desgracia. Nos cuenta también la ingenuidad de Eleanor Roosevelt, quien al visitar el sistema carcelario en Rusia, aceptó como cierta la información que le fue dada, sin ahondar ni sospechar lo que sucedía en su interior.
Fuera de Rusia, la obra de Soljenitzyne ha alcanzado una repercusión y una adaptación universal, como lo comprueba el que se le haya acordado el premio Nobel por su novela: «Agosto 1914». Pero en su país natal, sus obras han sido recibidas con fría desaprobación por las autoridades y como en el caso de Boris Pasternak, ganador también del premio Nobel, al Secretario General de la Academia Sueca, se le negó el permiso para ingresar al país a otorgarle el premio. Soljenitzyne no quiso viajar a Estocolmo a recibirlo, según es la costumbre, porque temía se le negara el permiso de reingreso a su país natal. No obstante escribió un discurso de aceptación que tuvo que ser escamoteado fuera y el cual constituye una de sus más brillantes páginas. En él invoca las sombras de los miles de escritores muertos en las islas del Archipiélago de Gulag (campos de concentración de trabajo forzado), lo cual como él dice, ha sido un golpe tremendo para la literatura de su país. Dice Soljenltzyne: «La literatura rusa no ha dejado de existir jamás, mas ahora se asemeja a una llanura. Donde debiera elevarse un bosque altivo y majestuoso, no subsisten sino dos o tres árboles desparramados al azar. Y yo estoy aquí hoy acompañado por las sombras de los caídos, la frente baja para dejar pasar delante de mí a este lugar a aquellos que lo ameritan más que yo, como yo, ante vosotros. ¿Podré yo adivinar y expresar lo que ellos os hubieran querido decir?» El discurso fue publicado íntegramente en la revista francesa «LExpress», bajo el título de «El Grito». En las palabras de introducción dice la revista: «A Alejandro Soljenitzyne no se le ha querido conceder la palabra, por lo que se ha visto precisado a gritar». El texto es magnífico, entre otras cosas dice:
«Se equivocan los que pronostican que el arte va a morir. Somos nosotros los que moriremos, el arte es eterno».
«Retirándose a su torre de marfil, el artista corre el riesgo de abandonar al mundo a manos de mercenarios, de nulidades, si no hasta de locos»
«¡Desgraciado el país donde la literatura está amenazada por la intervención del poder!». No se trata solamente de una violación del derecho de escribir, sino de la sofocación del corazón de una nación, la destrucción de su memoria. La nación deja de estar atenta a sí misma, pierde su unidad espiritual y a falta de un lenguaje supuestamente común, sus ciudadanos cesan bruscamente de comprenderse los unos a los otros..
«Cuando escritores de la talla de Euguéne Zamiatine enterrados vivos por el resto de su vida son condenados a crear en silencio hasta su muerte sin escuchar jamás el eco de sus palabras, entonces no se trata solamente de una tragedia personal, sino del martirio de una nación entera».
«Hace un cuarto de siglo nació la Organización de las Naciones Unidas que llevaba puestas en sí las esperanzas de la humanidad, mas ay! en un mundo inmoral, ella se ha vuelto inmoral. No es una organización de naciones unidas, sino una organización de gobiernos unidos donde todos los gobiernos son iguales, los escogidos libremente, los impuestos por la fuerza y los que se apoyan en el poder de las armas. Apoyándose sobre una mayoría mercenaria, la ONU protege celosamente la libertad de ciertos países y descuida con negligencia soberana la de otros.
«A resultas de un voto servil, ella ha rehusado oír las llamadas, sollozos, gritos y súplicas de individuos humildes y corrientes una cosa bien poca para tan grande organización. La ONU no ha desplazado ningún esfuerzo por hacer la adopción de la «Declaración de derechos del hombre su mejor texto en veinticinco años, la condición para ser admitida a su seno. Es así como ha traicionado a gentes humildes dejándolas a merced de gobiernos que ellos no han escogido.
«Un escritor no es el juez indiferente de sus compatriotas. El es cómplice de todo el mal cometido en su país».
«Una palabra de verdad vale más que el mundo entero».
El texto debe leerse en su totalidad para ser apreciado.
El último libro de Soljenitzyne, «Archipiélago Gulag» recién publicado, pero aun no difundido en Occidente, está basado en sus propias experiencias durante los once años de prisión en los campos de concentración, en entrevistas hechas a más de doscientos supervivientes y en correspondencia recibida. En las inculpaciones que hace incluye a Lenin, pues dice que el encarcelamiento de doce millones de gentes, promedio diario que existía en prisión en un año cualquiera de la época de Stalin, fue posible debido al establecimiento del despiadado sistema policiaco implantado en época de su antecesor.
Debido a la publicación de este último libro, Soljenitzyne ha sido exiliado y su pasaporte o carta de ciudadanía le ha sido retirada, convirtiéndolo en un apátrida. Soljenitzyne pudo haberlo evitado plegándose a las exigencias de los gobernantes, pero su honestidad no le ha permitido hacerlo y ahora tras de sufrir la larga y dura condena de once años de presidio en los campos de concentración, confronta la igualmente dura cadena del destierro.
Lo más triste del caso sin embargo, es que aparentemente ni Soljenitzyne, ni muchos de los intelectuales del mundo entero que se han pronunciado a su favor y han calzado con sus firmas los documentos de protesta por el mal trato del que ha sido objeto parecen darse cuenta que el mal no es de una camarilla, ni de un partido, sino del sistema que no admite disidentes ni divergencia de opinión.
En Rusia, el Estado es dueño de todos los periódicos, de todas las revistas, de todas las imprentas y de todos los medios de difusión. Anualmente se publican miles de periódicos, más de cuatro mil revistas y muchos miles de libros y panfletos. Pero únicamente se publica lo que tiene la aprobación oficial. Por eso es que autores como Soljenitzyne, Boris Pasternak (autor del Dr. Jivago), la hija de Stalin y hasta el mismo Nikita Kruschev (estos últimos para la publicación de sus memorias) han tenido que recurrir a Occidente, y es que únicamente donde los medios de difusión están en manos de particulares es donde se puede gozar de la libertad de expresión los artistas y escritores más que cualquier otro grupo necesitan de la libertad del mercado para poder gozar de la libertad de expresión. Donde la libertad del mercado no existe o es restringida, la libertad de expresión también les será negada.