Año: 20, Abril 1978 No. 411
N.del D. El Dr. Benjamín Rogge es autor de muchos artículos y conferencista de gran prestigio en los Estados Unidos que se ha caracterizado por sus agresivas, acertadas y a la vez amenas conferencias en defensa de los ideales libertarios.Recientemente la Universidad Francisco Marroquín otorgó al Dr. Benjamín Rogge, así como al conocido Premio Nobel de Economía 1976 Milton Friedman, el grado de Doctor en Ciencias Sociales por su gran contribución a la causa de la libertad.
La filosofía libertaria
Por Benjamin A. Rogge
Yo intentaré responder a la pregunta que para mi desilusión, muy pocas personas se han molestado en hacerme. La pregunta es la siguiente: ¿Exactamente cuál es la filosofía social de Ben Rogge? O como lo han puesto algunos, ¿qué clase de loco soy?
Yo supongo que uno debe esperar causar sospechas y confusión cuando se pide al mismo tiempo y a la vez, que se elimine el sistema de seguridad social, que las leyes que han hecho el fumar mariguana un crimen sean abolidas conjuntamente con las leyes que prohiben el empleo de menores, y que se venda el Parque Nacional de Yellowstone a la gente de Disneylandia. Esta es sin duda una mezcla de ideas, pero es la mezcla que a mí me gusta. Para mí, estos elementos aparentemente diversos, representan simplemente diferentes aplicaciones de un principio básico fundamental. Este principio es que a cada hombre o mujer debe permitírsele bailar su propio tango, solo o en parejas, o en grupos tan grandes como la Iglesia o la General Motors, en tanto lo hagan en paz.
Poniéndolo de otra forma: en mi mundo, el papel del estado sería no más y no menos que el de un velador. En las palabras de Thoreau, «el gobierno es algo útil por medio de lo que los ciudadanos logran dejarse en paz».
¿Es mi filosofía social una de las ideologías en la contienda del momento? No. En primer lugar, está tan pasada de moda que no podría decirse ni siquiera que está en la contienda. En segundo lugar, muchos creen que esta filosofía no es de nuestro tiempo, sino del siglo pasado. Y tercero, yo la veo no como una ideología, sino corno una negación de ésta.
Esto se explica si definimos ideología como el conjunto de aseveraciones, teorías y logros que constituyen un programa político-social. Para mí, lo que identifica al ideólogo, sea éste Cristiano o Musulmán, Marxista o Fascista, Reformista Liberal o Monarquista, es que tiene una visión clara de lo que la humanidad es o debiera ser, y que tiene algún tipo de programa socio-político para lograr el estado por él deseado para ella.
Para el ideólogo, el sistema social ideal es el definido en relación a los objetivos que se desean lograr, tales como la erradicación de la pobreza, la eliminación de los prejuicios raciales, la maximización de las tasas de crecimiento, la adopción de la única y verdadera religión, la dominación de la raza superior, o la dominación de nuestra nación sobre las otras. Usualmente se fijan algunos límites a los medios para lograr los objetivos, pero no siempre. El énfasis del sistema se hace en el estado deseado para la humanidad, así haya sido éste el revelado por los profetas, voces de zarzales en llamas, los objetivos resultados del análisis científico, las razones de la historia ciega, los profundos y oscuros misterios de la mente humana, o lo que haya sido.
En cierto sentido, para el pensador Libertario, son los medios de la acción humana los que cuentan y no los fines. El Libertario responde a cada uno de los ideólogos: «usted tal vez tiene la razón, y puede seguir tratando de convencerme a mí y a otros, pero debe hacerlo sólo por medio de la persuasión. Usted no puede imponer sobre mí sus ideas por la fuerza, ni sobre ningún otro. Esto implica que no puede apedrear al hereje, flagelar a la prostituta, rapar al hippie, castigar al profesor, torturar a los judíos, asesinar policías, o coartar al empresario. Esto significa también, y es lo más importante, que no puede utilizar ni a la policía ni al ejército, para que ellos lo hagan por usted.
Al decir esto, el Libertario no se está declarando un simple espectador agnóstico del proceso político. El también puede tener alguna preferencia ideológica, pero como todo hombre que cree firmemente en una idea, no es del todo tolerante con lo que cree. Yo, Ben Rogge, no fumo mariguana, ni apruebo su consumo, pero temo que si apoyo las leyes contra su uso, habrá quien también desee insistentemente corregir mis malos hábitos.
¿En qué se diferencia el Libertario de otros?
Comparémoslo primero con los tradicionalistas o conservadores, con quienes erróneamente se le confunde. Es cierto que juntos se expresan en contra del sindicalismo, de los salarios mínimos y del impuesto sobre la renta. Pero cuando el Libertario canta contra las leyes de protección a la industria, del mercado común, o por la eliminación de los impuestos aduaneros, para cantando solo.
Lo que yo estoy deseando es precisamente por lo que hombres como Albert Jay Nock han pedido en el pasado: Que no se confunda a la SOCIEDAD con el Estado, y que la SOCIEDAD no sea absorbida por el ESTADO. La sociedad, con su intrincada red de restricciones a la conducta individual basada en la tradición, costumbres, religión, moralidad, y sus muy poderosas sanciones, son lo que ha hecho posible la vida civilizada y le han dado sentido. Yo no propongo una anarquía, todo lo contrario; soy esencialmente un conservador en lo que se refiere al proceso social y a su organización.
Creo en la continuidad, en el importante papel que desempeñan las tradiciones y costumbres, en las normas de conducta personal, y en la gran importancia de la élite de cada sociedad, por imperfecta que ésta pueda ser.
Pero, contrariamente a lo que piensan los políticos conservadores, yo no deseo ver convertidas estas influencias a la conducta individual en normas establecidas por el estado. Al repasar la historia, podemos darnos cuenta de que siempre que el proceso social de las costumbres se convirtió en ley, la civilización cesó de avanzar. Primeramente, porque la multa pagada por el innovador, que ya de por sí es severa sin la ley, se hizo tan severa, hasta incluir la pena de muerte, que detuvo todo sano proceso de cambio y cuestionamiento, que ha sido lo que ha movido a las civilizaciones a niveles más altos de desarrollo.
Otra razón importante ha sido la corrupción de la élite causada por el poder investido en ella por la ley para imponer sus puntos de vista. Esta, deja así, de jugar un papel de beneficio social y cesa toda justificación de su existencia. La historia está llena de ejemplos de hombres destacados que fueron corrompidos y destruidos por la influencia de poseer el poder de coerción.
¿Qué ocurre si comparamos al Libertario con los modernos liberales? Lo que ocurre es muy sencillo: el moderno liberal empieza en donde el Libertario se detiene, y se detiene en el punto en que el Libertario empieza. Del mismo modo que el Libertario está a favor de los malos hábitos en tanto éstos sean pacíficos, el liberal moderno lo apoya. Pero, de forma muy distinta del Libertario, el liberal moderno sí está de acuerdo en la utilización de los poderes coercitivos del estado en lo que concierne a los cambios sociales que propugna. Si se pregunta al liberal moderno si debiera existir la Agencia de Censura de Espectáculos Públicos, dice que no. Si se le pregunta si debiera existir la Agencia para el Control de la Calidad de las Drogas y los Productos Alimenticios, dice que sí. ¿Debiera intervenir la ley en el caso de que dos adultos cometan de mutuo acuerdo actos inmorales en privado? Nunca, dice el liberal. ¿Debiera intervenir el estado en el caso de que dos adultos lleguen a un acuerdo libremente de prestar y recibir servicios por Q.2.25 al día el uno al otro, aún cuando el salario mínimo establecido por la ley sea de Q.2.80, y aún cuando represente para el trabajador el quedarse sin el trabajo? Sí, responde el liberal. Estos ejemplos podrían continuarse indefinidamente.
Ahora bien, es posible que hayan razones verdaderas para este comportamiento incongruente pero consistente de los liberales. Posiblemente los liberales modernos tengan la razón y los Libertarios estemos equivocados. Lo único que yo estoy haciendo es exponer que el Libertario, esté correcto o errado, tiene como única postura su oposición a la intervención del estado en cualquier acción humana pacífica, de individuos o grupos, así sea ésta la actividad política, un acto sexual, juegos o el proceso económico del mercado. Es esto lo que lo diferencia de los conservadores y de los liberales.
Ahora bien, ¿qué tiene que ver el Libertario con las nuevas izquierdas tan de moda? Existen aparentemente algunas similitudes entre algunos de mis amigos Libertarios y las nuevas izquierdas, con quienes han andado de la mano recientemente. De cierto modo esto sí tiene sentido. Tanto nosotros como los de la nueva izquierda tenemos en común la desconfianza de la concentración del poder, y particularmente del poder coercitivo del estado. Ellos se nos unen en el deseo de no ser gobernados por el status-quo, o por la élite. Tendemos también a inclinarnos juntos hacia el pacifismo y la no intervención en los asuntos ajenos. Pero aquí se termina el romance.
Para el Libertario la propiedad privada es la extensión de la propia personalidad humana, y un elemento esencial en la estructura de toda sociedad de hombres libres. Para los de la nueva izquierda la propiedad privada es una invención arbitraria del status-quo para reprimir el espíritu libre de los hombres y reprimir la expresión de la miseria y sufrimiento humano. Para el Libertario, o por lo menos para Ben Rogge, la política de confrontación pacífica de la nueva izquierda no es ni pacífica, ni aceptable como un objetivo social. A nuestro parecer la intención de imponer sobre una minoría la decisión arbitraria de una mayoría constituye chantaje. «Cedan a nuestras demandas y abandonaremos su oficina», «láncenos de su propiedad y será usted el culpable de alterar la paz y el orden», «llame a la autoridad para proteger lo que es suyo y se convertirá en un oligarca reaccionario». Para el libertario esta situación no sólo no tiene ningún sentido, sino es hasta peligrosa. El objetivo que nos hemos fijado de lograr para la humanidad un sistema en que prevalezca la razón sobre la fuerza, no podemos justificarlo si para lograrlo usamos la fuerza sobre la razón.
He allí la diferencia entre el Libertario y los ideólogos de la nueva izquierda. Para él el fin último es la selección correcta de los medios para alcanzar el fin, y no el fin por sí. Además, valga mencionar que los objetivos de la nueva izquierda son difíciles de identificar, particularmente en lo que se refiere al tipo de arreglo social que desean establecer. Sobre todo, cuando lo que propugnan es un fénix que habrá de resurgir de entre las cenizas de lo que hoy tenemos. Dado que los socialistas de la nueva izquierda rechazan el sistema capitalista y la democracia libre, sólo pueden asumirse tres soluciones para su objetivo: 1) Un arreglo esencialmente anárquico y sin gobierno, 2) Un arreglo sindicalista-comunal-pastoral, copiado en mayor escala del kibbutz israelí, con un gobierno pequeño, y 3) Una dictadura marxista-comunista del proletariado.
Para el Libertario el primer arreglo significa la tiranía del más fuerte, lo que acortaría la vida, haciéndola un disgusto, y un martirio. El segundo arreglo de los de la nueva izquierda significaría un caos económico. Dada la dependencia de nuestra sociedad actual en la tecnología sofisticada para la producción de bienes, significaría además, que ocho de cada diez de nosotros fuéramos eliminados. La tercera solución, si podemos llamarla eso, no significa nada más que la dictadura de una cruel tiranía de unos pocos, que gobiernan con una mano de hierro ensangrentada, y en medio de la ostentación que les da el gobernar sobre una masa de ignorantes, incapaces de decidir sobre las cuestiones más simples de sus destinos.
Así pues, el Libertario responde a los conservadores, liberales modernos y a los de las nuevas izquierdas, de la misma manera que Huckelberry Finn: «Gracias, pero no gracias. Ya he estado allí». El Libertario insiste en que lo que hace distinta a la sociedad civilizada no son los objetivos que sus miembros persiguen, sino los medios que utilizan para alcanzarlos. Él insiste en que debemos mantener la incertidumbre y escepticismo ante las opiniones, ideas y revelaciones del más capaz de los hombres. Al fin y al cabo, éste no será sino un mortal e imperfecto humano más. Y ya que nos es tan difícil el reconocer de entre nosotros a los menos imperfectos, debido a nuestras propias imperfecciones, cae de su propio peso el que cada uno de nosotros, los imperfectos, sigamos a nuestra propia estrella por nuestro propio e imperfecto camino.
El Libertario, a quien los ideólogos han acusado de ser un utópico, resulta ser de entre todos el que concibe al mundo dentro de la situación más realista: un mundo imperfecto. El defiende la idea de que si en este mundo de imperfectos, a cada quien se le dejara tomar sus imperfectas decisiones, y actuar conforme a ellas en tanto lo haga en paz, y gozar de los frutos de sus éxitos y sufrir la agonía de sus fracasos, la humanidad podría por lo menos lograr obtener la dignidad y vivir la comedia o tragedia que es la vida, y que es al fin y al cabo, lo que hace al hombre un hombre y no una cosa. Y así, al Este del Edén, ¿qué otra cosa podríamos desear?
Adaptado al Español por Juan F. Bendfeldt.
(Tomado de «The Freeman octubre de 1969).
«La historia de la libertad es la historia de las limitaciones del poder gubernamental, no de su incremento. Por tanto, cuando resistimos a la concentración del poder estamos resistiendo a los poderes de la muerte, porque la concentración del poder es lo que siempre precede a la destrucción de las libertades humanas».Woodrow Wilson
«Como la democracia absoluta es una forma política ilimitada o autoritaria, no puede constituir un gobierno en que el individuo sea libre»Gottfried Dietze