Año: 24, Julio 1982 No. 513

LA FALACIA EMPOBRECEDORA

Manuel F. Ayau

Las «soluciones» económicas de antaño ya no son posibles. Veamos: aumento de gasto público mediante aumentos de impuestos. Las actividades económicas del país ya son tan poco rentables que muchas están cerrando. Ya no hay a quién ponerle impuestos.

Otra política que ha sido muy usada es la de aumento del gasto público a base de aumento de crédito de la Banca Central. Esto es equivalente a aumentar más el medio circulante, causando aún mayor inflación. Nadie aconseja hacerlo en mayor grado de lo que ya se está haciendo. Hoy hay más medio circulante que nunca en la historia. Otro recurso ha sido el de recurrir a préstamos del exterior: unas gotitas de agua que no solucionan el problema. Otra solución que muchos añoran es la ayuda (dádivas) de los países industrializados: otra gotita en relación a la magnitud del problema, y por último, esperar un milagro como una desgracia en Brasil (destrucción de la cosecha de café). Todas estas recetas las usó Costa Rica y quebró: la escasez de todo en Costa Rica es patética.

¿Cuál, entonces, es la solución para Guatemala? La solución no consiste de una sola cosa o receta. Hay mucho qué cambiar, pues existen muchos problemas y obstáculos.

Uno de los obstáculos se deriva de la actitud hacia las diferencias de riqueza, y que mientras ésta subsista, no permitirá disminuir la pobreza.

La atención se enfoca hoy día más hacia los «ricos» que hacia los pobres, en el sentido que prevalece mayor preocupación por disminuir diferencias de riqueza que por disminuir pobreza.

Esta situación jamás permitirá que se resuelva el problema de la pobreza porque es imposible enriquecer a los pobres sin que al mismo tiempo se enriquezcan los ricos y las diferencias aumenten.

Para ilustrar la naturaleza del problema imaginemos un período de tiempo en el cual el ritmo de aumento del ingreso anual del pobre es anormalmente alto, digamos el 20% en un año, mientras que el aumento del ingreso de un rico es anormalmente bajo en comparación, digamos 2% en un año. Es decir, un ritmo de aumento diez veces mayor en el caso del pobre que en el del rico.

Si ese pobre gana Q.200 al mes y el rico Q.1O,OOO al mes, el aumento correspondiente a cada uno será de Q.40.OO para el pobre y Q.200.OO para el rico. Nótese que la diferencia aumenta aún cuando la tasa de aumento del rico es diez veces menor que la del pobre.

El aumento de riqueza no puede ser deliberadamente encauzado para que solamente lo experimente un sector porque quien no sale beneficiado de participar en un proceso social, dejará de participar con todo lo que pueda, y la sociedad entera pierde su aporte. Todos pierden porque no es factible enriquecerse en una sociedad libre sin aportar algo al enriquecimiento de los demás.

La riqueza es el resultado del aumento de la productividad. El aumento de la productividad, a su vez resulta principalmente de la división del trabajo. Esta cooperación entre individuos ocurre precisamente y solamente porque ellos perciben que les conviene cooperar. Si la expectativa fuera que la cooperación no los beneficiaria, se abstendrían de cooperar.

El error de muchos ha sido considerar que el proceso de producción de la riqueza es automático. Que es el resultado de fuerzas naturales independientes del actuar individual. Pero ello es falso. Los hombres actúan y trabajan según sus expectativas de los resultados. No hay nada predeterminado. El hombre puede y de hecho escoge cómo actuará.

La falacia que prevalece es que los ricos son ricos porque los pobres son pobres. Que la pobreza se debe a que los ricos explotan a los pobres como si la cantidad de riqueza disponible fuese una cantidad fija y, por lo tanto, lo que uno tiene es porque otros ya no lo tienen.

Pero el proceso de creación de la riqueza no es así. En el proceso de aumento de la riqueza general todos se enriquecen, ricos y pobres. Las diferencias aumentan indefectiblemente, pero todos son menos pobres.

El enfoque que prevalece hoy en ciertos ámbitos eclesiásticos, culturales y políticos que considera que el aumento de las diferencias de riqueza es indeseable, condena a los pobres a la pobreza.

Para que Guatemala, como ejemplo, salga adelante, nole queda otra alternativa que aumentar el rendimiento al capital.

Esto podría sonar chocante a muchos. Pero habrá que preguntarles si acaso existe otra alternativa.

Porque sin capital no hay empresas; sin empresas, ni empresarios, no hay empleos, no hay impuestos para que el gobierno, a su vez, provea educación, salud, pague bien al ejército, su burocracia, etc.

Obsérvese la tabla No. 1 y se podrá apreciar la relación entre el capital invertido per cápita y el nivel de ingreso.[i]

País

Capital invertido por trabajador

Ingreso mensual promedio

EE. UU.

33,540.00

828.00

Suecia

30,450.00

605.00

Canadá

26,700.00

563.00

Alemania

17,040.00

386.00

Bélgica

20,600.00

392.00

Finlandia

18,080.00

253.00

Inglaterra

12,960.00

321.00

Grecia

7,320.00

120.00

Argentina

6,510.00

136.00

Panamá

3,800.00

123.00

Jamaica

3,430.00

68.00

Portugal

2,884.00

114.00

Costa Rica

3,298.00

112.00

Colombia

2,635.00

51.00

Honduras

2,690.00

62.00

Korea

1,185.00

38.00

Tailandia

621.00

19.00

Sri Lanka

650.00

39.00

Lo anterior nos ilustra dramáticamente el hecho evidente que un país con muchas fábricas es más rico que otro con menos fábricas. El problema es que debido a la falacia empobrecedora no es factible optar por las únicas medidas que tenderían a eliminar la pobreza. La única manera de eliminar un mal empleo es crear uno mejor y no prohibir los malos empleos porque, en el peor de los casos, es mejor un mal empleo que ningún empleo.

Cada empleo creado presiona los salarios para arriba en alguna medida. Pero cada empleo cuesta mucho dinero crearlo: mucho capital. La cantidad de dinero necesario para crear un solo empleo está ilustrada en la tabla siguiente, de acuerdo con el tipo de actividad, independientemente de si el país es socialista, comunista o capitalista. [ii]

Industria

Costo

Petróleo

$ 318.588

Tabaco

102,410

Químicos

137,788

Metales primarios

72,618

Papel y similares

67,032

Equipos de transporte

65,710

Piedra, arcilla y vidrio

57,722

Industria manufacturera en general (promedio

52,136

Maquinaria no eléctrica

55,680

Madera y derivados

40,964

Alimentos

50,274

Maquinaria eléctrica

52,136

Instrumentos

52,100

Hule y plástico

36,309

Impresos y publicaciones

40,964

Fabricación de metales

31,654

Textiles

22,344

Manufactura miscelánea

29,792

Mueblería

18,620

Cuero

15,827

Ropa

11,172

Transporte

229,026

Finanzas, etc.

247,646

Minería

102,410

Ventas mayor/menor

22,347

Servicios

18,620

Construcción

16,758

La «falacia empobrecedora» ha causado legislación económica y fiscal que no nos permite competir por el capital disponible en el mundo, salvo pocos y aislados casos.

Así como si queremos una mayor producción de maíz tendremos que aumentar la remuneración del productor, así habrá también mejores medios de transporte solamente si quienes están dispuestos a proveerlo ganan más. La educación será mejor si quienes la proveen ganan mejor; y de la misma manera, tendremos más capital si quienes lo proveen ganan más aquí que en otras partes del mundo.

Tenemos que competir por el capital. Al capital que necesitamos se le puede ahuyentar: no se le puede encarcelar porque no está al alcance. También se le puede atraer, pero la forma de atraerlo es permitiendo que su remuneración (las ganancias) sea mayor que la que puede obtener en otras partes. Y no sólo eso, sino lo suficientemente mayor para que compense los riesgos adicionales que aquí existen y que no existen en otras partes.

Los críticos de estas ideas sólo contestan con epítetos y burlas, no con soluciones. Si existe otra solución ¿por qué no se expone abiertamente? ¿Cuál es?

Mientras se siga pregonando la falacia empobrecedora de que hay que disminuir las diferencias de riqueza, los pobres estarán condenados a la pobreza.

El país que prospera es el país donde se puede llegar a ser rico, donde el rico, lejos de tener complejo de rico, siente orgullo de serlo, donde la envidia no amenaza a los que triunfan, donde los que dan empleos (los patronos) son bien vistos y sus críticos (que no dan empleo, sino los destruyen) son mal vistos por la sociedad y como lo que son: demagogos.

La demagogia no ha destruido aún el sentido común, pero si ha inhibido su expresión. Casi toda la gente sabe que lo expresado aquí es cierto y correcto. Entonces, ¿por qué no decirlo?


[i] Basado en datos de las cuentas nacionales de los diferentes países en las publicaciones del Banco Mundial, de la OEVED, y del FMI, en dólares de 1970. Según datos elaborados en The Perspectives of Capital and Technology in Less Developed Countries, de Arnold C. Harberger, University or Chicago, marzo de 1977. Tomado de «Cómo mejorar el nivel de vida». Editorial UFM

[ii] Ibid