Año: 25, Noviembre 1983 No. 546

Lo que uno es, y lo que uno Cree Ser

Manuel F. Ayau

Existe un dicho, atribuido a Mark Twain, que reza: «no es lo que no sabes lo que te hace daño. Es lo que crees que sabes, y que no es así».

También existe una prueba psicológica de personalidad que se basa en la autocalificación de cualidades personales. La persona se califica a sí misma según él mismo considera sus características. En seguida califica las mismas cualidades según él cree que son percibidas por otros. Las cualidades calificadas son, por ejemplo, ordenado, lógico, valiente, considerado, tímido, inquieto, racional, sugestivo, complaciente, generoso, obstinado, transigente, impetuoso, prudente, etc.

Los resultados son siempre reveladores aun cuando el sujeto no es totalmente sincero, pues la prueba incluye mecanismos cruzados para detectar insinceridad a base de ciento cincuenta calificativos, muchos de ellos incompatibles con otros, y muchos cuyo significado es muy similar a otros para detectar incongruencias.

Una encuesta efectuada por Mutual Life Insurance Co., de Hartford - Con. en Estados Unidos sobre lo que piensan acerca de los problemas sociales los líderes de instituciones, fue contrastada con lo que ellos mismos creen que piensa el público en general, y también con lo que realmente piensa el público. Como ejemplo, el resultado sobre el tema «Características de un Buen Dirigente» fue el siguiente:

CUALIDAD PERSONAL DE DIRIGENTES

IMPORTANCIA QUE EL PUBLICO LE DA

COMO LOS DIRIGENTES CREEN QUE PIENSA EL PUBLICO

COMO PIENSAN LOS DIRIGENTES

% de personas

Orden de importancia

% de personas

Orden de importancia

% de personas

Orden de importancia

HONRADEZ

50

1

36

4

48

4

INTELIGENCIA

26

2

12

9

57

1

FORTALEZA

18

3

30

5

14

8

LIDERAZGO

14

4

51

2

55

2

INTEGRIDAD

12

5

23

6

51

3

CONVICCIÓN RELIGIOSA

12

6

14

7

8

9

PREOCUPACIÓN POR OTROS

11

7

42

3

34

5

VALOR

5

8

14

8

25

7

COMPETENCIA

4

9

52

1

28

6

Hay personas que se consideran demócratas y adversarios del socialismo, del comunismo, del fascismo o del nazismo. Pero si se les fuese a catalogar rigurosamente en base a las medidas que recomiendan para resolver los problemas socioeconómicos, y no por lo que ellos mismos creen que son, los resultados también son sorprendentes.

Como ejemplo, no hace mucho, se indignaron los miembros del Consejo de Estado de Guatemala, cuando alguien dijo que era una organización de corte fascista. Y por supuesto que lo era, pues en este siglo, el tipo de organización por facciones o grupos de interés colegiados, llamado corporativismo en su época, fue establecida por los fascistas italianos. No estamos juzgando si el sistema es bueno o malo. Simplemente caracterizándolo donde corresponde históricamente.

Son pocos los que están conscientes que Hitler y Mussolini eran socialistas. Lenin admiraba y envidiaba a Mussolini en las décadas precursoras a la revolución bolchevique.

Nazismo es abreviatura de Nacional SociaIismo. El Nacionalsocialismo era un sistema cuya característica principal fue la total planificación estatal de la actividad productiva del pueblo alemán. Se basaba en la virtual confiscación de la propiedad privada, dejando al dueño el título de propiedad, por supuesto sujeto a que lo utilizara según las instrucciones del gobierno. Y claro, por definición, el verdadero propietario es quien dispone cuándo, cuánto y qué hacer con la propiedad, y no quien posee el pedazo de papel llamado título.

Hitler le dijo a Hermann Rauschning que su socialismo no significaba nacionalización: «Nuestro socialismo va más a fondo: no cambia el orden externo de las cosas, ordena solamente la relación del hombre con el Estado... ¿entonces de qué sirve la propiedad? ¿Para qué socializar la banca y las fábricas? Estamos socializando a la gente».[i]

En su Plan de Cuatro Años, Hitler afirmó que la tarea del Ministro de Economía simplemente era «presentar los objetivos de la economía nacional y entonces, la economía privada lo lograría». Si no lo lograba, «entonces el Estado Nacionalsocialista (nazismo) sabría cómo resolver el problema».

Así, a través de la planificación estatal, es que en tiempos modernos se ha privado a las personas de parte de sus haberes, su tiempo, del fruto de su trabajo y de su libertad.

Muchos se indignarán si se les cataloga donde según sus posturas les corresponde.

El control de cambios, como hoy se aplica, fue impuesto por primera vez por los nazis, para controlar más a sus ciudadanos. Obviamente «las divisas» o «los cambios» no pueden tener o no tener libertad. Las divisas son papeles impresos que representan poder adquisitivo de alguna persona real, de carne y hueso. Solamente las personas pueden ser libres o no. El llamado «control de divisas», rigurosamente hablando, es «control de la persona que posee divisas».

La ley no le prohibe nada a las divisas. Le prohíbe a las personas ejercitar su libertad para disponer de ellas. Solamente a las personas se podrá castigar si dispone de ellas en forma distinta a lo que los funcionarios de turno disponen legislar. Repetimos, no se está juzgando si el «control» es bueno o malo. Solamente se está describiendo el hecho.

El control de cambios consiste fundamentalmente en la expropiación de los productos de exportación a quienes los produjeron. No importa si se expropia el producto físicamente o el pago que se recibe por el producto. Ese acto consiste en transferir las divisas (pago por el producto) coercitivamente al Estado o, eufemísticamente hablando, a la «sociedad». En realidad, pasan a ser propiedad del gobierno y quienes disponen de ellas son los que gobiernan.

Estrictamente hablando, ese proceso se llama la socialización o estatización de las divisas. De ninguna manera se puede caracterizar coma una medida libre de mercado, sino exclusivamente, como socialista o comunista. Incluso está recomendada por el padre del comunismo, Carlos Marx, desde 1848, cuando lanzó el Manifiesto Comunista, como medio para socializar la actividad económica.

Hay muchos ejemplos en esta época de epítetos y argumentos pintorescos e ingenuos de personas que creen ser una cosa y en realidad son otra. Muchas personas que adversan un sistema, sin saberlo son sus principales defensores. Y en el caso del fascismo y el nazismo esto es el más común, pues sus más vehementes opositores son, irónica e inocentemente, sus más eficaces propagadores. Se oponen al genocidio de los judíos por los nazis, pero casi todo lo demás lo emulan.

Debe quedar muy claro, desde luego, que no puede juzgarse si una medida es buena o mala teniendo en cuenta sólo quien la inventó o en que época se puso en práctica. No todo lo que dijo Carlos Marx es falso, no todo lo que existe en Rusia es comunismo, y no todo lo que dicen los norteamericanos es capitalista.

Sin embargo, vivimos en una época en la que a falta de argumentos se clasifica a las personas. Se trata de colocarlas en una casilla. En vez de refutar un argumento, se le pone una etiqueta, o se le asocia con alguna persona. No es raro que, cuando alguien que está en desacuerdo, en vez de refutar el argumento, simplemente dice: «ah, eso lo oíste de fulano de tal» creyendo que así ya invalidó el argumento. Esto demuestra el poco rigor intelectual del debate público.

No es extraño, pues, que en algunas ocasiones se haya caracterizado con todo rigor a los sistemas prevalecientes en Latinoamérica como nazis. Si vamos a examinar a fondo la política económica de la CEPAL, del CEMLA y de sus privilegiados burócratas, la casilla que les correspondería sería la del totalitarismo. Algunos de ellos son tan dictatoriales que llaman traidores a quienes no están de acuerdo can sus teorías económicas, lo cual recuerda a Himmler y sus secuaces, quienes inventaron lo que hoy le llaman crímenes económicos, los cuales no son crímenes que atentan contra el derecho ajeno, sino que son actos que simplemente no están de acuerdo con lo que los comisarios económicos han legislado como conveniente.

La generalizada falta de rigor en la formación intelectual de muchos líderes políticos y de opinión, ha conducido a resultados que ellos mismos repudiarían, por ser incongruentes con lo que dicen profesar, si se dieran cuenta.

Otro ejemplo extraordinario de inconsecuencia es que para un lado se profesa la fe en la democracia, y por el otro, se desea alejar de la política el manejo de algunas instituciones públicas importantes.

Pero la esencia de la democracia es la administración política de la cosa pública.

Los ciudadanos, a través de sus representantes, emiten las disposiciones y presupuestos que rigen los asuntos públicos. La única entidad que en una democracia tiene autonomía política, es el Organismo Judicial. El Poder Ejecutivo está supeditado a la máxima representación política nacional, el Congreso.

No obstante, generalmente se cree que otorgar autonomía a ciertas instituciones ¡es democrático! Se les priva de la cualidad esencial democrática, que es la cualidad política, y a pesar de ello se considera que su existencia es congruente con la democracia, por el hecho de que en su régimen interno las decisiones se toman por mayoría de votos.Las consecuencias no son sin importancia. Los ciudadanos típicamente resultan con la obligación de sostener esas instituciones a través de impuestos, cuotas, comisiones obligatorias y precios monopolísticos, pero nada tienen que decir en cuanto a su manejo, pues ni siquiera su presupuesto es autorizado por el Congreso. En algunos casos ¡ni dan cuenta pública del empleo de los fondos de los ciudadanos! Por ello no debe extrañar que con el tiempo esas entidades resultan manejadas por los grupos que tienen un mayor interés creado en las actividades de la entidad, que en las finalidades de la misma. Ello, desde luego, más se parece al fascismo que a la democracia.

La gran confusión retórica, (que solamente puede darse cuando los círculos culturales ya han abandonado el rigor académico), ha producido el curioso pero común caso de personas que resultan ser el prototipo de lo que dicen repudiar.

No son los Hombres, es el Sistema

En un sistema de economía de mercado, ninguna ventaja pueden obtener los empresarios del cohecho de funcionarios y políticos, no siéndoles tampoco posible a estos últimos presionar a aquellos ni exigirles nada . En los países dirigistas existen grupos reconocidos de presión que bregan buscando privilegios para sus componentes a costa siempre de otros grupos o personas más débiles. En tal ambiente no es de extrañar que los hombres de empresa intenten protegerse contra los abusos administrativos, comprando a los correspondientes funcionarios. Es más, una vez habituados, empresarios y funcionarios, a dicha mecánica, raro será que, por su parte, no busquen también privilegios personales, al amparo de la misma. Mientras tanto, los consumidores, los supuestamente gobernados, son quienes aprontan las sumas que luego se dedicarán a la corrupción y al cohecho.

LUDWIG VON MISES, 1949

«Si vamos a examinar a fondo la política de la CEPAL, del CEMLA y de sus privilegiados burócratas, la casilla que les correspondería sería la del totalitarismo».

M.F. Ayau

[i] Tomado de Hitlers Revolution or Destruction, Hermann Rauschning. Londres, 1939