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Año: 4, Abril 1962 No. 38
Poder Económico y Propiedad Privada
Por Hans F. Sennholz.
Traducido del Freeman
Cuando denuncian nuestro orden social los socialistas usualmente siguen dos patrones. Mientras algunos describen en colores brillantes lo deseable del socialismo, otros describen los pretendidos horrores del sistema de empresa individual.
Reinhold Niebuhr en su libro El Hombre Moral y La Sociedad Inmoral, en general sigue el último sistema, a medida que advoca sus argumentos en favor del socialismo. Este libro prácticamente «hizo» a Niebuhr cuando salió en 1934. Provee los lentes a través de los cuales mucha gente, aún hoy día, ve los problemas sociales. Estamos de acuerdo con Niebuhr que el poder es malo y se le debe desconfiar. Pero dice Niebuhr «sólo el proletariado Marxista ha visto este problema con perfecta claridad. Si bien comete errores al escoger los medios para lograr sus fines, no ha errado ni al asentar su meta racional hacia la cual debe moverse, la meta de justicia egalitaria, ni en entender las bases económicas de la justicia». (pp. 164, 165). Únicamente el proletariado Marxista ha reconocido esto.
Cuando Niebuhr habla «de las clases dominantes» con lo que él quiere decir los defensores del capitalismo utiliza una terminología dura tal como «prejuicio», «hipocresía», y «deshonestidad». Su razonamiento, su religión, su cultura, de acuerdo con Niebuhr, «son en sí el producto de, o por lo menos coloreadas por, experiencias parciales de su clase». (pp. 140, 141). En otras palabras, cualquiera que defienda libertad individual e iniciativa, queda desenmascarado como un abogado de los privilegios especiales y los intereses de la clase burguesa.
De acuerdo con la filosofía Niebuhriana los habitantes están divididos en clases económicas cuyos intereses difieren radicalmente unos de otros. Pero únicamente el proletariado Marxista es motivado por fines racionales hacia los cuales una justa sociedad debe evolucionar. El orden de iniciativa individual está corrompido y es injusto porque está construido sobre los intereses especiales y el poderío económico de la clase burguesa.
Las tres suposiciones son falaces. No hay clases, ni privilegios de clase en la sociedad contemplada por los filósofos y economistas clásicos. Ante la ley todos deben ser tratados igual. Los privilegios de antaño de título estatal, o de clase fueron abolidos por legislación durante los siglos XVIII y XIX.
La riqueza privada consiste de capital
La propiedad privada no es un privilegio especial disfrutado por la clase burguesa. Es una institución natural que facilita la producción ordenada y la división del trabajo. La propiedad privada de los medios de producción está a favor de los intereses de todos, ya que asegura el más económico empleo de recursos escasos. El productor eficiente, que produce lo que la gente desea en la manera más efectiva, adquiere control sobre el capital productivo. Su riqueza consiste principalmente del capital que se emplea en la producción de bienes para las gentes.
Los críticos del capitalismo que deploran la diferencia entre el industrial rico y el trabajador, pasan por alto esta característica de la riqueza del acaudalado. Su riqueza no consiste en lujos improductivos, sino que en fábricas, bienes, máquinas y equipos que producen para la gente, que dan empleo, y que proporcionan salarios. Es cierto que el empresario con éxito usualmente goza de más alto nivel de vida que sus empleados. El carro que maneja podrá ser de último modelo, su traje podrá ser hecho a la medida, su casa podrá tener alfombras de pared a pared.
El poder económico es derivativo
El poder del empresario se deriva del poder soberano de los consumidores. Su habilidad de administrar inteligentemente los factores de producción le han conseguido el apoyo de los consumidores. Ello no queda asegurado como privilegio especial, ni costumbre, ni tradición, más bien se funda en su habilidad de servir al único mandante soberano de la economía capitalista: el consumidor. El hombre de negocios, sin importar cuan aparente sea su poder, tiene que tratar de abastecer las preferencias y deseos de los compradores. El tratarlos con negligencia le puede significar el desastre.
Un ejemplo muy conocido podrá ilustrar el caso. Henry Ford escaló a fama, riqueza, y poder cuando produjo millones de carros que a las gentes satisfacían y deseaban. Pero durante la decena de 1920 sus predilecciones y gustos comenzaron a cambiar. Deseaban ya mayor variedad da carros más grandes y mejores los cuales Ford rehusaba fabricar. Consecuentemente, mientras otras compañías como la General Motors y Chrysler crecieron a brincos, la empresa Ford sufría grandes pérdidas. Así el poder y la reputación de Henry Ford declinó por un tiempo, tan rápido como había crecido en décadas anteriores [i] En verdad, un hombre de negocios puede desatender o defraudar a un comprador individual. Pero deberá pagar el precio de tal acción en menores ventas y ganancias. Si continuamente decepciona a su clientela, perderá su rango de empresario a corto plazo.
Es cierto que un hombre de negocios puede ser rudo e injusto con un empleado. Pero también pagará un alto precio por sus arbitrariedades. Sus empleados tratarán de cambiar empleo y trabajar en otra parte. Para poder atraer a los trabajadores, tal hombre de negocios con mala reputación tendrá que pagar más que los salarios que pagan empleadores más considerados. Pero mayores costos tenderán a eliminarlo. Si paga menores salarios, perderá sus buenos trabajadores a sus competidores, lo cual también tenderá a su eliminación.
Al hombre de negocios con éxito se le puede confiar y es en general justo. El se esfuerza en conseguir la confianza y la buena voluntad de sus clientes así como de sus trabajadores. Mas aún, es frecuente que el hombre de negocios en su afán de estar bien con todos, desarrolla una personalidad descolorida. En su afán de evitar controversias y hostilidades, hace lo posible por abstenerse de opinar en asuntos económicos y políticos. Muchos hombres de negocios se esfuerzan en ser neutrales con respecto a todos los problemas controversiales.
El capitalismo, la nave salvadora del trabajador
En la sociedad capitalista son los trabajadores los más beneficiados. Únicamente hay que comparar las condiciones de vida y de trabajo del trabajador americano, con aquellos sus colegas de países no capitalistas tales como la India o China. Entre los trabajadores del mundo él es el príncipe. Su semana de trabajo es la más corta, sus esfuerzos físicos son los menores y sus salarios son por mucho, los más altos.
El millonario del capitalismo es menos envidiado por sus colegas en sociedades no capitalistas. Su riqueza consiste principalmente de inversiones de capital que tiene que defender continuamente contra la competencia de otros empresarios. La riqueza que consume que es una fracción mínima de su riqueza total, probablemente es modesta. Pero un millonario Indú, quizás un Rajá, probablemente no está preocupado con problemas de producción y competencia. Él reside en una mansión enorme, rodeado de su harén y es proveído por docenas de ansiosos sirvientes. Él con seguridad no envidia al industrialista americano, no importe a cuánto alcance la riqueza de este último.
El socialismo, sea de índole Marxista, Fabianista, Nazista, o Fascista, no promueve igualdad, todo lo contrario, crea inequidades tremendas. Da lugar al crecimiento de una nueva clase de administradores políticos y económicos cuyos poderes son ilimitados y absolutos. Elimina la soberanía del consumidor y el poder incidental del hombre de empresa. Substituye la discreción y libertad de las gentes para escoger, con el poder omnisciente y omnipotente del estado.
Puede ser muy cierto que el trabajador marxista realmente aspire a la realización de tal orden social; pero contrario a las conclusiones de Niebuhr, sus esfuerzos no beneficiarán ni a la sociedad ni al trabajador. Cegado y mal guiado por los silogismos socialistas promueve un orden social que lo esclavizará y lo empobrecerá. Y así contribuye a destruir el mismo orden social capitalista que lo ha liberado de la servidumbre y del hambre.
[i] N. D. igualmente fracasó su empresa con el carro Edsel recientemente. El consumidor sencillamente lo rechazó, sin importar el gran poder económico, la oferta publicitaria, etc., de un «poderío» económico tan grande.