Año: 12, Marzo 1970 No. 218

EL ESCARABAJO Y EL CIENPIÉS

W. A. PATON

En el refrescar de la tarde, según cuentan, el señor Escarabajo y la señorita Cienpiés salieron de abajo de las rocas y comenzaron a chismear, como era la costumbre entre tales criaturas en aquellos viejos tiempos.

«Buenas tardes, mi querida señorita Cienpiés», dijo el señor Escarabajo en su mejor tono de voz; y «muy buenas tardes mi estimado señor Escarabajo», le contestó la dama, con coqueta sonrisa.

Después de alguna discusión sobre el clima, las reservas de comida y los peligros recientemente encontrados, la conversación perdía interés. Fue así que, en un esfuerzo para que continuara la visita, el señor Escarabajo tocó un nuevo tema.

«Señorita Cienpiés, dijo, la parte de su anatomía que más me ha intrigado por mucho tiempo -aunque no creo que lo haya mencionado antes- es su bello conjunto de patas, y también estoy grandemente impresionado por la gran habilidad que demuestra cuando las manipula para trasladarse por todos lados. Yo sólo tengo seis patas de que dar cuenta, pero no me muevo con mucha agilidad y, por ello, mis amigos me consideran un tanto torpe. Usted, por el contrario, con cincuenta patas del lado derecho y cincuenta más del izquierdo, maneja todo ese equipo sin ningún esfuerzo aparente, y viaja con velocidad y con mucha gracia en cualquier dirección que escoja tomar, y cambia de viraje en la forma que quiera sin pensarlo dos veces. Dígame, estimada señorita Cienpiés, ¿cómo es que usted lo hace?»

Al oír este pequeño discurso, la señorita Cienpiés inclinó la cabeza, pestañeó coquetamente (el lector tendrá que usar un poco de imaginación en esta parte) y respondió:

«Mi estimado señor Escarabajo, usted exagera algo que es realmente muy sencillo. Sí. Me muevo rápida y elegantemente -y lo admito, como ve-, porque me es muy fácil mantener mis patas en orden y que responden a mis deseos».

El señor Escarabajo no quedó satisfecho. «Eso le puede parecer fácil a usted, le dijo, pero su aparato de locomoción me parece sumamente complicado y no veo cómo es que puede impedir el enredarlo todo, por lo menos de vez en cuando. Desearía que me dijera cómo es que en verdad lo hace. Supongamos, por ejemplo, que usted quiera mover la pata número dieciséis de su lado izquierdo. Exactamente, ¿cómo es que lo lograría?

«Ningún problema, dijo ella jocosamente; le enseñaré». Fue entonces que la señorita Cienpiés le entró de lleno a la tarea descrita: se movió y torció, pasó por todo tipo de contorsiones, sudó un buen rato, y todo sin lograr el fin perseguido. Finalmente, en lugar de mover la décimo sexta pata del lado izquierdo, logró un pequeñísimo movimiento en la pata número once (contando de adelante para atrás) del lado derecho.

Entonces, el señor Escarabajo se dio cuenta de que había provocado algo que debió haber dejado estar y, cuando la señorita Cienpiés continuó su lucha, verdaderamente se alarmó.

«Por favor, señorita Cienpiés, le rogó él, ya no preocupe su preciosa cabecita con mi ingenua pregunta. El tema no tiene importancia y encuentro que usted comienza a sentirse mal. Podemos discutir este tema alguna otra vez».

Pero la señorita Cienpiés se lo había propuesto y, de acuerdo a todos los relatos del episodio, desesperadamente continuó probando hasta que estaba completamente exhausta. Pero esto no fue lo peor. ¡Cuando finalmente se dio por vencida, ya se había confundido tanto que no podía moverse para nada! Un escritor introduce unas líneas en verso, relatando este infeliz resultado. Si mi memoria no me falla, va algo así:

Se torció, contorsionó a tal grado, que quedó tirada, inútilmente, en el prado.

De allí en adelante, la pobre criatura quedó completamente paralizada de la cintura para abajo y finalmente murió de inanición.

Esta fábula tiene una moraleja para estos tiempos, moraleja que es bastante evidente para cualquiera que esté familiarizado y preocupado por el impacto de la ola de intervención gubernamental sobre el complicado mecanismo del mercado libre. Entre las maravillas de la sociedad humana -quizá la más grande de todas- está nuestra red de actividades de intercambio y el mosaico de precios que la acompaña. Es este el instrumento que ha promovido e implementado el sorprendente grado de especialización en la producción, y ha hecho posible el tener una inmensa variedad de servicios y bienes de consumo. Operando mediante la estructura de precios, el mercado reconoce e integra las inclinaciones y preferencias de millones de individuos, y el sistema prontamente refleja los constantes cambios de actitudes y circunstancias del grupo de participantes. Es en este contexto que el concepto «milagro» ha sido frecuentemente aplicado para describir el funcionamiento del mercado libre competitivo. Sin directrices, sin intervención gubernamental, sin planificación central, las fuerzas impersonales del mercado, actuando automáticamente, dirigen la asignación de recursos, valoran las contribuciones de los factores de producción y distribuyen el producto. Pero este maravilloso mecanismo, no siendo el invento de nadie sino la pura esencia de desarrollo y actividad económica, puede ser, indudablemente, mutilada, y finalmente, destruida del todo mediante el manipuleo y la intervención conscientes. Dejada en paz, limitando el poder del Estado a controlar acciones dañinas al derecho ajeno, el mercado hace maravillas cuando se trata de dirigir conducta económica; cargado de controles de precios, reglamentación gubernamental, intervención y planificación burocrática, el mecanismo de mercado falla y, eventualmente, se convierte en ineficiente. Hace años, en sus cátedras, el profesor Fred M. Taylor ponía gran empeño en la necesidad de una política de no intervención si es que se quería que el sistema de precios fuera eficiente en dirigir la actividad económica. Su exclamación favorita al respecto era: «no trastee el termostato».

Los malos resultados de la actual intervención en el mercado son aparentes en todo ámbito y, sin embargo, hay pocas señales de una disminución en la tendencia socialista. Los planificadores se tuercen y retuercen, como la señorita Cienpiés, y cada esfuerzo adicional tendiente a controlar la economía establece una cadena de nuevas contorsiones y dislocaciones económicas. Pero los dedicados intervencionistas que ahora están «montados en el macho» no parecen advertir el estancamiento y la parálisis que les espera y, desafortunadamente, al resto de nosotros al final de la jornada.