Año: 15, Junio 1973 No. 295

FERMIN Y MARTIN

Por Hilary Arathoon

Fermín y Martín eran hermanos, hijos de un inmigrante venido a América en busca de fortuna y que había logrado crear dos prósperos negocios que había legado respectivamente a cada uno de sus hijos.

Fermín, el mayor, era hombre inteligente, de carácter, y de los que no se dejan influenciar en contra de los dictados de su razón.

Martín, en cambio, era de carácter dócil, emotivo y de los que son material dúctil para los que saben influir en ellos apelando astutamente a su carácter noble y generoso. Por eso de niño le decían: "San Martín".

A la muerte del padre y quedar cada uno al frente de sus propios negocios, Fermín dispuso aprovechar la oportunidad que su padre le había brindado para acrecentar su empresa. Con tal fin se preparó con ahínco en su especialidad para poder triunfar dentro de la competencia y poder dar el mejor servicio a los consumidores y así merecer su patrocinio. Dando lo mejor, nadie le regatearía el valor de su trabajo.

Exigente consigo mismo, sabía exigir también de sus empleados. A los trabajadores los seleccionaba cuidadosamente, aceptando únicamente a los más aptos, a los que procuraba recompensar de a cuerdo con sus méritos. A los inútiles y holgazanes procuraba alejarlos lo mas pronto de su lado, pues comprendía que sólo constituían un lastre y un estorbo para los demás y para la empresa. En tal forma, pronto logró crearse renombre de persona responsable en el mundo de los negocios y todos acudían a él en busca de sus servicios, pues sabían que podían depender de su trabajo. De este modo su empresa pronto fue creciendo a pasos agigantados.

Martín, en cambio, era un empresario ejemplar, según el criterio que antepone la sensibilidad social del individuo a la efectividad en la administración. Imbuido por las enseñanzas impartidas por sus mentores, experimentaba un sentimiento de culpabilidad por hallarse en una situación privilegiada en relación con la mayoría, especialmente con los que laboraban con él, y se dolía de no poder hacer extensivo a éstos su propio bienestar.

Había escuchado muchos sermones en los que se apelaba a su conciencia social, al amor al prójimo, al sacrificio del interés personal en aras del interés social. Aparentemente, con la liberación en los estudios filosóficos sus mentores habían aprendido mucho de la filosofía de Comte con su doctrina de "altruismo", es decir: "vivir para los demás" y en la que el "amor al género humano" desplazaba al "amor de Dios".

Siguiendo sus enseñanzas, Martín se esforzaba por vivir según sus principios, mientras que al mismo tiempo procuraba sostener el negocio heredado del padre y que era su única fuente de ingresos y el único sostén de que disponía para él y su familia.

Como ambos credos eran divergentes, el aprendido de su padre y el brindado por sus mentores, Martín se hallaba ante una situación conflictiva y no hallaba qué camino seguir, pero pronto fueron privando en él las enseñanzas y doctrinas de algunos de sus mentores.

De su padre había aprendido la necesidad de buscar la ganancia como único medio de sostener y acrecentrar el negocio, mientras que las recomendaciones de sus mentores le recalcaban la obligación de no buscar el lucro. Le inculcaban también la obligación de dar a cada cual según sus necesidades recalcando que un empresario que no fuera capaz de pagar sueldos que permitieran vivir holgadamente a sus trabajadores, no debería tener empresa.

Al mismo tiempo le instaban a crear el mayor número de plazas de trabajo posible para beneficio de los desocupados, y culpaban a los empresarios de no crear los suficientes para ir absorbiendo el creciente número de la población.

Martín se hallaba en un brete. Por un lado estaba su afán de producir y sacar avante su empresa como su padre y su hermano lo habían hecho, a base de laboriosidad y buen servicio. Por el otro, estaban las exigencias y a la vez las recriminaciones de sus mentores que lo enseñaban a considerar como delictuoso el hecho de obtener ganancias. Entre mayor la ganancia, mayor el delito.

Contradictoriamente le instaban a crear plazas, pero al mismo tiempo denunciaban desde el púlpito a los empleadores a nombre de una Justicia Social basada en las necesidades de cada cual, o sea de aplicación imposible. Si hubiera sido a base de méritos, en conocimiento de valores recibidos y que lo acordado guardara conexión con lo recibido, las cuentas se hubieran podido ajustar y se habría podido establecer una relación duradera. Pero a base de necesidades que no concordaban ni podían concordar con servicios prestados, su aplicación era imposible. No había ni podía existir relación entre el rendimiento de la persona objeto de la reiterada justicia y lo que por sus necesidades debería percibir según los cánones de sus consejeros.

Dicho reclamo parecíale a Martín más bien un reclamo a Dios por el delito de no haber creado a todos los hombres iguales. Aparentemente, puesto que nunca especificaban, iba dirigido a la sociedad, pero como alguien ha dicho: "La sociedad no existe, sólo existen individuos". Por eso pensaba Martín que era necesario precisar a quiénes iba dirigida la inculpación. ¿A los que por su inteligencia, diligencia, virtuosidad y trabajo, producían la riqueza? ¿O a los que por holgazanería, indolencia, incapacidad o falta de empeño, no la producían? ¿O sería a los administradores de la cosa pública, cuya incapacidad para producir riqueza era notoria?

Fuera como fuere, Martín había aceptado la culpabilidad. Y por eso en sus tratos siempre anteponía los intereses ajenos a los propios, ignorando que su primera y más alta obligación era para la clientela que confiaba en él y sus productos y estaba dispuesta a dar el fruto de su propio trabajo en cambio.

Olvidando que la caridad empieza en casa, Martín se esforzaba en todo caso en anteponer los intereses de los demás a los suyos propios. El veía que muchos de sus mentores no eran consecuentes consigo mismos, pues aunque predicaban la necesidad de anteponer el interés ajeno al propio, cuando iban de compras perseguían siempre su propio beneficio y compraban donde lo que buscaban fuera más barato, sin importarles si el productor había seguido las normas por ellos prescritas y había antepuesto el interés ajeno al propio durante el proceso de la producción, o si había sido lo que ellos tildaban: "un explotador".

Cuántas veces los había visto acudir a la competencia, en vez de acudir a él, quién por seguir sus enseñanzas se había visto obligado a elevar sus precios, lo que había afectado seriamente su índice de ventas. Así favorecían y premiaban con su dinero a los que seguían las normas por ellos condenadas.

Martín creía que para ser consecuentes con sus doctrinas, deberían dar el ejemplo ellos mismos. Así cuando él iba en busca de zapatos, acudía a un viejo proveedor, quien en un tiempo había sido excelente zapatero, pero que con el tiempo y los achaques de la vejez, había perdido habilidad. El resultado era que su trabajo era defectuoso y en consecuencia, los zapatos de Martín le producían callosidades a veces dolorosas que le impedían caminar.

El que proveía la leche para sus hijos, también había llegado a menos y el producto que vendía era mitad leche y mitad agua, pero Martín no lo abandonaba a pesar de los requerimientos de su esposa, porque el lechero era padre de numerosa familia y tenía muchas bocas que alimentar.

Igual sucedía con el panadero, quien en un tiempo ofrecía un producto apetitoso, dorado, recién salido del horno, pero quien últimamente había dado en enviarle pan frío o recalentado. Se enteró Martín que éste había descuidado su panadería por andar en enredos con una mujer, pero como también era padre de numerosa familia, dispuso aceptar filosóficamente el producto inferior que ahora le brindaba, antes de privarle de su apoyo como consumidor.

La misma filosofía la seguía Martín en su empresa. Sus buenos trabajadores que no veían allí esperanzas de progresar, pronto lo abandonaron y entonces se vio rodeado de gente incompetente con la siguiente deficiencia en su producción. Sus proveedores también resultaron enviándole materiales de calidad inferior, por lo que el producto de su empresa que originalmente había sido bueno, fue mermado con el consiguiente repudio por parte de los consumidores.

Fermín al enterarse de la suerte que corría el negocio de su hermano, acudió a visitarle para darle consejos. Le insto a cambiar de táctica y librarse de quienes estaban arruinando su empresa. Pero el consejo era ya tarde, porque Martín había fracasado y hubo de acudir a su hermano en busca de empleo. Como en lo personal era buen trabajador, éste se lo dio.

Hasta que aconteció lo que había de suceder. Tenía Martín un automóvil ya viejo, pues sus circunstancias no le habían permitido canjearlo. Para su chequeo acostumbraba enviarlo con un mecánico de su confianza. Por razones ignotas, éste había dado últimamente en beber. Pero Martín por razones de índole sentimental y porque el mecánico era padre de una niña inválida, no había querido cambiarlo y le seguía deparando su confianza.

Una vez tras un chequeo defectuoso, salió Martín de paseo con su familia, pero al llegar a un declive del camino, el freno no le funcionó y el automóvil se despeño. Tal fue el triste fin de Martín y su familia y a lo que le condujo el anteponer los intereses de los demás a los propios.

En cambio Fermín, quien exigía una buena, pero equitativa retribución en cambio de su trabajo y de su dinero, y anteponía sus propios intereses y los de su familia a los de los demás, prosperó y con él prosperaron, tanto sus trabajadores laboriosos y conscientes que junto con él se enorgullecían de la calidad de sus productos, como los clientes que se abastecían de los mismos y disfrutaban del bienestar que éstos les proporcionaban.