Año: 18, Julio 1976 No. 369

Bicentenario de la Publicación de Investigaciones Sobre la Naturaleza y Causa de la Riqueza de las Naciones

Hilary Arathoon

En este año de 1976, el mundo de habla inglesa celebra el bicentenario de dos documentos de gran trascendencia: «La declaración de la independencia de los Estados Unidos de Norte América» y la aparición en Inglaterra del libro: «Investigaciones sobre la naturaleza y causa de la riqueza de las naciones. por el célebre economista, Adam Smith, quien nació en Rirkaldy, Escocia, el 5 de junio de 1727 y tras de una vida apacible sin altibajos de consideración, murió soltero en Edimburgo, en 1790.

Adam Smith cursó sus primeros estudios en Glasgow y después pasó al colegio de Balliol en Oxford, donde se graduó. Tras de servir una cátedra durante doce años en la Universidad de Glasgow, viajó a Tolouse, Francia, como tutor del duque de Buccleuch, visitando posteriormente las ciudades de París y Ginebra. Concluida dicha asignación, regresó a Inglaterra donde publicó su obra magna que le valió ser considerado como padre de las ciencias económicas.

Tras su aparición, dicho libro fue aclamado por Henry Thomas Buckle, como el libro más importante jamás escrito. Puede considerarse exagerado este reclamo, especialmente por los que desconocen su contenido y los efectos por él surtidos. Pero nadie puede negar que tuvo impacto muy grande y que el desarrollo económico de nuestra era, se debe más que todo a la aplicación de los principios por él descubiertos. Pudiéramos decir sin riesgo a equivocarnos que sin la aparición de dicho libro, el desarrollo hubiera sido mucho menor y consideramos una verdadera lástima que los principios en él asentados no hayan alcanzado mayor divulgación, especialmente en América Latina, la cual se encuentra mucho más influenciada por el pensamiento de Marx, que por el de su ilustre antecesor que le precedió con casi un siglo de anticipación.

Adam Smith nos habla de producción y el tiempo se encargó de confirmar la corrección de sus observaciones. Marx nos habla de distribución. Sin Smith, quizás no hubiera surgido Marx, pues sin el auge a que diera lugar la revolución industrial gracias a la aplicación de las observaciones de Smith y que originaron una riqueza sin precedentes en la historia de la humanidad, no hubiera habido mayor cosa que distribuir y el pensamiento humano quizás no se hubiera ocupado de ello. De modo que juzgue el lector qué será de mayor trascendencia, si el pensamiento que hizo posible la creación de la riqueza, o el que sólo trata de su distribución, pero que nada ha contribuido a su creación, ni al enriquecimiento de las naciones, sino más bien a su empobrecimiento. Tal el caso de la Gran Bretaña actual.

Esto nos hace pensar que lo que más nos hace falta en nuestra América Latina es la divulgación del pensamiento de Adam Smith, y lo que más la ha perjudicado es la influencia perniciosa de Marx que inhibe la producción, pues en vez de estimularía la restringe, ya que la amenaza del despojo o la expoliación pende sobre la cabeza del productor como espada de Damocles, inhibiendo la acción creadora y perpetuando la pobreza.

En el párrafo inicial de su libro empieza Smith ensalzando la división del trabajo, a la que atribuye el haber incrementado su poder productivo y el haber aumentado la pericia en su dirección y aplicación. Para ilustrar ofrece el ejemplo muy elocuente de una fábrica de alfileres, señalando cómo, gracias a la división del trabajo, la capacidad productiva de la misma y de cada uno de los trabajadores empleados en ella se habían multiplicado enormemente.

Partió Smith de la convicción (de la que participan muchos filósofos) que en el universo existe un orden natural que preside sobre todas las cosas, que debe ser comprendido y al que uno se debe ajustar para poder triunfar. De ese orden natural se derivan los derechos más sagrados del hombre. El vivir en armonía con ese orden requiere que esos sagrados derechos sean respetados.

Para saber cuáles son esos derechos, podemos referirnos a la Declaración de la Independencia de los Estados Unidos de Norte América, que los define así: «consideramos que estas verdades son evidentes de por sí: Que todos los hombres han sido creados iguales, que han sido dotados por su Creador con ciertos derechos inalienables, cuales son el Derecho a la Vida, a la Libertad y a la búsqueda de la felicidad. Que para asegurar estos derechos han sido instituidos los gobiernos entre los hombres, más los cuales devengan su poder del consentimiento de los gobernados» (Hasta aquí la Declaración de la Independencia).

Pudiera creerse que el derecho a la búsqueda de la felicidad individual pudiera estar en desacuerdo o contravenir con el bienestar de la generalidad. Pero como nos dice Adam Smith en su libro:

Cada individuo está continuamente esforzándose por encontrar la ocupación más ventajosa para cualquier capital del que pueda disponer. Al actuar así, es su propio interés el que busca y no el de la sociedad. Pero el estudio de lo que es más ventajoso para él, naturalmente lo lleva a preferir aquel empleo que resulta más ventajoso para la sociedad.

El producto de la industrialización es lo que gana el objeto o material sujeto a dicha industrialización. En proporción a que dicho valor sea grande o pequeño, en igual proporción serán las ganancias del empleador. Pero es únicamente por motivo de dichas ganancias que cualquier hombre está dispuesto a invertir un capital en apoyo de una industria cualquiera y por consiguiente, siempre procurará emplearla en apoyo de aquella industria que tenga las mayores posibilidades de rendir el mayor valor, o que pueda ser canjeado por la mayor cantidad, ya sea de dinero o de otros bienes.

La riqueza de las naciones, nos dice Smith, depende de la habilidad, destreza y discernimiento en la dirección del trabajo. Dos factores deben tomarse en cuenta: el grado de división de trabajo que haya alcanzado la sociedad y el monto de capital disponible para el uso de los trabajadores.

Pero ¿qué es lo que da origen a la división del trabajo y a la acumulación de capital? ¿ Será necesaria la intervención del gobernante? Dice Smith: «Siguiendo el orden natural de las cosas, el hombre de por sí está dispuesto a promover esos fines sin necesidad de la intervención estatal».

La división del trabajo se basa en el instinto natural del hombre a trocar, canjear, o permutar y es importante observar que no hay problema alguno en obtener la cooperación del hombre en ese sentido. No por causa de su benevolencia, sino porque comprende que es en su propio interés dicha cooperación. No es debido a la benevolencia del carnicero, del lechero, ni del panadero, que nosotros obtenemos diariamente y a la hora precisa nuestra carne, nuestra leche y nuestro pan, sino porque ellos comprenden que es en su propio interés el servirnos, así como lo es en el interés nuestro el servirlos a ellos. Vemos pues, que la división del trabajo obedece a la propia naturaleza del hombre. Así también su natural deseo de mejorar su estado, lo obliga a ahorrar y de ese modo a acumular el capital necesario para aumentar aún mas la productividad del trabajo.

Pero ¿cómo coordinar las actividades de todos? ¿Cómo asegurar que las distintas partes y procesos lleguen a juntarse al preciso momento y en el preciso lugar y en la calidad y cantidad necesarias? Existe, dice Smith, un orden espontáneo que surge de la misma naturaleza de las cosas, un orden que surge del intercambio en el mercado entre las dos fuerzas: la oferta y la demanda. Si cualquier elemento de esta complicada cadena escasea, su precio subirá y los proveedores se verán inducidos a traer más al mercado; en caso de una oferta excesiva, sucederá lo contrario. Así es como, la cantidad de cualquier mercancía que llega al mercado, se va ajustando a la demanda efectiva.

Podemos ver entonces que ese orden natural de que nos habla Smith, se presenta en el mercado, que surge como un proceso natural y espontáneo que se auto-regula a sí mismo al tiempo que regula la vida económica de la nación.

Concluye Adam Smith diciendo: «Conforme cada individuo se esfuerza en aplicar su capital en apoyo de la industria y en tal forma a promover que su producción sea lo más valiosa posible, cada individuo forzosamente se está esforzando por que las rentas anuales de la sociedad sean igualmente grandes. No es que su intención sea el promover el interés público. Generalmente no lleva ninguna intención en promover dicho interés, ni se da cuenta del grado que lo promueve. El busca únicamente su propia ganancia, y en esto como en otros casos, parece como guiado por una mano invisible a promover un fin que no tenía premeditado ni programado.

Al suprimir entonces todos los sistemas que se basan en privilegio o restricción, el obvio y simple sistema de libertad se establece por su propia cuenta. Cada hombre (siempre que no viole las leyes de la justicia), queda en perfecta libertad de perseguir a su manera, su propio interés, y de emplear tanto su industria como su capital en competencia con los de cualquier otro hombre o sociedad. En tal forma queda liberado el soberano de la necesidad de intentar una imposible tarea cual es la de pretender supervisar la industria de los particulares y de dirigirla en la forma que resulte más provechosa a los intereses de la sociedad. Al pretender llevar a cabo esa tarea, se expone a muchas desilusiones porque ningún saber ni conocimiento humano es jamás suficiente para permitirle llevar a cabo esa dirección.

Obrando de acuerdo con el sistema de libertad natural, el soberano tiene solamente tres obligaciones a cumplir, que son de suma importancia, pero simples e inteligibles al entendimiento común:

1o. La obligación de proteger a la nación contra la violencia e invasión por parte de otras naciones.

2o. La obligación de proteger en cuanto sea posible a cada miembro de la sociedad de la injusticia u opresión por parte de cualquier otro miembro de la misma o sea el deber de establecer una exacta administración de Justicia, y

3o. El deber de erigir y mantener algunas obras de utilidad pública y algunas instituciones públicas.

«La Riqueza de las Naciones» puede correctamente considerarse como un ataque a la prevaleciente filosofía económica de su época y a la práctica de esa colección de ideas incongruentes y mal relacionadas que pasaban bajo el nombre de «mercantilismo».

Existe hoy una tendencia malsana a considerar que el hombre de negocios debe anteponer a su propio interés los intereses de la sociedad y se habla mucho de la función social de las empresas. Al respecto, nos dice Smith: «Jamás he visto que haya surtido mayor provecho el que algunos pretendan actuar en el interés general. Es una afectación no muy común entre comerciantes y no se requieren mayores argumentos para disuadirlos de dicho fin».

A los que favorecen un programa de planificación general, les responde diciendo:

«Es evidente que cada individuo en su localidad puede juzgar con mayor acierto que cualquier estadista o legislador en qué clase de industria doméstica ha de emplear su capital y cuál es la que más probabilidades tiene de rendirle utilidad. El gobernante que intentara dirigir a los particulares acerca de la forma en que deberían emplear su capital, no sólo estaría asumiendo una preocupación innecesaria, sino algo que confiadamente no podría ser encomendado a una sola persona, ni siquiera a un consejo, o un senado y que en manos de nadie sería tan peligroso como en las de alguien que tuviera la torpeza y presunción de considerarse capaz de ejecutarlo».

A los que pedían protección a sus productos, les señalaba que la producción de vinos también podía efectuarse en Escocia pero a precios tan prohibitivos por no ser el clima apropiado, que resultaba injustificado intentarlo. «¿Sería lógico» preguntaba, «prohibir su importación sólo para fomentar un nacionalismo absurdo?».

Había hecho un estudio exhaustivo de la moneda en todas las edades y se había dado cuenta que las inflaciones eran simplemente causadas por la avaricia e injusticia de los príncipes y de los soberanos que abusaban de la confianza de sus súbditos y que gradualmente iban reduciendo o adulterando el metal de las monedas, perjudicando en tal forma al acreedor en beneficio del deudor.

¿Qué de relevante tiene Smith en el mundo actual?

Smith fue el apóstol de la libertad, el propulsor del mercado libre. Hoy más que nunca ha quedado demostrado el fracaso de la intervención estatal en la dirección económica de los pueblos y la necesidad del mercado libre. Hasta en los países socialistas se manifiesta esta tendencia porque se han dado cuenta que sin él es imposible la fijación de precios y sin precios es imposible la adjudicación de los recursos, o en otras palabras: sin precios es imposible la economía.

Por eso la relevancia de Smith sigue vigente y aún puede contribuir mucho para mejorar la situación de los países a los que la excesiva intervención estatal y la desafortunada aplicación de ideas socialistas mantiene en estado de subdesarrollo. El CEES ha venido desarrollando sus labores gracias a los donativos que, provenientes de personas amantes de la libertad individual y de la libre empresa, ha venido recibiendo. Los costos de impresión y correo para la distribución de nuestros folletos han aumentado en más de cuatro mil quetzales anuales. Por lo que para proseguir con la divulgación, solicitamos a nuestros colaboradores y simpatizantes su decidido y renovado apoyo y atentamente les rogamos completar y llenar este cupón.