![]() |
Año: 19, Mayo 1977 No. 389
Los que Detentan la Riqueza -Clisés del Socialismo-
Hilary Arathoon
Esta es una frase que se oye decir y que aparece en la prensa con harta frecuencia y que goza de popularidad porque implica que alguien detenta lo que no es suyo, sino de todos; por ser producto del esfuerzo común del conglomerado, lo cual autoriza a que le sea expropiado. Se habla de producto social, como si la sociedad fuera una ente con capacidad creadora y productiva y con personalidad propia, en vez de ser un conjunto de individuos con personalidades distintas y actuando aisladamente. Como si la sociedad produjera, en vez de ser sus componentes, los individuos, los que producen para satisfacer sus necesidades.
Pero, ¿se puede detentar la riqueza? La idea que rige en las mentes de muchas personas y que éstas tratan de hacer prevalecer, es que la condición de la riqueza es estática, que es una constante mal distribuida y que basta con su redistribución en forma equitativa para realizar y asegurar la felicidad de la gente. Que el hecho de que la escasez y, por ende, la pobreza existan, es porque hay acaparamiento por parte de algunas personas que, obrando egoístamente, no quieren proceder a su redistribución por no perder su situación de privilegio y de ventaja en relación con las otras personas menos favorecidas. Pero, ¿será cierta tal interpretación?
La condición de la riqueza no es estática, sino dinámica. El hecho de que unas personas sean ricas y otras pobres, no depende tanto de la mala distribución de una riqueza existente, como de la distinta capacidad para producir de las personas que forman la sociedad. Poniendo coto a dicha capacidad creadora, no se beneficia a ninguno, sino por el contrario, se daña a todos, incluso a los que se pretende beneficiar
LA RIQUEZA TIENDE A CONSUMIRSE, PUES SU FIN ES ESE, EL DE SATISFACER LAS NECESIDADES DEL CONSUMIDOR Y LA QUE NO SE CONSUME, SE DETERIORA Y DESAPARECE. Para conservarse, debe mantenerse en constante renovación. El milagro de los panes y de los peces es un milagro que debe realizarse día a día. Dicho milagro debe realizarse aunque sea sólo para conservar la vida y con mucho mayor razón, si se quiere acumular un sobrante o ahorro que sirva para atender necesidades físicas futuras o para tiempos de escasez, los años de las vacas flacas, como nos dice la Biblia. Por eso se califica el ahorro como un consumo deferido. El ahorro es la base de la formación de capital. De la capacidad de ahorro de cada cual depende que en lo futuro pueda llegar a alcanzar riqueza. Sólo el que sabe ahorrar puede tener la esperanza de llegar a ser rico algún día. Pero el que no sabe ahorrar puede tener la certeza de que siempre será pobre.
La riqueza de una nación depende de la capacidad de ahorro de sus componentes. Para promover el bienestar de las naciones, los gobiernos deben estimular la capacidad de ahorro de sus ciudadanos. La mejor forma de estimular el ahorro y la formación de capitales es respetando y haciendo que se respete la propiedad, o sea, el derecho del productor al fruto de su propio trabajo y de su esfuerzo.
La razón por la que el individuo trabaja es para cambiar de estado, de uno menos satisfactorio a otro más satisfactorio. Busca su propio bienestar y el de su familia. El que no provee para su familia es, según palabras del apóstol San Pablo: «Peor que un infiel».
Cualquier intervención gubernamental que en vez de fomentar ese natural impulso del individuo a mejorar de estado, lo contravenga, en vez de estimular, tenderá a desalentar la producción y en vez de enriquecer a la sociedad, tenderá a empobrecerla.
La frase que los marxistas han popularizado: «de cada cual según sus capacidadesy a cada cual según sus necesidades», es antieconómica en cuanto a que nadie capaz de producir va a hacerlo al máximo de sus capacidades, a menos que pueda hacerlo libremente y tenga la certeza y la seguridad de que va a poder gozar libremente del fruto de su trabajo. Cualquier intervención de terceros, ya sea del gobierno o de cualquier otro, sólo tenderá a entorpecer esa producción, ya sea si pretenden dirigirla o únicamente condicionarla.
Si en realidad se pretende mejorar el bienestar del país a través de una producción mayor, lo mejor es dejar libre al productor de producir sin estropicios de ninguna naturaleza.
Lo cual nos trae a la mente una historia: «hablábamos con un amigo acerca de la suerte de un compañero que había visto frustrados sus esfuerzos y había fracasado por la falta de cooperación de su esposa, la cual buscaba únicamente su propia gratificación, y se me ocurrió decir que, en realidad, la esposa no le había ayudado en nada. A lo que el amigo respondió: «No es necesario que ayuden, con tal de que no estorben». La palabra que utilizó para calificar la acción fue un poco más dura, pero para el caso es lo mismo».
Igual sucede con la producción. No es tanto el fomento o la ayuda que se debe dar a la producción, como no poner estropicios en su camino y el mayor estropicio que se le puede poner es pretender privar al productor del fruto de su trabajo. Respétese ese derecho, el cual debería ser tan sagrado como lo debería ser la vida misma, y no será necesario ningún otro estímulo.
Privar al productor de sus bien merecidas ganancias para distribuirlas entre los que no producen, siguiendo el principio de: «a cada cual según sus necesidades», en vez de estimular la producción, tiende a fomentar la indolencia, ya que si alguien más se encarga de satisfacer nuestras necesidades, nuestra tendencia habitual según la «ley del menor esfuerzo» que rige todas nuestras actividades, será la de dejar que otros lo hagan y no hacer esfuerzo alguno por nuestra parte para mejorar de estado.
Si se hace a la gente irresponsable liberándola de sus responsabilidades, más tarde habrá que coaccionarla para que se responsabilice nuevamente. Como el gobierno no cuenta con fondos propios para satisfacer las necesidades de todos, tendrá que exigir más de las aludidas capacidades de cada cual, y no pudiendo contar con su aporte voluntario por no haber dejado en libertad al productor de producir según los dictados de sus propios deseos, se verá obligado a forzarlos, es decir, a tratar a sus gobernados como siervos para obtener de ellos su máximo rendimiento. Ya lo dijo el conocido dramaturgo George Bernard Shaw, confeso y reconocido socialista y miembro de «The Fabian Society»: «El trabajo compulsivo que incluso lleva la pena de muerte como castigo es la clave del socialismo».
Pero tratando a la gente como esclavos, lo más que se podrá obtener de ellos es el trabajo de esclavos. A latigazos se podrán construir pirámides, pero no una economía sana y fuerte.
Toda la iniciativa, toda la inventiva de la que el hombre es capaz cuando las ejerce en su propio provecho y que cuando las ejerce libremente lo pueden llevar a inimaginables alturas, desaparecerán y en vez de eso, quedará únicamente el trabajo mecánico y rutinario del peón o de la bestia de carga que, actuando sin inteligencia ni imaginación, labora por temor al látigo o a] castigo, pero sin aportar nada de ese don divino, de ese don creador que distingue la producción del hombre libre de la del siervo o esclavo. Y aunque esto no fuera así y suponiendo (lo que no es posible), que aun hubiera quienes quisieran hacer uso de su iniciativa, bastaría el hecho de estar supeditados y sujetos a la voluntad de terceros para que podamos dar por seguro que su libertad de acción quedaría restringida y que nada podrían hacer por su propio empeño, sino que se verían obligados a moverse dentro de los lineamientos prescritos por los dirigentes o planificadores.