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Año: 20, Enero 1978 No. 406
La Mano de Obra Extranjera Barata
[i]Dean Russell
En la Universidad de Ginebra, un compañero universitario de nacionalidad egipcia, una vez me dio un argumento bastante persuasivo en defensa del uso de tarifas para proteger empleos. «Nosotros los egipcios» dijo «estamos obligados a imponer tarifas altas sobre los productos norteamericanos, porque nuestros trabajadores no están tan bien educados ni entrenados como los de ustedes y además los trabajadores norteamericanos tienen mucho más capital y equipo para trabajar que de lo que disponen los nuestros. El pensar que los trabajadores egipcios están en la posibilidad de poder competir con los de ustedes, es como esperar que un hombre con un azadón pueda competir contra una aplanadora. Por eso es que para proteger nuestros empleos, no tenemos otra alternativa que la de elevar las tarifas lo suficientemente altas como para equiparar los costos de producción».
En su fascinante argumento, mi compañero pasó por alto el hecho que la mayor parte del comercio del mundo ocurre solamente porque existen esas diferencias de costo tanto en lo que respecta a la mano de obra como en lo demás y que si se pudiera llegar a igualar los costos, el comercio desaparecería porque ya no tendría ningún objeto. Aún así, mi compañero universitario estaba más ajustado a la realidad que lo que están nuestros congresistas que protestan que, por estar sobrepagados los trabajadores norteamericanos, no pueden competir con la mano de obra barata extranjera.
Primero examinemos el asunto desde el punto de vista económico o sea el costo de mano de obra por cada unidad producida. Desde ese punto de vista, el trabajador (o finquero) norteamericano típico es el que obtiene la remuneración más baja del mundo entero. Cierto que su salario por hora es tres o cuatro veces mayor que lo que gana su contraparte en Rusia. Pero el promedio de su productividad por hora es cinco o seis veces mayor. La razón primordial de esta alta productividad es el constante aumento en la cantidad de equipo de que el norteamericano dispone para realizar su tarea.
Como dijera mi amigo, es cierto que el trabajador norteamericano está mejor educado y entrenado que sus compañeros europeos y africanos. Estoy convencido también que trabaja con mayor ahínco y mayor efectividad, aun cuando esté realizando un trabajo manual. También está más anuente a aceptar órdenes que los obreros en otros países. Pero en el análisis final, si no tuviera un fácil acceso a las máquinas y a otros medios de ahorrar trabajo, no produciría mucho más de lo que lo hace un campesino egipcio.
El resultado de esta abundancia de capital es que aun con un promedio de pago de $40.00 o $50.00 dólares diarios, el trabajador norteamericano constituye aún la mano de obra más barata de todo el mundo. Por ejemplo: un trabajador con el respaldo de capital de que dispone en los Estados Unidos de Norteamérica, y que use sus maquinas para producir quinientas unidades de cierto producto por $50.00 de paga al día, resulta mucho más económico que su equivalente en Asia, que con menos equipo produce sólo veinticinco unidades del mismo producto por $25.00 de paga.
Sin embargo, la mayoría de los hombres de negocios norteamericanos continúan en el error de seguir comparando únicamente lo que el trabajador devenga por hora, y a base de ello siguen pidiendo que se les proteja contra la mano de obra barata extranjera. Pero los hombres de negocios extranjeros están demostrando cada vez más por su manera de actuar, que la mano de obra norteamericana es en realidad una ganga.
Es por ello que la inversión directa extranjera en los EE. UU. de Norteamérica está aumentando en una proporción anual del veinte por ciento. El total de la inversión extranjera en medios de producción en los Estados Unidos de Norteamérica, sobrepasa hoy día la suma de TREINTA MIL MILLONES DE DOLARES y está creciendo constantemente.
Entre estos dueños extranjeros de fábricas norteamericanas y de otros medios relacionados con la producción, se encuentran compañías tan conocidas como: la Volkswagen de Alemania, la Volvo de Suecia, la Montecani Edison de Italia, la Hanson Trust (un conglomerado de la Gran Bretaña), las llantas Michelin de Francia, la Matsuchita del Japón y la Canadian Pacific. Sus fábricas en los Estados Unidos de Norteamérica están equipadas con trabajadores norteamericanos, los cuales generalmente reciben un salario por hora bastante más alto que lo que se les paga a los trabajadores de las mismas compañías en su país de origen.
Aunque las razones que han motivado el creciente aumento de inversiones extranjeras en este país son varias, son tres las que principalmente se aducen por los gerentes extranjeros y por los mismos inversionistas: (a) Damnificantes regulaciones gubernamentales en sus propios países; (b) bajo costo de capital en los Estados Unidos de Norteamérica; y (c) la oportunidad de acrecentar las ganancias utilizando la mano de obra norteamericana tan disciplinada, tan altamente productiva y tan relativamente barata. Barata cuando se compara el total de trabajo invertido por unidad del trabajador norteamericano en comparación con sus competidores, tanto europeos como asiáticos. El motivo fundamental por el que dichos trabajadores no tienen mucho, es porque no producen mucho.
Como dijo Aldo Cardarelli, jefe de operaciones en Europa de la General Telephone & Electronics: «En Italia, el costo de mano de obra en nuestra planta en las afueras de Milán es más o menos igual que el de nuestras plantas en Huntsville y en Albuquerque, sin embargo, el monto de la producción en los Estados Unidos de Norteamérica, las hace más competitivas». «La razón» agrega, «ha de ser debido a la productividad de los trabajadores».
La razón básica aducida por los directores de la «Imperial Chemical Industries» de la Gran Bretaña, para invertir setenta millones en una planta de herbicidas en Texas, es la libertad de acción que tienen en los Estados Unidos de Norteamérica para contratar o destituir trabajadores o para transferir trabajadores de una ocupación a otra. Esa, que es la clave esencial para la eficiencia y la productividad, ha sido casi abolida en la Gran Bretaña.
La fábrica de cemento número uno de Francia, Lafarge, está invirtiendo ahora fuertemente (con socios norteamericanos) para extender su producción en los Estados Unidos de Norteamérica. La razón dada por el presidente, Sr. Olivier Lecerf, es la decreciente eficiencia y las pocas ganancias que obtienen en Francia debido a las regulaciones de precios gubernamentales, a la política laboral y a los programas de bienestar social.
Alfred Hartmann, Vicepresidente de la compañía farmacéutica suiza, F. Hoffman-La Roche y Cía., uno de los mayores inversionistas en los Estados Unidos de Norteamérica hace la siguiente predicción: «Debido al relativamente bajo costo de la producción en Norteamérica, más y más compañías extranjeras habrán de producir en los Estados Unidos de Norteamérica para exportar a otros mercados del mundo».
Esta tendencia ha sido confirmada por el Federal Reserve Bank de Chicago: «Los costos laborales en la industria medidos según el costo por unidad de producción en términos de la moneda doméstica, ascendieron considerablemente en los países industriales durante el año mil novecientos setenta y cinco. Esta tendencia ha sido el resultado de aumentos substanciales en la tasa de compensación por hora y a la vez una reducción en la tasa de producción por hora». Sólo una nación industrial (la República Federal Alemana), tuvo un record mejor en esta tan vital medida de los costos de producción que el de los Estados Unidos de Norteamérica durante el año de mil novecientos setenta y cinco.
Está visto que en los Estados Unidos de Norteamérica tenemos una gran ventaja con nuestra baja tasa de interés del dinero, la libertad en política salarial y la productividad que los acompaña. A fin de conservar estas ventajas, sería conveniente que al considerarse una nueva ley, nuestros dirigentes, tanto en el ramo de los negocios, como laborales y gubernamentales, se plantearan siempre la pregunta si la ley o política propuesta tiene probabilidades de aumentar o disminuir la productividad. Si las probabilidades son que la disminuyan, deberían rechazarla. Si las probabilidades son que aumente, apoyarlas y sentir compasión por los trabajadores desventajados de otros países que ganan salarios tan bajos que para proteger sus puestos se sienten en la necesidad de protegerse pidiendo a sus gobiernos que alcen las tarifas en contra de la mercadería extranjera.
[i] Tomado de «The Freeman» Enero 1977. Tradujo Hilary Arathoon.