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Año: 21, Agosto 1979 No. 443
El Aguila Y El Quetzal
Francisco Pérez de Antón
En el curso de las últimas semanas se ha vuelto a poner sobre el tapete el problema de la paridad del quetzal, armándose un gran revuelo sobre su posible revaluación.
Conviene sin embargo advertir que ni la revaluación, ni la devaluación resuelven el intríngulis monetario nacional. Ambas vendrían a ser medidas arbitrarias distorsionadoras de los precios con pocas posibilidades de dar en el blanco.
La solución definitiva sería dejar flotar (o quizá volar) libremente al quetzal separándose para siempre del águila americana.
En las siguientes líneas1 se explican las razones económicas para tomar esa decisión.
El valor de las monedas
Una moneda, en general, se comporta económicamente como los frijoles o la gasolina. Si es muy abundante, su valor baja. Si es escasa, su valor sube.
En el sistema monetario internacional presente, el intercambio de monedas se basa en ese principio. Por eso, cuando se dice que el dólar baja es porque el Tesoro norteamericano ha echado a volar más águilas de la cuenta. Su valor cae, entonces, en los mercados de Zurich, Londres o Tokyo.
Como contrapartida inmediata, las otras monedas suben de valor. O dicho de otro modo, es posible obtener más dólares con los mismos marcos o yens.
Naturalmente, estas manipulaciones tienen un objeto: la de abaratar los productos americanos en el Japón o Alemania y encarecer los productos japoneses y alemanes en los Estados Unidos.
Pero no siempre los demás países se quedan quietos. Así es que ellos manipulan también sus monedas para recuperar la competitividad perdida.
El resultado es un juego financiero internacional de alta escuela basado en el manoseo de las monedas.Estando el quetzal a la par del dólar, la economía de Guatemala está sujeta a las maniobras monetarias de los gobiernos de las potencias. En estas circunstancias, es imposible para el país seguir una política monetaria autónoma e independiente.
Ahora bien, todo observador de la política económica nacional sin duda se preguntará ¿es posible evadir ese manejo de los poderosos?
Mi opinión es que sí. Y el método consiste en abandonar el dólar a su destino permitiendo que el quetzal escoja el suyo propio. Siendo sana la política monetaria del país, el único que se devaluaría sería el dólar.
Veamos cómo.
El mecanismo
Si la tasa de cambio del quetzal con el dólar no fuera fija, como lo es ahora, sino variable, el mercado nacional de divisas funcionaría bajo la misma ley de oferta y demanda señalada más arriba para los mercados internacionales.
En otras palabras, cuando abundaran los dólares en nuestro mercado, el precio del águila bajaría. Y cuando escasearan, su valor subiría.
Pero eso no modificaría para nada el poder interno de compra del quetzal. Su valor intrínseco seguiría como cierto whiskey famoso: tan campante.
Lo único que cambiaría o fluctuaría sería el valor del dólar.
Ahora bien, si esa flexibilidad no existe y estamos a la par del águila, cuando éste vuela bajo, nosotros bajamos con él. Y nuestra economía se vuelve un movimiento sincopado que danza al son que las potencias le tocan.
El objeto de apartarse de estas olas, es mantener cierto equilibrio interno de nuestra economía y evitar en lo posible el juego de los económicamente fuertes.
Por otro lado, la medida tendría las ventajas de un mecanismo automático de ajuste. Los años en que exportáramos mucho, habría muchos dólares, su precio bajaría y ello nos permitiría importar maquinaria y productos a precios bajos.
En cambio, durante los años de vacas flacas, las importaciones se reducirían porque los dólares saldrían más caros.
De esta forma se produciría el ajuste necesario a los vaivenes externos. Y el quetzal no tendría alteraciones en su poder adquisitivo interno, siguiendo tan sólido como tradicionalmente lo ha sido.
Como es de suponer, el sistema no funcionaría sin una substancial rebaja de aranceles, so pena de agotar las reservas monetarias en ocasiones o de acumular excedentes sin objeto en otras.
La baja del dólar
La historia de nuestra moneda, hasta 1974, es todo un récord mundial de estabilidad. Pero es importante señalar también que su solidez no fue debida a su apareamiento con el dólar.
El hecho de que su tasa de cambio se mantuviera en la relación de uno a uno, no significó nunca que el dólar respaldara al quetzal. El poder de compra de este último se mantuvo por la política prudente llevada a cabo por nuestras autoridades monetarias. A ellas, y no al dólar, corresponde todo el mérito.
Sin embargo, es preciso reconocer, que durante ese período hubo coincidencia de las políticas monetarias de Guatemala con las del Tesoro norteamericano. Ello trajo consigo que ambas monedas se mantuvieran fuertes. Hasta ese momento, por mera coincidencia, la política de paridad fija fue beneficiosa para Guatemala.
Pero las cosas y la historia cambian. El problema de Vietnam lo vino a trastocar todo. Los Estados Unidos empezaron a financiar la guerra con una expansión monetaria sin precedentes. Miles de millones de dólares empezaron a regarse por el mundo. La consecuencia final fue que el dólar se encogió.
Es en ese momento cuando la política monetaria estadounidense y la guatemalteca dejan de coincidir. Mientras aquí seguíamos una monetización prudente, el presidente Johnson se lanzaba a una carrera inflacionaria sin par en la historia de su país.
Y así se produjo la disparidad entre el quetzal y el dólar. Si en aquel momento nos hubiéramos separado de la divisa americana, no habríamos tenido los problemas inflacionarios de los últimos años. Y esto no lo digo yo. El Banco de Guatemala viene repitiendo desde hace tiempo que el 80% de la monetización de la economía nacional es de origen externo.
En resumen, seguir a la par del dólar desde 1974 dejó de ser la alianza feliz de las décadas precedentes. El dólar perdió su estabilidad. Y muchos países dejaron de tener fe en él como unidad monetaria de cambio. Por eso lo abandonaron.
Hoy día, son escasos los países, incluso en América Latina, que mantienen una paridad fija con el dólar.
El problema de la paridad
En realidad, la tasa de cambio de una moneda por otra era una cifra arbitraria antes de 1973. Dos libras por un dólar no significaba que la moneda inglesa fuera más fuerte que la americana. De igual modo el hecho de pagar 300 yens por un dólar, no significa que la moneda japonesa sea más débil que la americana.
La fuerza económica de una moneda no se mide pues, por el número de unidades que hay que entregar por un dólar. Lo que respalda en definitiva, no son los dólares que están detrás, sino la salud de su economía, su capacidad productiva.
Se ha argumentado sin embargo que no es conveniente usar las reservas del país porque estamos muy endeudados. Pero ese, aparte de ser un flojo argumento, denota muy pobres conocimientos financieros.
Si Guatemala es un buen sujeto de crédito internacional, se debe a su creciente y pujante economía, y no a las reservas o la equivalencia del quetzal con el dólar. A nadie se le otorga un crédito fiduciario por lo que tiene, sino por su capacidad de pago. Y Guatemala sin duda ha logrado demostrar que su potencial económico es suficiente como para pagar los créditos que se le otorgan.
Una moneda fuerte, en fin, no significa que su paridad sea mayor que uno, ni que sus reservas sean elevadas. El caso de la libra esterlina (1.7 por dólar) lo demuestra, ya que su fuerza económica no es comparable a la del yen, cuyo valor equivalente es de 0.005 dólares. Por otra parte, Argentina, con un volumen de divisas extraordinario (acaso el tercero de América Latina), tiene una moneda que nadie podría calificar de fuerte.
El águila enferma
El perjuicio que la paridad de 1 a 1 causa hoy a nuestra economía se basa en el hecho irrefutable de que los precios de los productos de importación de otros países, diferentes de los Estados Unidos, nos salen ahora más caros. Y que nuestros productos de exportación les salen a ellos más baratos.
Por ejemplo, los productos japoneses han subido en los últimos meses en un 20 o un 30%. Sin embargo, su precio en origen es prácticamente el mismo que en 1977. ¿A qué se debe esta paradoja? A que el yen se ha revaluado simultáneamente con la caída del dólar. De manera que el carro japonés, el carro barato de la clase media, lo mismo que la maquinaria agrícola o industrial que podríamos comprar a precios estables, tenemos ahora que pagarlos más caros. Y no por culpa de los japoneses, sino por la excesiva expansión monetaria de que viene haciendo gala el Tesoro americano desde que Carter llegó al poder.
Análogos razonamientos sirven para los productos italianos, franceses o alemanes. Según datos del Fondo Monetario Internacional, el dólar vale hoy entre un 10 y un 15% menos que hace un año, si se le compara con una canasta ponderada de alrededor de veinte monedas.
Estas son las razones que me inclinan a afirmar que el dólar es un ave enferma, un águila desnutrida y desplumada que cada vez vuela más bajo. Y las siguientes cifras lo demuestran.
PODER DE COMPRA DE 1 DÓLAR
|
|
|
|
Depreciación
(-) |
|
1970 |
1973 |
1973 |
1970-1980 |
Marcos alemanes |
3.7 |
2.3 |
1.85 |
- 50% |
Yenes japoneses |
360 |
265 |
195 |
- 54% |
Francos suizos |
4.4 |
2.90 |
1.64 |
- 37% |
Fuentes Wall Street Journal y Business Week Naturalmente eso no quita que los Estados Unidos sigan siendo el país más poderoso de la tierra. O que su economía sea muy fuerte. Sin embargo, advertir su debilitamiento es de suma importancia por el cambio que se está produciendo en ella con objeto de beneficiamos a tiempo antes de que sea tarde.
El problema del petróleo
El petróleo sube de precio porque el dólar vale menos Si la OPEP eleva sus precios es porque el dólar hoy no tiene el mismo poder de compra que antes.
Pero, se preguntará, ¿por qué si el dólar no sirve, los árabes prefieren que se les pague en dólares? ¿No es esta la mayor muestra de que el águila americana está fuerte y boyante?
La respuesta es que los árabes prefieren que se les pague en dólares, no porque ésta sea la moneda más fuerte, sino porque es la más abundante.
Dólares tienen todos los países en reserva. Hay más de 600,000 millones fuera de los Estados Unidos. Pero la OPEP debe vender y cotizar en una moneda que sus clientes tengan disponible, aunque no sea muy fuerte.
Si por alguna causa, dicha moneda se debilite, con subir el petróleo se compensa de un solo mandoble la baja del poder adquisitivo de la misma.
A eso obedecen las alzas del petróleo, a la disminución del poder de compra del dólar. ¿Qué pena han de tener los petrócratas si en sus manos está el poder monopólico de subir el oro negro?
Ahora bien ¿podemos subir nosotros de igual manera el algodón o el café?
Es evidente que no. Y ahí radica la diferencia. Ellos pueden mantener el poder de compra de sus exportaciones; en cambio nosotros no.
Tales son las razones por las que los árabes han escogido el dólar. No por bueno, sino porque todos los países tienen dólares para pagar. Si se devalúa el dólar, ellos revalúan el petróleo. Así de fácil.
Los perjuicios para Guatemala de tener que comprar el petróleo ahora más caro son fáciles de detectar. Elevación de costos y precios, disminución del crecimiento económico, menos capacidad de compra del consumidor guatemalteco.
Pero ¿qué sucedería si el quetzal no estuviera a la par del dólar? Pues muy sencillo, el petróleo saldría más barato.
Buen ejemplo de esto que digo es que a los japoneses les sale un 28% más bajo y a los alemanes un 12%. Ese «descuento» equivale a lo que el yen y el marco se han revaluado respecto al dólar de diciembre de 1976 a noviembre de 1978.
Si en vez de haber seguido volando con el dólar, el quetzal lo hubiera hecho paralelo a una canasta de monedas, como se sugirió en su día o libremente respecto a las demás divisas individuales, el precio del petróleo saldría ahora un 11% más barato y el efecto del alza seria casi negligible en nuestra economía.
El juego económico de las monedas.
A estas alturas resulta fácil para el lector evidenciar el juego comercial de las monedas.
Si los Estados Unidos quieren elevar sus exportaciones, hacen caer el dólar. Sus cotizaciones, en términos de marcos, francos, yenes o liras resultan así más baratos. Alemania, Francia, Italia o Japón pierden competitividad, viéndose obligados a importar más y exportar menos.
Pero estos países no se quedan quietos. De inmediato salen al mercado a comprar dólares para evitar la devaluación y evitar la pérdida de competitividad, dando lugar a lo que se ha dado en llamar flotación «sucia», unas veces por razones económicas, otras por razones políticas.
A mí no me cabe la menor duda de que Carter quiere reelegirse. Y que una forma de ganar votos seria estimulando la economía mediante la máquina de hacer billetes. Ello haría bajar más el dólar.
El tiempo me dirá si estoy o no en lo correcto. Para mí el sistema americano es admirable, yo lo respeto y aplaudo. Pero no siempre se han llevado a la práctica los sanos principios económicos que le hicieron el país más poderoso de la tierra. En especial durante los últimos quince años.
Lo cierto es que cuando el dólar baja, sea por culpa de unos o de otros, se nos obliga a comprar más bienes de los Estados Unidos y menos de los demás países. Ello aumenta nuestra dependencia del coloso, convirtiendo al área en un mercado cautivo e impidiendo la diversificación de importaciones y exportaciones.
Con un quetzal libre, en cambio, podríamos comprar, no donde nos obligan, sino donde nos conviene.
Por eso es conveniente abandonar el dólar como medida del quetzal. No creo que haya muchas razones para que una nación soberana, por muy pequeña que sea, tenga que aceptar la manipulación económica a través de la moneda, de otras más grandes y poderosas.
Atar la moneda de un país pequeño a la de otro grande es aceptar la dependencia, poniendo a un lado la libertad de actuar que por soberanía le corresponde.
Los tipos de cambio fijos ligan a los países a una unión monetaria dentro de la cual todos comparten los vaivenes del más fuerte. Son como un vaso comunicante por el que se cuelan todos sus males.
Ceñidos a ese cinturón de acero, los estados con menos influencia económica internacional pierden toda iniciativa, toda independencia, toda soberanía para tomar sus propias decisiones.
En cambio, los tipos de cambio flexibles, amortiguan los efectos indeseables del juego de los grandes, otorgando a cada país autonomía e independencia monetaria, que es casi lo mismo que decir independencia económica.
Ese es, en fin, el fondo último de la propuesta. Pienso que Guatemala saldría ganando con ella. Y no creo que sea teórica, pues su práctica es universal en casi todo el mundo así como en Latinoamérica (México, Venezuela, Brasil, Uruguay, Argentina, Chile, Perú y otros países lo practican).
Quizá el quetzal sea menos poderoso que el águila. Pero nadie negará que, si lo desea, puede ser mucho más libre.
«Si cada país sigue una política interna estable, los tipos de cambio, aunque se encuentren en libertad de variar, serán sumamente estables. Estabilidad no es sinónimo de rigidez.Milton Friedman, Premio Nobel de Economía 1976
1 El presente artículo fue publicado originalmente en La Hora, con motivo de una polémica de su autor con Apolo Luna en febrero del presente año, salvo ligeros cambios en el texto.