Año: 22, Julio 1980 No. 465

N.D. El autor es el presidente de EFE, la agencia de noticias española. El presente artículo salió publicado en el diario ABC de Madrid.

Proletarizar la Clase Media

Luis María Anson

En 1936 la mayoría de la población española era proletariado. En 1970 un porcentaje muy alto de ese proletariado se había convertido en clase media. España tomaba así el tren de la Europa desarrollada y, aunque en el vagón de cola, dejaba atrás las agrias fronteras del tercer mundo.

Veinte años después de la victoria aliada, la Europa próspera del consumo y la libertad se había convertido en una pieza inalcanzable para los cazadores del Este. Sin proletariado es imposible construir la dictadura del proletariado. Estaba claro que para la potencia que propugna el modelo comunista de sociedad, la recuperación del terreno perdido pasaba por la erosión de la economía occidental. La nueva clase media, recién desembarazada de su condición proletaria, debía tornar a ella. Había que golpear la economía europea hasta producir el quebranto de su florecimiento insultante.

Desde hace ya demasiados años, la Europa occidental asiste con resistencias sólo circunstanciales a una profunda e inteligentísima operación política: proletarizar la clase media. Y todo vale en esta operación en la que se ventila, de algún modo, la supremacía mundial entre las dos potencias que desde hace treinta años se la disputan.

Vale atizar la codicia de media docena de tiranos árabes para multiplicar los precios del crudo que lubrifica los engranajes delicadísimos de la compleja maquinaria de la economía occidental y desajustar sus ejes con perjuicio, a la larga, para todos.

Vale desencadenar las más absurdas, las más incoherentes, las mejor financiadas campañas contra las centrales nucleares para segar las nuevas fuentes de energía a aquellos que las necesitan, si no quieren ceder a la coacción del petróleo y empobrecerse.

Vale lanzar, a través de unos medios de comunicación sistemáticamente infiltrados, las más varias campañas de calumnias, descalificaciones, escándalos, manipulaciones, y, entre ellas, como un aguacero interminable. la idea de que la condición de empresario es una especie de delincuencia que no se puede tolerar. Y si algunos hombres de empresa, cansados de bajarse los pantalones y mostrar la popa al gusto de sus depredadores, comienzan a defenderse, se escucha entonces cómo rebuznan, airados por tanta osadía, los editorialistas de los periódicos manipulados.

Vale crear el clima necesario para que se haga imprescindible el incremento de la presión fiscal de manera que el funcionario, el artesano, el pequeño comerciante, el obrero cualificado, el maestro, hasta las clases pasivas, sientan arañados sus ingresos y se termine con el ahorro colectivo sin el cual la economía social y libre de mercado es imposible.

Vale instrumentalizar a algunas centrales sindicales para que enciendan huelgas innecesarias, atenacen por el miedo a los obreros, fomenten el pánico laboral, inflamen la gran fogata de la conflictividad social, retornen a los antiguos dolores enterrados, enardezcan la presión salarial y arruinen a las empresas y, como consecuencia, a los que en ellas trabajan, alargando de esta forma sin cesar la interminable caravana del paro, a cuyo paso aúllan de nuevo en algunas regiones de la Europa occidental los olvidados mastines del hambre.

Vale sembrar la desconfianza en empresarios e inversores que, ante el incandescente panorama europeo, toman sus bártulos y se van a trabajar a otros países más razonables, con lo cual la fuga de los hombres creadores de riqueza es hoy más alarmante que la gran escapada de cerebros hace unas décadas.

Vale inventar las mil y una formas de reducir la productividad a través de la picaresca en crecida, las manifestaciones, asambleas, reuniones, desalojos, mandanga, paros parciales, tiempos libres, condiciones de higiene, puentes, ausentismo, tarea a la que se han entregado con resplandeciente entusiasmo los españoles, para muchos de los cuales la democracia consiste en ganar como los alemanes y trabajar como los árabes; en ser católicos como los polacos y fornicar como los suecos; en pretender producir como los japoneses y hacer más huelgas que los italianos.

Vale estimular la relajación de las costumbres, la pornografía y la droga, hasta propugnar su legalización, para reblandecer las esperanzas adolescentes y dejar sin ideales a una parte de la juventud, paralizada ya para el trabajo creador.

Vale soplar sobre las velas de las naves encalladas, de los viejos barcos de separatismos sin sentido, y financiar y proteger a los corsos y bretones en Francia, a los armenios en Turquía, a los irlandeses en Gran Bretaña, a los vascos y canarios en España.

Vale adiestrar en la guerrilla a todo ese enjambre de bandas, frentes de liberación, ejércitos populares y brigadas rojas para que alemanes, franceses, italianos, turcos, españoles o ingleses, conozcan el sabor de las ásperas sangres del terrorismo. Del terrorismo y del empobrecimiento, porque el IRA está arruinando a los irlandeses igual que la ETA a los vascos.

Vale todo, vale la política carnicera, vale el asesinato del magistrado, del militar o del periodista; vale el robo a mano armada, el secuestro cruel, el atentado contra las instalaciones de seguridad, la bomba indiscriminada, la sangre inocente vertida en estaciones, aeropuertos, cafeterías o grandes almacenes; vale el crimen horrendo, el magnicidio, la mano que alcanza al héroe de la patria, al virrey de la India, al lord militar y político que se ganó el respeto del mundo entero.

Vale, en fin, cuanto sea necesario para quebrantar la economía europea, para que aquellos que hace sólo dos o tres décadas eran proletarios y se encuentran hoy instalados en situación de bienestar, vuelvan a su antigua condición. Porque en el fondo de tanta y tanta maniobra aparentemente dispersa se encierra un objetivo común: proletarizar la clase media, recrear de nuevo un proletariado mayoritario.

Para los que aman la libertad creadora, el riesgo de esta política habilísima es doble. Porque no sólo se abre la posibilidad del totalitarismo comunista. Frente al temor de una dictadura del proletariado, la burguesía podría reaccionar imponiendo su propia dictadura. Es decir, estaríamos otra vez en el fascismo.

El gran éxito de Margaret Thatcher ha consistido en comprender el alcance profundo de toda esta ingente operación en marcha y en hacer frente, desde posiciones liberales, al doble riesgo del comunismo totalitario y de la reacción fascista. La Thatcher es uno de los pocos gobernantes europeos que no se han asustado ante la musculatura de las centrales sindicales y que tiene un par de riñones soberbiamente colocados para, sin tapujos ni cangallas, decir verdades como puños a los puños cerrados: «Millones de trabajadores van todos los días a sus centros de trabajo presos del miedo. El temor no lo han provocado los empresarios o las multinacionales. Es el arma de ciertas minorías enquistadas en los sindicatos para imponer su imperio en las masas obreras»; «El conflicto de intereses que hoy presenciamos no se produce entre sindicatos y patronos, sino entre sindicatos y el resto de la nación, de la que los trabajadores y sus familias son parte integrante»; «La huelga es un azote dirigido contra el pueblo. Para poder aspirar a un bienestar colectivo, hay que establecer un equilibrio entre el derecho democrático a retirar la prestación personal y las acciones de minorías especializadas en la producción de huelgas».

Sin duda, no conviene generalizar, puesto que en los diversos países europeos, España entre ellos, existen no pocos sindicalistas admirables, así como sindicatos limpios al servicio del trabajador y de la comunidad, pero la Thatcher se ha alzado con la bandera del liderazgo europeo al encararse a la gran maniobra de proletarizar la clase media. Hay que impedir el deterioro de infinidad de economías domésticas, a punto ya de pasar del bienestar a la subsistencia, con el fin de dificultar lo que los marxistas llaman la alternativa histórica de la pequeña burguesía; su alianza con el proletariado.

Para recrear el equilibrio de las relaciones industriales y laborales y hacer frente a los colosales desafíos del terrorismo y el paro, de la proletarización de la clase media, los europeos libres no tienen otro camino que el de la autoridad y la energía hasta relegar a los desvanes de la Historia la política telarañosa de la pasividad y el miedo. En otro caso veremos cómo empalidece el esplendor en la yerba sobre esta Europa entrañable, azotada hoy sin piedad por los vientos terrales del Este.

EL COSTO DEL SOCIALISMO SOVIETICO

El sovietólogo inglés Robert Conquest ha calculado el número de víctimas del periodo del «Gran Terror» ruso en el curso de los años 30. Las cifras a las que ha llegado, después de años de investigaciones, sobrepasan por sus dimensiones el genocidio nazi. Ascienden a veinte millones de muertos y más probablemente a treinta millones. La guerra más grande y cruenta que ha librado Stalin es la que ha librado contra su propio pueblo en nombre de la edificación del socialismo.

CENTRO DE ESTUDIOS ECONOMICOS-SOCIALES