Año: 26, Mayo 1984 No. 557

N. D. El Dr. Eric Brodin, de origen sueco, es profesor en la Universidad Campbell de Bues Creek en Carolina del Norte (Estados Unidos). Autor de otro artículo que publicamos el 1o. de Octubre de 1980, titulado: «Suecia, ¿Ejemplo de Qué?».

POR QUE SALI DE SUECIA

ERIC BRODIN

Salí de Suecia porque quería una libertad religiosa sin trabas. Quería escapar de las inevitables coerciones de la Iglesia del Estado, basadas en sus privilegios especiales. Ya no soportaba vivir en una sociedad donde la propiedad de mi iglesia podría ser confiscada debido a leyes de divisiones de zonas o expropiaciones municipales... donde la construcción de nuevas iglesias está sujeta a un veinticinco por ciento de impuestos debido a que son consideradas como estructuras sin utilidad... donde no hay exenciones de impuestos por donaciones a la propia iglesia, pero la iglesia del estado es sostenida con mis impuestos... donde solamente ciertos grupos religiosos tienen acceso a programas en la radio y la televisión... donde la iglesia del estado ha llegado a ser un instrumento de poder político, contribuyendo a una secularización de la vida, con un resultado de materialismo y desacato por toda religión.

Dejé Suecia porque quería ser libre de elegir el trabajo que deseara sin ser obligado a pertenecer a ningún sindicato y sin ser compulsivamente afiliado (y tener que pagar la cuota respectiva) a un partido político escogido por el sindicato; un partido por el cual yo nunca hubiera tenido simpatía. Quería poder disfrutar el derecho constitucional de asociación libre, el cual está siendo ahora negado a los trabajadores suecos (más sindicalizados que en ninguna otra parte del mundo) por grupos o por empresas temerosas de represalias de los sindicatos.

Dejé Suecia porque yo creo en el derecho del empresario de llegar a la cumbre, incluyendo el derecho de emplear aquellas personas a las que juzgue adecuadas, y el derecho de no ser forzado o emplear las recomendadas por la Agencia del Gobierno. Yo creo en el derecho tradicional del empresario de dirigir y distribuir el trabajo, que ahora está siendo controlado por los representantes de los obreros, que pueden ser funcionarios del sindicato desconocedores de los problemas de la empresa. Yo creo que las empresas tienen el derecho de despedir a aquellos individuos que roban tiempo y artículos, y creo que ellas deberían poder anunciar las vacantes del modo que estimen adecuado, y usar agencias de empleo privadas para encontrar quienes ocupen esas vacantes, ejerciendo así un derecho que ahora se les desconoce.

Dejé Suecia, porque es un país donde me estaban negados, de una manera concreta los frutos de mi labor... donde hasta la mitad de un modesto salario es absorbida por impuestos... donde la escala impositiva progresiva puede llegar a ser cerca del cien por ciento... donde un empresario puede ser cargado con el pago de impuestos especiales por «exceso de ganancias», y sobrecargado por servicios sociales para los empleados desde un cuarenta a más de un setenta por ciento del salario... donde como propietario de acciones de una empresa tendría que sufrir dobles impuestos... donde todos tienen que enfrentar un veintidós y medio por ciento del así llamado «impuesto adicional de compras» (un impuesto sobre ventas de todos los servicios y artículos de consumo)... donde, en suma, tendría que ver dos tercios de mis ganancias succionadas para financiar un sector público hipertrofiado y mantener por añadidura a las «clases indolentes» en constante crecimiento.

Dejé Suecia porque se me había negado no solamente el derecho de heredar los frutos del trabajo honrado de mis padres, sino también el derecho de legar a mis propios hijos mis posesiones, debido a punitivos impuestos sobre la herencia, los cuales en varios casos, dejarían solamente un veinte y cinco por ciento de mis bienes a mi familia... donde las empresas que pertenecían a las familias desaparecieron (75,000 entre los años 1960 y 1970) debido a los exorbitantes impuestos sobre las herencias.

Dejé Suecia porque quería disfrutar del honor y derecho de poseer un pequeño terreno en mi país ancestral: tener una pequeña propiedad. Porque me di cuenta de que era un país donde los derechos de propiedad eran en todas partes retaceados y difamados, y expuestos a los azares de una abolición fortuita... donde el derecho de poseer propiedades en ciudades principales es negado, debido al llamado derecho de «preferencia municipal de compra» y también al peligro si ello no fuera posible por otros medios de la expropiación municipal... donde aquellos que tienen viviendas particulares sufren la calumnia sin precedentes de la propaganda estatal, y están sujetos, además, al pago de impuestos adicionales, todo lo cual una grave violación del derecho de propiedad, y da como resultado final el más amplio vandalismo indiscriminado del mundo moderno.

Dejé Suecia porque, es un país donde, a pesar de que hay una libertad formal de reunión y de palabra, hay un control total del gobierno sobre la radio y la televisión... donde no hay lugar ni oportunidad para defender las opiniones opuestas en esta clase de medios de comunicación... donde el acceso a la libertad sobre las ondas del éter es negado aun a las más grandes de las iglesias evangélicas o grupos libres... donde si yo fuera entrevistado no tendría la protección judicial contra la desfiguración de mis palabras hasta el punto de que no puedan ser reconocidas... donde, con pocas excepciones, los periódicos y revistas de opinión reciben subsidios gubernamentales, con todo lo que eso implica... una nación, donde, según las palabras de uno de sus propios periodistas, SVEN FAGERBERG: «los conquistadores del fascismo izquierdista tienen un control casi total de los medios de comunicación».

Dejé Suecia porque deseaba buscar para mí y para mis hijos el derecho y los beneficios de la educación, y Suecia es un país donde el 99,7 por ciento de la educación ha sido sometida por el sector público, y donde a los padres se les ha negado la influencia efectiva que les corresponde, hasta el punto de que en algunos casos no se les ha permitido ver los libros de texto que usan sus niños... donde las escuelas «activistas» someten a los niños al adoctrinamiento socialista, pero la presencia contraria es impedida, con el fin de forzar el objetivo del estado absoluto... donde la escuela ha llegado a ser un instrumento para transformar a la niñez en uno más de los dientes de la rueda del estado socialista... donde en el interés de «nivelar» hacia abajo han sido abolidos algunos grados, y donde la excelencia del estudiante es considerada como deslealtad a la colectividad escolar.

Dejé Suecia porque quería tener el derecho y la libertad de escoger mi médico y mi dentista, así como el de escoger el servicio social que mejor se acomodaba a mis deseos y necesidades... porque estos derechos en Suecia son negados... porque la socialización de la profesión médica ahora abarca el noventa y cinco por ciento de los facultativos, con sólo un hospital privado en toda Suecia... porque los dentistas privados no comprendidos en la socialización han sido sujetos a acosamientos burocráticos: se les han negado nuevas licencias, o han sido sometidos a arbitrarias inspecciones de impuestos, acompañadas por una maliciosa propaganda contra la «explotación privada de las enfermedades humanas», a través de los medios de comunicación pertenecientes al estado.

Dejé Suecia porque todavía creo en la santidad de la familia, una de las más esenciales garantías de una sociedad saludable. Porque creo en las palabras de un líder religioso contemporáneo, según el cual «ningún éxito material en esta vida puede compensar el fracaso del hogar».

Quise dejar una sociedad donde la propaganda sobre el feminismo y la igualdad sexual, juntamente con punitivas formas de impuestos, ha compelido a un setenta por ciento de las mujeres de 16 a 74 años de edad a incorporarse al mercado laboral, con el penoso resultado de una niñez melancólica y triste, del más bajo número de nacimientos, y de un alarmante aumento de divorcios, abortos y nacimientos ilegítimos.

Dejé Suecia porque quería que mi hijo fuera mío y no del estado, ya que éste sólo me permitiría criarlo en los primeros años de su niñez. Yo quería tener el derecho de educar a mi hijo de acuerdo con mis propias convicciones éticas y religiosas, y no correr el riesgo de ser privado de ese derecho, cuando por un informe anónimo de algún vecino que me «denunciara» por haber regañado a mi hijo y haberlo restringido o castigado temporalmente hubiera sido objeto de una sentencia penal. Yo quería escapar de una sociedad en la cual el estado, atribuyéndose el carácter de «protector de la niñez», niega a los padres sus derechos fundamentales; donde las cortes de justicia pueden aprobar una solicitud de una joven de 16 años para separarse de su familia, y donde, de acuerdo con la opinión de la enfermera de la escuela, una joven de 14 años puede abortar sin permiso o conocimiento de sus padres.

Dejé Suecia porque no podía tolerar más el aumento de las acciones arbitrarias del gobierno, que ha asumido poderes sin precedentes en los estados no totalitarios... donde más de una tercera parte del total de la fuerza laboral es empleada por el gobierno... donde 35,000 inspectores revisan las declaraciones de impuestos sobre la renta, donde las personas sospechosas de no pagar impuestos son perseguidas como criminales por el estado, ese «poder absoluto que corrompe absolutamente»...

Dejé Suecia porque quería escapar de una sociedad politizada y forzada dentro de un sistema socialista y opresivo... donde las leyes y los jueces sirven fines ideológicos estrechos, y donde el concepto tradicional de que la tierra debe ser gobernada por el derecho es una quimera... donde en una sola década (de 1969 a 1979) han sido aprobadas 12,286 leyes, a menudo como instrumentos para la transformación de la sociedad, porque como dijo uno de sus abogados CARL LIDBOM: «No debe verse a las leyes como otra cosa que no sea servir de instrumentos para alcanzar metas políticas».

Finalmente, dejé Suecia porque quería poder mantener mi dignidad como individuo. Si estaba a mi alcance, no quería ser un hombre común. Quería sentir que hay un nexo esencial entre lo que uno hace y el resultado de sus acciones... Que hay una interdependencia entre las decisiones y los resultados, entre la causa y el efecto... que si yo cometía una violación o cometía un error, sufriría las consecuencias, por medio de las cuales podría aprender a evitarlos en el futuro... en suma: que yo tendría el derecho de fracasar; pero, en caso contrario, que yo podría gozar de los frutos de mi labor y ver los resultados de mi trabajo, regocijarme con las creaciones de mi propia mente o de mis propias manos, y ser siempre respetado como persona, con sentimientos de dignidad y méritos propios, sin ser compelido a asociarme a un estado «Leviatán» a un colectivizado Valiente Nuevo Mundo, o a un totalitario 1984.

Estas son, pues, algunas de las razones por las que dejé Suecia y vine a las costas de Norte América, en busca de un nuevo comienzo; a estas costas que han dado la bienvenida a millones de gentes que fueron arrojadas por la tempestad totalitaria, y que encontraron libertad y oportunidad en esta tierra prometida.

Todo esto fue lo que me movió a dejar las bellezas de mi tierra ancestral dejando atrás una sociedad pervertida por la ideología de la gran mentira socialista. Ya no podía continuar viviendo en un país donde la verdad según mi punto de vista no tenía poder para ser creída.

Tomado de Ideas Sobre La Libertad No. 42 de Diciembre de 1983.

«Tras la máscara benevolente del Estado providencia, se oculta una realidad más dura: la regimentación colectivistas de la cual no puede escapar persona alguna que habite Suecia».

Erin Brodin, ¿SUECIA, EJEMPLO DE QUE?