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Año: 30, Julio 1988 No. 658
N. D. Marcel Granier es un joven Abogado venezolano, últimamente dedicado al periodismo radial. Dirige el conocido programa de opinión Primer Plano, que se difunde semanalmente desde Caracas. Este artículo es un extracto de un capítulo de su libro «La generación del relevo Vrs. el Estado Omnipotente». Editado por Publicaciones Seleven, de Caracas, en 1984, y disponible en este centro.
La Generación del Relevo
Por Marcel Granier
Por una lamentable conjunción de infortunios, nuestro país vive todavía una de sus crisis económicas más profundas a la vez que una falta de liderazgo tan acentuada y evidente, que nos pareciera estar caminando en la oscuridad hacia el precipicio del caos social.Somos mucho más responsables de nuestra pobreza de hoy que de la riqueza de ayer, y ha llegado la hora de que reflexionemos por qué.
Después de la edad de oro, cuyo ocaso podría fijarse a mediados del siglo XIX, el país ingresó en una penumbra cada vez más salvaje de guerras civiles, anarquías y brotes de caudillismo, interrumpida a medias por las dictaduras ilustradas o tiránicas a cuya sombra se formaron resistiendo y luchando contra ellas la mayoría de los líderes que luego gobernarían el país.
Muchos de nuestros dirigentes políticos tuvieron que educarse en el marxismo y aprendieron del marxismo resentimientos y prejuicios y, en especial, un método para analizar la realidad que no se modificó ni aún más tarde, cuando esos mismos dirigentes asumieron filosofías políticas liberales o moderadas. Ese marxismo, sumado a nuestra herencia de absolutismo español y dogmatismo eclesiástico, dieron como resultado unos dirigentes con muy poco respeto por la libertad de innovar, de crear, de organizar y combinar factores de producción; con muy poco respeto por la imaginación y el arrojo.
Pero cuanto más ha crecido el país, más pequeña le ha quedado esa clase dirigente que no ha sabido adaptarse a los nuevos tiempos y que intenta aplicar viejas recetas a fenómenos que desconoce y que tampoco Intenta comprender.
Así fue como la patria se fue quedando huérfana de líderes. La explosión demográfica y el apogeo económico movilizaron el país a la velocidad de la luz, mientras casi todos los hombres que la gobernaban, los jefes políticos que estaban obligados a dirigir esas transformaciones radicales, avanzaban a paso de tortuga. Y al mismo tiempo, muchos de ellos ya estaban agotados para cambiar de modalidad o parecer. Eran dirigentes desconcertados, que no sabían cómo ponerse en sintonía con el país. Y muchos de ellos siguen siéndolo todavía.
En medio de ese desorden, el Estado ha ocupado todos los espacios vacíos y aún aquellos que no lo están, alcanzando un grado de gigantismo y de voracidad insólito, que lo hace más ineficiente que nunca. La desidia y la falta de organizaciones de base representativas, en todos los campos, permitió al Estado invadir impunemente más y más áreas de creación y producción, acentuando el adormecimiento general y frenando cualquier actividad innovadora, creadora y transformadora que emprendieran los ciudadanos.
Al fin hizo explosión una serie de problemas que se venían avizorando desde hacia tiempo en nuestro país. Quedaron al descubierto la gravedad de la deuda externa y la abrumadora cifra que debíamos pagar por los servicios de esa deuda. Estallaron algunos escándalos administrativos que demostraron la negligencia con que los funcionarios del Estado concedían préstamos, firmaban avales y respaldaban a empresas fantasmas, o bien encubrían a quienes participaban de esa corrupción. Se pusieron en evidencia los despilfarros y desarreglos internos, la alegre prodigalidad que impulsó a un país convertido repentinamente en inconsciente y nuevo rico, a gastar mucho más de lo que tenía y a pedir prestado mucho más de lo que podía pagar. Pero como nunca, la inmensa burocracia oficial, que creció más de veinte veces en veinte años, y engendró una maraña de órdenes y de políticas enrevesadas, que se contradicen entre si y son uno de los peores lastres del desarrollo nacional.
Pareciera que el Libertador Simón Bolívar hubiera escrito para esta coyuntura difícil la memorable frase que incluyó, el 15 de diciembre de 1812, en su Manifiesto de Cartagena, dirigido a los ciudadanos de la Nueva Granada: «La disipación de las rentas públicas en objetos frívolos y superficiales; y particularmente en sueldos de infinidad de oficinistas, secretarios, jueces, magistrados, legisladores provinciales y federales, dio un golpe mortal a la República». Y hoy podríamos añadir nosotros: quiera Dios que no sea tan mortal como para impedir que la República se reponga.
Un apólogo del Li-Tsé ilustra muy bien el problema que nos ocupa. Cuenta el Li-Tsé que un alto funcionario provincial se disponía a regresar a su pueblo de origen. El Primer Ministro, deseoso de halagarlo, le dijo que eligiera para su viaje el mejor barco del gobierno que encontrase en el puerto. La mañana de la partida, el funcionario vio miles de barcos amarrados en los muelles, pero no reconoció a los del gobierno. Un emisario del Primer Ministro, que le servía de escolta, le dijo que no era tan difícil identificarlos: «Mira a tu alrededor, y los barcos que tengan el toldo agujereado, los remos quebrados y las velas rasgadas, todos esos pertenecen al gobierno», le informó. El funcionario provincial elevó entonces los ojos al cielo e hizo la siguiente reflexión: «Ahora entiendo por qué el pueblo me parece tan miserable. Seguramente es porque el Emperador considera también al pueblo como propiedad del gobierno».
Pero los barcos no protestan y los pueblos, en cambio, tienen la costumbre inversa.Aunque los malestares sociales no son una enfermedad crónica, podrían llegar a serlo si no reaccionamos a tiempo y ponemos fin al devastador apetito del Estado.
Al Estado lo aqueja desde hace ya mucho tiempo una voracidad paternalista que infla cada vez más su ya gigantesco Ego. Como se cree providencial, el Estado trata desobreproteger todas las actividades y todas las manifestaciones creadoras de los individuos. Se asemeja a esas madres que no permiten a sus hijos dar ni un solo paso en la vida si no es bajo su vigilancia y tutela. A medida que el Estado ejerce esa providencia sobreprotectora en mayor número de terrenos, se torna más asfixiante y también más insaciable.
Llega un momento en que actúa como los dioses. Siente las descomunales dimensiones de su omnipotencia, y entonces se cree capaz de todo: de invadir la intimidad de los individuos, de fiscalizar sus aspiraciones, de controlar sus empresas. Como imagina que lo ha dado todo, el Estado omnipotente se cree también con derecho a impregnar todo con su infinita presencia. No hay nada que no quiera comprar, y a la larga, nada tampoco que no desee controlar desesperadamente. La megalomanía lo vuelve eufórico, pero esa euforia lo embriaga. Tal como enseña uno de los más antiguos refranes españoles, «el que mucho abarca poco aprieta».Y la megalomanía no le permite al Estado apretar nada:su gigantismo acá por atrofiarlo y por condenarlo a la inmovilidad.
Por ese camino se desemboca muy fácilmente en el descontrol social. Porque llegará un momento en que los individuos descubrirán que el Estado los ahoga con su protección, los abruma con su euforia y les impide crecer sanamente con su providencialismo. Y entonces perderán la fe en las instituciones y la confianza en la justicia. El Estado omnipotente se convierte, así, en el mayor fermento del caos social.Contra esa amenaza de malestar y descontrol debemos reaccionar los ciudadanos. Y debemos hacerlo ya, antes de que el Estado ocupe los pocos espacios vacíos que aún quedan para la imaginación, el espíritu emprendedor, la capacidad de crear y la sana realización de las aspiraciones de cada individuo.
Pareciera que nos encontramos ante un callejón sin salida. Un país que se creía en plena prosperidad despierta de pronto a una grave crisis económica, sofocado por las deudas y mal administrado por una clase dirigente agotada, que está desconcertada ante una situación que la sobrepasa. El fenómeno se produce en un momento particularmente inestable dentro de esta área geopolítica, y la presión de los acreedores sumada a la ineptitud de los líderes tradicionales para hacer frente a la corrupción, a la hipertrofia del Estado, al desempleo y al descontento social, pone al país al borde de un golpe de mano populista y más tarde, o al mismo tiempo, de una dictadura militar. Por otro lado, sin embargo, la infraestructura de producción sigue siendo sólida, sus recursos aún no se han agotado y la vocación democrática de la ciudadanía es sin duda firme.
Si queremos evitar la crisis social que se avecina, y salvar nuestro sistema de vida; si no queremos transformamos a corto plazo en otra onda expansiva del terrible volcán que ha estallado en Centroamérica, es preciso modificar rápidamente nuestro modelo económico y sanear también, con la mayor premura, las bases políticas de nuestra democracia. El Libertador decía: «La hacienda es la fuente del bien y del mal» ; y puesto que de una hacienda mal administrada podía emanar un mal irreparable, era preciso brindarle «el más fuerte y encarecido cuidado». Para Bolívar, «la confianza, el orden y la tranquilidad» de la Nación estaban en relación directa con el buen estado de su hacienda.
Pero nada de esto hemos hecho. El país no puede seguir aceptando pasivamente ningún sacrificio que sirva para alimentar la corrupción, la ineptitud y el aumento del gasto público. Pero estaría dispuesto a todoslos sacrificios que se le demanden desde el instante mismo en que el Estado ponga fin a su política de dispendio.
El país necesita líderes en los cuales creer, líderes que encarnen los auténticos ideales de la Nación y que satisfagan sus esperanzas, permitiéndonos ser una comunidad cuyos esfuerzos se dirigen todos hacia un mismo objetivo, en vez de seguir siendo una mera suma de individuos desalentados.
No obstante, habría que poner énfasis en que, si bien padecemos de una falta de liderazgo, ello no significa que carezcamos de auténticos líderes.
El nuevo núcleo de dirigentes confía en las infinitas posibilidades del país, en sus recursos humanos a los que sólo es preciso garantizar la libertad de acción que establece la Constitución Nacional, insuflar confianza y una auténtica mística de trabajo; confía en la abundancia de sus recursos naturales y en la pujanza de una infraestructura industrial deseosa de expandirse. Esa clase joven y emergente no está comprometidacon ninguno de los errores del pasado, y esmás, ha luchado con ahíncocontra todos ellos, denunciándolos insistentemente anta la opinión pública y tratando de corregirlos.
Esa generación de relevo ha trabajado duramente por el país y no quisiera perder en modo alguno su apuesta con el futuro.
A esa generación sí le importa preservar una democracia estable y sana donde el dirigismo ceda paso a la responsabilidad personal. Esa generación quiere ajustar la economía a las posibilidades reales del país. Esa generación quiere imponer un corte definitivo a los excesos burocráticos, a la demagogia y a la corrupción que los viejos líderes enquistaron en el Estado; quiere reducir el Estado al tamaño que en verdad le corresponde; quiere estimular la plena y libre realización de cada individuo; quiere modernizar las estructuras de producción; quiere sinceridad en el relevo de los mandos, ajustando ese relevo a normas de eficiencia y no a las simpatías del cacique de turno; quiere intensificar el proceso de capacitación en todos los sectores y niveles; quiere una representación más genuina en las organizaciones ciudadanas; quiere restituir la confianza y el respeto a los valores auténticos del país; quiere acabar con los resentimientos y prejuicios; y por último, quiere afianzar el derecho de los nuevos dirigentes a situar al país en armonía con los nuevos tiempos.
En una carta que el Libertador dirigió en 1815, al editor de la Gaceta Real de Jamaica hay un párrafo uno de los últimos en el que expresa su temor de que el abandono sufrido por nuestros pueblos pueda estimular a los demagogos y subversivos que procuran atraerse el favor de las multitudes. Ese párrafo concluye con una frase que todavía hoy nos estremece: «La desesperación, dice allí el Libertador.«no escoge los medios que la sacan del peligro».
Todos debemos tomar en cuenta que el futuro tiene que empezar ahora mismo, o no empezará nunca.EL MILAGRO ECONÓMICO, ¿MITO O REALIDAD?
Un Milagro económico si se puede reproducir, no esperando que actúen fuerzas misteriosas sobre las que no tenemos ningún control, sino dejando libres a los ciudadanos para que puedan dedicarse a producir riqueza.
El que un pequeño grupo de países del Lejano Oriente haya pasado de la pobreza del Tercer Mundo a la prosperidad del Primer Mundo, en tan sólo una generación, debe ser la señal luminosa más importante para los líderes de nuestros pueblos. Si ellos pudieron, ¡nosotros también! En lugar de seguir por los derroteros de la agenda política que ya se había planteado antes de la Segunda Guerra Mundial el dirigismo económico y que a nosotros nos ha llegado con algo de rezago a través de la CEPAL, debemos adoptar una nueva agenda política que nos conduzca a la prosperidad y al bienestar para todos.
El problema radica en poder definir cuáles son los puntos de la agenda a seguir. Alejándonos del lenguaje ideológico-político que parece enturbiar las discusiones sobre los asuntos públicos, se puede reconstruir el curso seguido por esos países. Por, el camino por el que ya pasaron Hong Kong, Taiwan, Singapur y Corea del Sur, van ahora Malasia, Sri Lanka y Costa de Marfil La receta del bienestar para todos ya no es secreto, ni pertenece a ninguna corriente política con exclusividad.
Si la agenda para el futuro ya está planteada, solamente queda por ver cuáles serán los políticos que opten por pasar a la historia como fracasados ante los ojos de sus pueblos, y cuáles conducirán a nuestros empobrecidos países hacia el Primer Mundo.
La evidencia contundente de que sí es posible transformar las economías estancadas en fuentes de producción y prosperidad ya está a la vista. La nueva edición centroamericana de El Milagro Económico: ¿Mito o Realidad? Ya está disponible.
1) NACIMIENTO DE LA ECONOMIA DE MERCADO LIBRE Por Ludwig Erhard
2) EL MERCADO LIBRE COMO SISTEMA DE DESARROLLO ECONOMICO: EL CASO DE HONG KONG Por Alvin Rabushka
3) LECCIONES DEL CRECIMIENTO ECONOMICO: SINGAPUR, TAIWAN y COREA DEL SUR Por Alvin Rabushka
4) EL EXITO DEL CAPITALISMO DEMOCRATICO EN SRI LANKA Por Devinda R. Subasinghe
5) LA RECUPERACION ECONOMICA DE LOS ESTADOS UNIDOS Por Ronald Reagan
6) ARGUMENTOS EN FAVOR DE LOS RECORTES FISCALES Por Bruce Bartlett
Esta colección contiene los testimonios personales de dos grandes estadistas: Ludwig Erhard y Ronald Reagan. La reconstrucción alemana de la postguerra, originada en las políticas de liberación de las fuerzas económicas y no en el Plan Marshall como se asegura fue el evento del siglo que dio nacimiento a un nuevo término «El Milagro Económico». Los Otros ensayos fueron escritos por distinguidos investigadores, que con sus análisis, permiten descubrir la fórmulas de las políticas exitosas.
«La disipación de las Rentas Públicas en objetos frívolos y superficiales; y particularmente en sueldos de infinidad de oficinistas, secretarios, jueces, magistrados, legisladores provinciales y federales, dio un golpe mortal a la república».Simón Bolívar, «Manifiesto de Cartagena», 1812.