Año: 33, 1991 No. 739

N. D. El autor es Profesor de Sociología en la Universidad Johannes Gutemberg, de Mainz Este fragmento de su libro ENVIDIA, de 1966, se reproduce con su permiso.

En el libro, Schoeck da un fundamento teórico científico al valor social de las instituciones que canalizan el sentimiento primitivo y animal de la envidia hacia formas de conducta positiva. Explica la importancia de principios olvidados como: NO CODICIARAS LOS BIENES DEL PROJIMO.

LA ENVIDIA

Por Helmut Schoeck

En las más diversas épocas de la historia, en todos los grados del desarrollo de la cultura humana, en la mayoría de los idiomas, los hombres, como integrantes de las más diversas sociedades, han reconocido al sentimiento de la envidia y al de ser envidiado como un problema fundamental de su existencia.

La envidia constituye un punto neurálgico de la sociedad, cuya existencia surge no bien dos seres más elevados llegan a compararse mutuamente. Al menos, una buena parte del impulso que los induce a ese parangonarse mutuo obligatorio, se halla ya establecido biológicamente en la escala inferior al hombre. Mas en este ha alcanzado una importancia especialísima. El hombre es un ser envidioso tal que, sin las inhibiciones sociales provocada, por esto en el envidiado, no habría sido capaz de desarrollar los sistemas sociales de que nos servimos, incluso en las sociedades modernas. Pero el hombre como ser envidioso, puede excederse y causar inhibiciones, las que son un impedimento para la capacidad de asimilación de un grupo determinado a nuevos problemas circunstanciales. Por causa de la envidia, el hombre puede convertirse en demoledor. Casi toda la literatura que ha tratado fragmentariamente sobre la envidia (ensayos, bellas letras, filosofía, teología, psicología, jurisprudencia, etc.), ha visto siempre en ella el elemento destructor, inhibitorio, vano, torturante. El sentimiento de la envidia es condenado en todas las culturas y en todos los idiomas, en todos los proverbios y fábulas de la humanidad. El hombre poseído por la envidia está llamado en todas partes a avergonzarse.

El hecho de que el prójimo sea siempre y de manera potencial un envidioso, tanto más intensa y probablemente cuanto más cercano está, pertenece a los fundamentos más inquietantes y muchas veces bien ocultos, pero decisivos, de la existencia del hombre en todas las etapas de su desarrollo cultural.

La mayoría de las conquistas científicas por las cuales hombre de hoy se distingue de los primitivos por su desarrollo cultural y por sus sociedades diferenciadas, en una palabra, la historia de la civilización, es el resultado de innumerables derrotas de la envidia, es decir, de los envidiosos.

Y lo que los marxistas denominan «el opio de la religión» o sea, la capacidad para proporcionar felicidad y esperanza a los creyentes bajo diversas circunstancias, no es otra cosa que un ofrecimiento de conceptos que liberan al envidioso de la envidia y al envidiado de su sentimiento de culpabilidad y miedo a los envidiosos. En tanto en cuanto los marxistas reconocieron acertadamente esta función de la religión, tanto más ciegas e ingenuas quedaron sus doctrinas ante el problema de la envidia en toda futura sociedad, lo que debe ser solucionado hoy como antes. Es difícil prever de qué manera aquellas sociedades completamente secularizadas y eventualmente también equiparadas que el socialismo nos ha prometido podrán acabar con el potencial de envidia que resta.

Se conocen más o menos tres mil diferentes culturas, tanto de tribus reducidas, cuanto de civilizaciones complejas. Las repercusiones sociales del sentimiento de la envidia y del temor ante ella, no se encuentran ni aproximadamente en la misma escala entre las diferentes culturas; pero tampoco podemos comprobar una evolución directa que conduzca obligatoriamente desde culturas más envidiosas hacia las menos envidiosas. Para mantener una sociedad en marcha y ver garantizados los más esenciales proceses sociales se necesita, por cierto, un mínimo de envidia entre sus miembros, pero de ninguna manera en gran cantidad. Toda envidia que se manifiesta por encima de este mínimo es un exceso, el cual, si bien de alguna forma puede ser «digerido» en el sistema social, con toda seguridad acarrea más daño que provecho para la posibilidad de desarrollo y para el nivel de vida de esa sociedad.

Acerca del efecto inhibitorio de la envidia sobre la economía, no subsiste ninguna duda: las culturas retrasadas de los actuales países en desarrollo poseen una barrera para la envidia; más una consideración especial para con la envidia del prójimo, la encontramos tanto en culturas ricas como pobres. La frecuencia, orientación e intensidad de la envidia mutua dentro de una sociedad, o la consideración que se tiene para con el envidioso en el «ethos» cultural, muy poco tienen que ver, como es fácil comprobar, con las desigualdades realmente existentes, es decir, con la riqueza o la pobreza de cada uno. Para la diferenciación de los trabajos realizados y para el nivel en el cual una cultura admite acciones socialmente relevantes (o las recompensa), y que motivan un estilo de vida más elevada para la mayoría, son decisivos los huecos que se producen en la red de la envidia, a menudo por casualidad, y que son importantes desde el punto de vista organizativo, económico, político y técnico.

La envidia ya organizada (a veces también en los sádicos controles sociales o en asociaciones secretas subversivas) y el hombre envidioso ponen en peligro a cada grupo y a cada comunidad. Ella amenaza, en un principio, a cualquier individuo sin que éste pueda saber sí el envidioso aguarda en algún lugar la probabilidad para vengarse porque el otro vive mejor que él.

Pero, a causa de esta preocupación comprensible y necesaria por la envidia, casi todos sus observadores y críticos no han advertido qué función irreemplazable y qué papel universal desempeña ella en la vida social. Al hombre envidioso corresponde un papel considerable en dos procesos sociales, opuestos uno al otro: los procesos inhibitorios al servicio de la tradición, los cuales hacen fracasar la modernización, y los procesos destructores de la Revolución. La aparente contradicción desaparece, apenas advertimos que en ambos casos es la envidia la que da motivo para una acción idéntica: por una parte la burla, el sabotaje y la amenazadora alegría del mal ajeno hacia el innovador y, por la otra, la maliciosa envidia llena de odio mediante la cual los revolucionarios pretenden sustituir el orden existente por algo nuevo.

Quien en nombre de la tradición levanta su voz contra la innovación sólo porque no puede soportar el éxito individual del innovador, o quien en nombre del derrocamiento de toda tradición se rebela contra sus defensores y representantes, a menudo es poseído por el mismo motivo fundamental: ambos se enfadan porque los demás tienen, pueden, saben, creen, aprecian e poseen algo que ellos mismos no tienen y ni siquIera pueden imaginarse.

El envidioso amenaza en la historia de la cultura la obra del hombre, por dos veces: en primer término su celosa tradición trata de oponerse a cada nueva creación. Cuando ésta se impone, convirtiéndose en una institución Poderosa, sus beneficiarios fácilmente provocan la envidia de un grupo más joven o menos capaz. De esta manera, la economía privada tuvo que defenderse y evadirse primeramente ante la envidia de los príncipes para luego, al obtener éxito, convertirse en objetivo de críticos muy poco principescos, uniéndose no raras veces la envidia de los aristócratas hacia la moderna economía privada y sus representantes del s. XIX con los intereses de los primeros socialistas.

Pero el poder de la envidia es innato. En cuanto el hombre es un ser que puede meditar sobre su propia existencia, deberá preguntarse también alguna vez «¿Por qué soy yo y no otro?». La pregunta siguiente cae de su peso: «¿Por qué la existencia del otro es tan distinta de la mía?».

La irracionalidad de la envidia, inhibitoria de la cultura de una sociedad, no es superada por bellas ideologías y altruismos, sino casi siempre por un grado más alto de racionalidad, como por ejemplo, mediante el concepto de que más (o algo distinto) para algunos no debe significar menos para otros: esto exige ciertas facultades matemáticas, una visión de gran amplitud y una memoria extraordinaria: una capacidad para comparar no sólo las cosas entre sí, sino también valores muy desiguales entre los hombres.

Cuanto más posible sea el hecho de que en una sociedad cada individuo, como así también los detentadores del poder político, actúen como si no existiera la envidia, tanto más grande será generalmente hablando el progreso económico y el número de las innovaciones. El clima social más adecuado para el pleno y libre desarrollo de las aptitudes creadoras (económicas, científicas, artísticas, etc.) del hombre, se logra allí donde el sistema oficial normativo, las costumbres, la religión, la sabiduría popular y la opinión pública se hallen orientadas todas ellas como si no hubiera que tener ninguna consideración con respecto al envidioso.

PROPIEDAD Y LIBERTAD

« La propiedad privada o un cierto dominio sobre los bienes externos aseguran a cada cual una zona absolutamente necesaria de autonomía personal y familiar y deben ser considerados como una ampliación de la libertad humana....»

Gaudium et spes, (1969)