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Año: 36, Julio 1994 No. 795
N. D. Mary Bali Martinez fue corresponsal acreditada ante El Vaticano de 1973 a 1988, cuando se retiró a su residencia en México. Ha sido columnists de NationaI Review, The American Spectator y de la revista católica The Wanderer. En 1984, publicamos sus primeros comentarios de alerta sobre las actividades del Obispo Ruiz (Ver Tópicos de Actualidad No. 563).
Su último libro, SE SOCABA LA IGLESIA, fue publicado este mes por EDAMEX. Puede obtenerse a través de este Centro.
LA VERDAD SOBRE CHIAPAS
Por Mary Bali Martínez
¿Quién financió la minirrevolución en Chiapas? ¿La CIA? ¿Ross Perot? ¿Los sindicatos estadounidenses? ¿Espías británicos? ¿Narcotraficantes? No. La respuesta es aún más extraña: Los fieles católicos de Alemania.
Michel Algrin, Profesor de Derecho en la Universidad de París, con curiosidad sobre el destino final de millones de francos que sus compatriotas donaban al Comité Católico contra el Hambre y por el Desarrollo (CCHD), inició una investigación de un año de la que se derivó el libro La Subversión Humanitaria, que causó escándalo en Francia.
Disgustado con lo que encontró, Algrin declaró a la revista italiana 30 Giorni:«Yo esperaba sumergirme en aguas cristalinas, pero me hundí en un desagüe. El CCHD le explica a la gente que el dinero se destina a causas caritativas, en el mundo subdesarrollado, mas en realidad se emplea para promover la subversión en todo el mundo».
Algrin descubrió que el CCHD había enviado enormes cantidades de dinero a la Swapo, organización guerrillera opuesta al gobierno de Namibia, así como al Frelimo en Mozambique. al Movimiento Popular de Liberación de Angola (MPLA) y a cinco pequeños grupos que hostigan al gobierno de Violeta Chamorro en Nicaragua.
Descubrió que existen otras 13 organizaciones similares al CCHD, entre ellas la Trocaire de Irlanda; Desarrollo y Paz, en Canadá; Adveniat y Misere, en Alemania. Todas ellas trabajan conjuntamente con una oficina central conocida como CIDSE en la Universidad Jesuita de Lovaina, en Bélgica, y cuyo presupuesto anual es mayor que el de la UNESCO.
Parece que los piadosos católicos alemanes ayudaron a la subversión en México por medio de Adveniat, que envió fondos al Centro de Derechos Humanos Bartolomé de las Casas, en Chiapas, dirigido por el obispo Samuel Ruiz.
El Hecho de que las oficinas de CIDSE se localicen en la diócesis de Maline-Bruselas no me sorprende. Después de 15 años como corresponsal acreditada en el equipo de prensa del Vaticano, he llegado a la conclusión de que mientras Roma continúa administrando la iglesia posconciliar, los jesuitas de Lovaina se hacen cargo de todas las cuestiones referentes a teología e ideología.
Cada vez que ocurría una crisis en alguno de esos campos, los corresponsales éramos llamados a conferencias de prensa para enterarnos de la forma como los teólogos, casi todos ellos jesuitas de la citada universidad belga Lovaina, habían arreglado el asunto. Debemos asumir que ellos estaban a la mano a mediados de los setenta cuando el obispo de San Cristóbal y el obispo Romero de San Salvador, que poco después sería asesinado, fueron llamados a Roma para asegurar e los miembros de Adveniat que sus donativos no se estaban usando para causas subversivas.
En un viaje al sur de México en 1983 fui recibida por el obispo Ruiz. Consciente de la fama de radical que tenía, supuse que mi credencial del Vaticano era lo que lo había puesto en guardia. Solamente hasta ahora, en este turbulento 1994, he descubierto la importancia de 1983 para la subversión en San Cristóbal. Fue en ese año cuando la guerrilla salió de la selva y bajó de las montañas para unirse a políticos profesionales de la extrema izquierda a fin de formar el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). El líder guerrillero que encabezó el ataque a Ocosingo explicó a EXCELSIOR:«Es cierto que surgimos en Tlatelolco en el 68, pero fue en 1983, al unirnos a la guerrilla urbana, cuando pudimos formar el ejército Zapatista».
Cualquiera que fuese la razón, monseñor Ruiz tuvo respuestas parcas a la andanada de preguntas que le hice: ¿Cuántos guatemaltecos están acampando en la frontera? ¿Quién los alimenta? ¿Tiene algo que ver la iglesia? ¿Naciones Unidas? ¿Hay grupos guerrilleros en la región? Si no es así, ¿quién está invadiendo los ranchos y matando a sus dueños?
Después de una hora desalentadora, agradecí a su excelencia y decidí entrevistar al padre Eugenio, sólo para enterarme de que estaba en la cárcel acusado de contrabandear armas a Guatemala. Encontré vacío el seminario local, con la excepción de un hombre de mediana edad vestido con pantalón de mezclilla y camisa informal que insistía en que lo llamara simplemente Javier. Era el rector. En contraste con el cauteloso obispo, Javier despejó en cinco minutos los dos principales enigmas que intrigarían al mundo en 1994: quién inventó el Ejército Zapatista y quién lo financió. Identificándose como el jefe deun equipo de 35 sacerdotes que predicaban la teología de la liberación y se dedicaban a «elevar la conciencia» de los indios, exclamó «¡Los alemanes han sido tan generosos!, gracias a su organización Adveniat pude pasar varios años en una universidad alemana y ahora me están dando una gran ayuda con los refugiados guatemaltecos».
Me mostró el papel sobre el que estaba trabajando; era un panfleto que se imprimiría ahí y después sería enviado a Alemania traducido. Consistía exclusivamente en descripciones de atrocidades cometidas por oficiales y tropas guatemaltecas en contra de los campesinos. A Javier le molestó cuando me sonreí. «¿Por qué no lo cree? supongo que usted cree que se trata de propaganda comunista, ¿o no?».
Por supuesto que sí. Iba en línea con las palabras del corresponsal de The New York Times, Anthony Lewis: «Es práctica común entre los soldados guatemaltecos lanzar al aire a los niños para atravesarlos con sus bayonetas». Desde hace varias décadas que las armas del ejército regular no tienen bayonetas, pues son armas ligeras de asalto tipo Galil. Las mentiras de Javier con toda seguridad harían fluir más dinero de los compadecidos alemanes y asustarían a los refugiados para que no regresaran a su tierra ahora pacificada.
Esa campaña sucia de propaganda, dirigida contra Guatemala (porque había ganado la guerra contra la subversión, al menos hasta ese momento), era muy bien coordinada desde la diócesis de Samuel Ruiz.
Una mujer políglota, originaria de la comunista Alemania Oriental, se encargaba de hablar al mar de reporteros nacionales e internacionales que llegó a Chiapas por la nota de los refugiados. Ella les proporcionó literatura de los horrores al estilo del panfleto de Javier y los condujo en recorridos muy bien planeados a los campamentos de refugiados. Como no quise utilizar sus servicios, tuve grandes dificultades para convencer al encargado de inmigración en Comitán de que telefoneara a la Secretaría de Gobernación en la ciudad de México para que se me diera permiso de visitar los campamentos, pero el agente del ACNUR (Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados) se negó a llevarme a los campamentos con la excusa de que los campesinos estaban quemando sus tierras en los días de mi estancia ahí.
Mientras tanto, el EZIN había nacido, tal como lo explicó su vocero a EXCELISIOR:«Fuimos la guerrilla cuando estábamos en las montañas, sin el apoyo de las comunidades; en los puebIos no nos daban nada. Pero después de hacer un trabajo político en las ciudades, logramos el apoyo de los compañeros y comenzaron a entrar más campesinos a la guerrilla, también maestros y obreros y así formamos el EZLN».
En ese tiempo, estaban particularmente activos en San Cristóbal los «camaradas» del PSUM (Partido Socialista Unificado en México) y del PMT (Partido Mexicano de los Trabajadores), encabezados por José Alvarez Icaza, bien conocido como un activista de extrema izquierda durante el Concilio Vaticano en Roma, y miembro del centro latinoamericano de capacitación en Praga hasta el colapso del comunismo internacional.
En cierta ocasión, tomando café en Tuxtla Gutiérrez con el delegado regional del PMT, le pregunté si su insignia era la hoz y el martillo. «¡Oh, no! ¿No sabe usted que los mexicanos tenemos horror por la hoz y el martillo? Nuestra insignia es azteca». No pude resistir: «¿Pero cuando lleguen al poder?» Rió: «La hoz y el martillo, por supuesto». El PMT es uno de los pequeños partidos que recientemente se aglutinaron bajo el ala del Partido de la Revolución Democrática (PRD), de Cuauhtémoc Cárdenas.
«No nos daban nada», ha sido la queja de todos los ideólogos comunistas que han tratado de reclutar a los indígenas. Líderes revolucionarios de clase media, normalmente estudiantes universitarios o maestros, se topan con la total indiferencia de los indios hacia su mensaje y al parecer no les es de gran ayuda ningún esfuerzo de elevación de conciencia por parte de los jesuitas. Sólo el temor puede producir un cambio, y el temor es introducido por medio de la participación forzada en actos de terrorismo.
Así, en el primer año de la guerrilla zapatista como «ejército», Chiapas sufrió una oleada de terrorismo. Típico de estos casos fue el destino de la pequeña localidad de Simojovel, donde 40 pequeños predios agrícolas productivos fueron invadidos y devastados. Los propietarios tuvieron suerte de poder huir, dejando a su ganado libre y sus cosechas abandonadas. Pero no tuvo tanta suerte la familia Pérez López de Chalchihuitán, cuyos 10 miembros, con edades que iban de los 8 a los 80 años, fueron arrastrados fuera de su casa la noche del 23 de marzo de 1983 para ser descuartizados con machetes y luego ser quemados dentro del rancho.
Margarita Michelena escribió:«En donde Simojovel estaba produciendo café, tabaco, frijoles, maíz en abundancia, ahora casi no hay maíz para hacer tortillas para las pocas personas que quedan....... mientras las autoridades de la diócesis de San Cristóbal dan el siguiente paso en su aclamado cambio de estructuras».
La participación en el terrorismo había dado a los indígenas su bautismo de fuego, tendrían que quedarse y pelear. Mientras tanto, durante los siguientes once años continuaría el flujo constante de marcos alemanes, complementados con fondos obtenidos por medio de secuestros y confiscaciones; los «comandantes» que había entre los refugiados se encargarían del entrenamiento práctico.
Además del equipo de 35 personas encabezado por Javier, estaban los 12 párrocos del obispo, cuatro estadounidenses y uno de Bélgica, todos dedicados «cristomarxistas» dispuestos a prestar sus pequeños templos para reuniones de la guerrilla o para almacenar ahí sus víveres. Si se añade la atmósfera general de tolerancia eclesiástica y civil en Chiapas durante la última década, es claro que el surgimiento de alguna fuerza importante era inevitable. Con su ataque del 1o. de enero de 1994, el EZLN ocupó su lugar junto a las Swapo, Frelimo, el CCHD y muchos otros organismos subversivos bajo la égida del CIDSE de Bruselas, con sus fondos obtenidos de feligreses en muchos países de Europa.
Puesto en su verdadera dimensión, el levantamiento se convierte en un fenómeno local que se pudo haber controlado en dos o tres semanas si el gobierno mexicano hubiese continuado actuando en la forma que comenzó. ¿Y ahora? El Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) pierde mucho en magnitud e importancia una vez que se conocen sus fuentes de ingreso. Debe ser visto como producto del entusiasmo de un obispo entrando en la vejez, por un experimento teológico que la Iglesia Posconciliar abandonó hace una década. La minirrevolución chiapaneca pese a su vínculo con unos cuantos terroristas profesionales y algunos políticos de extrema izquierda adquiere un aspecto patético, más que amenazante.
Sin ser jesuita Samuel Ruiz, ni indígena ni chiapaneco siquiera, al igual que muchos sacerdotes de su generación, buscó refugio en el «cristomarxismo» que los intelectuales jesuitas inventaban para América Latina.
En 1975 escribió el libro La Teología Bíblica de la Liberación, en el que negó el sustento fundamental del cristianismo (católico o protestante), es decir, que la redención es la salvación del pecado, y la reemplazó con la redención como salvación de los dolores terrenales.Escribió largamente sobre Jesucristo como el gran revolucionario, crucificado por razones políticas.
Esta forma de manipular la tradición puede divertir a algunos intelectuales latinoamericanos, pero no a la gente común, que resiente la reducción de su Dios. Por esta razón, como por muchas otras, se oponen a sumarse a la guerrilla. La resistencia férrea es la razón por la que llevó 20 años y varias olas de terror reunir a los cerca de 500 neozapatistas.
En las verdes montañas de Huehuetenango, sobre la frontera con Chiapas, en la aldea primitiva de San Mateo Ixtatán, me enteré de la resistencia heróica por parte de un sacerdote local. Refirió que cuando un bando guerrillero llegó al pueblo y exigió al alcalde que ordenara a los vecinos que los alimentaran y trabajaran para ellos, el viejo cura se rehusó y tuvo que soportar la tortura de ser colgado de la mandíbula durante cuatro horas antes de consentir. «Después de eso, los subversivos se quedaron dos semanas, haciendo esclavos a mis feligreses», contó.
El combatiente guerrillero y poeta Mario Payeras dedicó la mayor parte de su libro Los Días dela Selva a relatar la inútil lucha por enlistar a los campesinos de Petén cuando él y 10 compañeros suyos estudiantes recorrieron el país durante medio año. Hasta su petición de comida se topaba con la palabra maya macá (no hay). Una y otra vez se preguntaban: ¿Por qué esta gente es indiferente a nuestro mensaje? Luego un día, mientras un cafetalero pagaba la planilla a un numeroso grupo de trabajadores, uno de los «camaradas» estudiantes se adelantó y lo mató de un balazo. Otro comenzó a gritar en el dialecto local que la revolución había comenzado y que el pueblo se había levantado, mientras los estudiantes escapaban antes de que el ejército llegara a cercar a los sospechosos. Una unidad guerrillera se había formado.
Fue igual en San Cristóbal. Con sólo los lemas revolucionarios de don Samuel para seguir adelante, lograron pocos progresos con los indios, hasta que éstos fueron introducidos al terrorismo en 1983 a la fuerza, pues el indio mesoamericano no es violento; por el contrario, es pacífico. Así el sentimiento de haber tomado parte en la violencia, aunque fuese involuntariamente, lo ató a la guerrilla por miedo a las autoridades.
Si la resistencia de los indios a su mensaje era desalentador para el EZLN, el respeto de los campesinos por el ejército mexicano debe dolerles más. En la pequeña localidad de Chiantla, en Huehuetenango, encontré a trabajadores reparando la bella fachada del palacio municipal, del siglo XVIII. «Son voluntarios», me dilo el alcalde. «Me asombró un díaver a un grupo de cerca de 100 granjeros marchando enla plaza, con grandes cartelones que rezaban: ¡Viva nuestro ejército! ¡Queremos a nuestro ejército!y algunos de los albañiles entre ellos se quedaron a trabajar en el edificio que los subversivos quemaron».
Cuando varios miles de personas marcharon el pasado marzo, en San Cristóbal, con pancartas similares y pidieron al gobierno permitir que el ejército se quedara en sus comunidades, sus ruegos fueron sin mala intención, pero la vista de la marcha envió un claro mensaje a los neozapatistas. Durante años, a los niños y jóvenes reclutados por el EZLN se les ha dicho que el pueblo estaba de su parte, y que se levantaría y se les uniría. Ahora ven que se les mintió. La nube de banderas blancas les indicó que era tiempo de regresar a casa.
De acuerdo con Payeras, las reglas de la guerrilla exigen la ejecución sumaria de los desertores. Sin embargo, en este año de histeria internacional por los derechos humanos, dejar regados cadáveres por toda la selva no sería «políticamente correcto».
Hay además otro fenómeno. Con la radicalización de los obispos y curas de las montañas, el pueblo católico se ha quedado sin pastores.
Cerca de 25% de la gente de Chiapas se ha convertido al protestantismo; y en Guatemala, donde la «evangelización» por radio es permitida, el porcentaje es mayor. Como católica, este hecho me entristeció, hasta que descubrí la razón es su protesta contra el cristomarxismo de Samuel Ruiz y de los curas rebeldes.
Con el marxismo y los neojesuitas limitando la vida a este lado de la tumba, la gente se volcó a los «misioneros» de California para oír palabras de vida eterna: «cielo», «infierno», «redención» y el «Dios Padre». La prédica que escuchan es anticuada y de estilo bautista, con algunos toques mágicos de los carismáticos. Predicadores nativos están reemplazando rápidamente a los estadounidenses.
En San Cristóbal encontré lo impensable: sacerdotes católicos desempleados. En una Iglesia que ha perdido decenas de miles de sacerdotes desde el Concilio, dos jóvenes están desempleados porque el obispo Ruiz sólo da ministerios a los sacerdotes dispuestos a predicar el marxismo, aunque para ello tenga que traer ilegalmente extranjeros a sus parroquias.
Los neobautistas frecuentemente señalan que la Iglesia que ellos dejaron «permite mucho». El alcohol es el asunto, pero no lo entendí sino hasta que me hablaron de la exitosa campaña de los evangélicos por detener el alcoholismo en los varones.
¿Qué piensan ahora me pregunto de la permisividad católica, cuando ven al representante del Papa aprobando una amnistía para quienes perpetraron un ataque sorpresa a instalaciones militares y mataron a jóvenes indígenas como ellos, tomaron rehenes, dinamitaron puentes, quemaron edificios de gobierno, destruyeron archivos, robaron, incendiaron ranchos, saquearon oficinas gubernamentales y propiedades comerciales?