Año XLIV diciembre de 2004 No. 923

FRANCISCO PÉREZ DE ANTÓN
 
Es economista, ingeniero, escritor y presidente honorario del Grupo Gutiérrez. Ha sido catedrático en la Universidad Francisco Marroquín y miembro de su Consejo Directivo. En 1984 se retira de la vida empresarial y la docencia para dedicarse al periodismo y la literatura, y dos años mas tarde funda el seminario Crónica, cuyo Consejo Editorial preside hasta 1998. Miembro de la Academia Guatemalteca de la Lengua, sus escritos se publican regularmente en una docena de diarios de América Latina.
Esta conferencia la brindó en ocasión de la presentación de la nueva edición de DON QUIJOTE DE LA MANCHA por editorial Alfaguara.

La lección moral de Cervantes

El IV Centenario de la aparición del Quijote ha despertado renovada curiosidad y expectación por una de las más acabadas creaciones de la literatura universal.  Pero que nadie se confunda, el Quijote no es un centenario, el Quijote es ante todo la ética humanista de Miguel de Cervantes.

Hay en la segunda parte del Quijote un diálogo en el cual el ingenioso Hidalgo tiene curiosidad por saber si es cierto que se ha publicado una historia sobre sus famosas aventuras, a lo cual el bachiller Sansón Carrasco, su amigo le responde:
            Es verdad, señor, y tengo para mí que al día de hoy se han impreso más de 12,000 ejemplares de esa historia.  Y si no, díganlo Portugal y Valencia, donde se han impreso. Y aún hay fama que se está imprimiendo en Amberes, y a mí se me hace que no ha de haber nación ni lengua donde no se traduzca.

Estas palabras del bachiller no eran, por supuesto, suyas, sino del propio Cervantes, quien de esta manera expresaba su satisfacción por la rápida celebridad que había alcanzado la primera parte del Quijote, así como la intuición de que su novela habría de sobrevivirle muchos años.  Y estaba en lo cierto.  Desde entonces a la fecha se han impreso alrededor de 100 millones de ejemplares se han hecho mas de 3,000 ediciones y se ha traducido a casi un centenar de lenguas, entre ellas el tibetano, el esperanto y el sánscrito. Hay además una edición en verso y otra, muy divertida, en latín macarrónico, titulada Historia Domini Quijote Manchegui.

Cuatro siglos después de haberse publicado su edición príncipe, en enero de 1605, el Quijote sigue siendo el libro más editado y traducido de la historia, solo superado por la Biblia.  Y si Cervantes levantara la cabeza, no daría crédito a estas cifras más aún le sorprendería que su obra se haya convertido en una de las más acabadas creaciones de la literatura universal.

Resulta por lo tanto un privilegio dar la bienvenida a esta edición popular de lujo,  valga la paradoja, editada con motivo del IV centenario por la Real Academia Española y la Asociación de Academias de la Lengua y publicada por Alfaguara.

En la literatura sin embargo, suele ocurrir que la dimensión de sus criaturas rebasa la de sus creadores.  Es el caso del Conde de Monte Cristo, de Fausto, de Don Juan, de Pinocho o de Moby Dick, mitos universales que han rebasado con mucho la fama de quienes lo imaginaron.  Lo mismo sucede con Don Quijote, un personaje más admirado y conocido que su autor. De allí mi intención de reivindicar en estas líneas la figura de Cervantes y, parafraseando al académico Francisco Rico (quien advertía al presentar esta edición “que nadie se confunda, El Quijote es una novela, no un centenario”), decir “Que nadie se llame a engaño, el Quijote es ante todo y sobre todo la ética humanística de Miguel de Cervantes”.

Una crítica social de su tiempo
 

El número de estudios sobre el Quijote se cuentan por cientos y no hay una sola interpretación del mismo que no haya dado lugar a encendidas polémicas.  Lo cual resulta de lo mas extraño, pues, en el bachillerato nos dijeron que Cervantes había escrito el Quijote con el único propósito de censurar los libros de caballería, cosa que el propio autor se ocupa de repetir numerosas veces en el texto.  Hoy sabemos, sin embargo, que la verdadera razón de Cervantes para escribir su obra maestra no fue estrictamente literaria y que el motivo más probado y demostrable fue criticar la sociedad de su tiempo.

Cuando el Quijote sale a luz, Cervantes ya es un hombre de edad avanzada.  Lleva 20 años sin publicar una sola letra y vive como siempre lo ha hecho, con muchísimas estrecheces. La suya no ha sido precisamente una vida feliz. Ha visitado la cárcel en dos ocasiones: una, cautivo de moros, y la otra de cristianos.  Y ha sido excomulgado otras dos por cobrar a la Iglesia los tributos de los que era recaudador.  Es también mutilado de guerra, ha padecido persecución injusta y, con casi 60 años de edad, no ha tenido éxito como escritor.  Y si a todo esto se le agrega que vive en una sociedad que no es precisamente un dechado de justicia, se comprenderá mejor su estado de ánimo cuando se dispone a escribir el Quijote.

Cervantes tenía, además, sobradas razones para criticar la sociedad española de mediados de siglo XVI y principios del XVII, la España de la Contrarreforma y el concilio de Trento, la de la Inquisición y la intolerancia religiosa, pero sobre todo la España de una cultura fundada en dos supersticiones: la superioridad del católico sobre el musulmán y el judío, y la primacía del aristócrata sobre el hombre común, el artesano y el campesino.

La España de los marginados y las castas

La primera de estas ficciones se basaba en el Estatuto de pureza de sangre, una ordenanza que dividía a las personas en superiores e inferiores conforme a un criterio religioso.

Ser cristiano viejo, es decir, no llevar sangre judía ni morisca, era un especie de certificado de antecedentes penales que habría unas puertas y cerraba otras. En la España tridentina decir pureza de sangre era decir pureza de raza y de fe. Los conversos o los descendientes de conversos no solo eran tenidos por sospechosos, sino por <<infames, inhábiles, incapaces de todo oficio e beneficio público e privado>>, según rezaba una sentencia de la época.  El estatuto daría de comer a multitud de linajistas que espulgaban los registros eclesiásticos (no había registro civil) en busca de los impuros y condicionaría por mucho tiempo la vida de España. 
Y de las Indias, me apresuro a agregar, donde la impureza de sangre no se achacaría solo a judíos y moros, sino también a mestizos y mulatos debido a este racismo de raíces religiosas.  A los mestizos se les consideraba hijos del pecado, y a los mulatos portadores de sangre “infecta”.

La otra superstición que dividía a los hombres en grandes y pequeños era la de tener de sangre azul o, cuando menos azulada lo cual daría lugar a una estratificación social prácticamente impermeable que las páginas del Quijote recogen de manera magistral.

En la grada más alta de esa escala estaba la nobleza, pero no una nobleza ilustrada, emprendedora y respetable, sino otra sumida en el despilfarro, la desidia y la deshonra, como lo demuestran los duques que Cervantes perfila y describe en el Quijote, unos aristócratas que no encuentran mejor manera de divertirse que burlarse cruelmente a costa de un campesino ignorante y de un viejo que está mal de la cabeza.

Más abajo estaban los caballeros, la nobleza sin título y a continuación los hidalgos gente que prefiere pasar hambre a trabajar. De hecho, don Quijote es un hidalgo que se arma a sí mismo caballero, vale decir, que sube sin permiso un escalón, lo que será criticado por quienes le conocen, pues en aquella España estamentaria la gente debía morir en la misma clase social en que nacía.

Muy lejos de los hidalgos  estaban los campesinos, gente ignorante y sumida en la pobreza, el hambre y las calamidades, y de la que es espejo Sancho Panza, la figura por antonomasia del palurdo ibérico, a quien incluso el mismo don Quijote, de condición hidalga, somete a toda suerte de rapapolvos y recriminaciones.

A un lado de estos grupos, es decir, totalmente al margen, estaba la mujer, de quien Cervantes conocía bien la poca estima social que se le guardaba.  Durante su estancia en Valladolid, el autor del Quijote residía en una casa con su esposa, su hija, dos hermanas una sobrina y una criada. Pues bien, debido a un incidente de armas ocurrido frente a su puesta, un magistrado le acuso de mantener allí un prostíbulo y le metió en la cárcel junto con las seis mujeres.

Sin embargo, el estrato más ínfimo de aquella sociedad era el de los marginados por motivos religiosos. Ser converso o descendiente de converso, es decir, ser cristiano nuevo era un estigma que se llevaba de por vida y se transmitía a hijos y nietos. El caso mas dramático seria el de Fray Luis de León, figura cumbre del Siglo de Oro, quien sería acusado de hebraizante y encerrado por seis años en las mazmorras de la Inquisición, no solo por traducir El Cantar de los Cantares en octava rima, sino por tener ascendencia conversa.

La ética del idealista

A la vista de todo ello, la pregunta de rigor sería ¿Dónde, si no en una sociedad así podía surgir un quijote, como diríamos hoy, un hombre que busca justicia donde no la hay, un idealista que se lanza a luchar contra gigantes, malandrines y corruptos, un deshacedor de entuertos y agravios, un valeroso caballero capaz de corregir abusos y de enmendar sinrazones?

Cervantes va a crear este cruzado y a mostrar su lucha contra la injusticia, pero no cargando las tintas, sino aplicando la ironía, la sátira y el humor que es a menudo la forma más inteligente de decir las cosas. No será un hombre normal, no puede serlo, sino un personaje enajenado, pero de altísima jerarquía moral, un hombre capaz de decir en voz alta que “cada quien es hijo de sus obras” (no de la sangre o de un credo), que “no es un hombre mas que otro, si no hace mas que otro”, que la única limpieza en la que cree no es la de la sangre, sino “la limpieza de la virtud y la belleza que encierra la buena fama” y que “la virtud vale por si sola lo que la sangre no vale”.

Un personaje así, por fuerza, no puede ver el mundo como es, sino como debería ser. Es alguien que se atreve a decir y hacer lo que no se atreve nadie. Y la censura se lo va a permitir, porque sencillamente está loco.

Tal es la astucia de que se valdrá Cervantes para ejercer la crítica de su tiempo.  Don Quijote es un enemigo de la realidad, un loco en busca del sueño imposible, pero también un constructor de ideales y de sueños, un ser humano en esencia bondadoso con una desmesurada ansia de justicia y de liberar a una sociedad del encantamiento que padece. Y quien lea hoy su extraordinaria aventura se percatará de inmediato que fueron los libros de caballería la causa principal de haber sido escrita.

A Cervantes le hubieran bastado los seis primeros capítulos de la obra, considerados por muchos en sí misma una mas de sus novelas ejemplares, como sería el caso de El licenciado Vidriera, que es la historia de otro loco. ¿Para que extender la obra a más de mil páginas, sino para llevar a cabo la crítica que se propone? ¿Por qué las puyas a la jerarquía eclesiástica, a las costumbres relajadas del clero y la nobleza? ¿Cuál es la razón de contar el drama del morisco, el de Cardenio, el de Vicente y Leandra y tantos otros? ¿Había necesidad de todo eso, sólo para criticar los libros de caballería?

Una obra de crudo realismo

Es muy probable que no. Por eso, al cumplirse el IV Centenario del Quijote, esta interpretación no literaria del mismo sea acaso la más relevante de todas, debido a que las mismas lacras de ayer parecen seguir vivas en el mundo. Así y todo, el análisis tradicional suele calificar la novela como una obra fantasiosa donde todo lo que sucede en ella es fruto de la imaginación de Cervantes. Y sin duda hay en ella fantasía, y mucha, pero eso no quita que el Quijote sea un texto donde campea el realismo más crudo.

Abundantes estudios e investigaciones han demostrado que la mayoría de los lugares, personajes, situaciones y episodios del Quijote son históricos y reales. Cervantes fantasea si, pero a partir de la vida real, pues, en su obra, vida y literatura van hermanadas. A la edad de 67 años ha perdido la esperanza de enderezar un mundo que no le gusta porque, <<cuando la gente busca justicia, encuentra a los jueces en el monte pasándolo bien>>. Sin embargo, está convencido de que, aun siendo el mismo un hombre derrotado, es posible construir una sociedad mejor a base de fe en Dios (Cervantes era muy católico, aunque no comulgara con los clérigos), generosidad y hombría de bien, virtudes que han depositado en Don Quijote y Sancho y que va a resaltar en las últimas páginas de su obra.

El ingenioso Hidalgo lleva enfermo varios días. Le rodean entorno al lecho su sobrina, Sancho Panza, el bachiller Sansón Carrasco, el barbero y el cura del pueblo. De pronto despierta y descubre que esta curado de su locura. Entonces exclama:

            Bendito sea el poderoso Dios que tanto bien me ha hecho… Tengo ya mi juicio libre y claro, sin las caliginosas sombras de la ignorancia que sobre él pusieron los libros de caballería… Ya no soy don Quijote de la Mancha, sino Alonso Quijano, a quien mis costumbres me dieron renombre de bueno… Y es mi voluntad que de ciertos dineros míos que Sancho Panza tiene, no se le haga cargo de ellos ni se le pida cuenta alguna… Pues si estando loco tuve parte en darle el gobierno de una ínsula, pudiera agora estando cuerdo darle el de un reino, porque la sencillez de su condición y fidelidad de su trato lo merece.

Al oír estas palabras, Sancho se echa a llorar. La barrera que se interpone entre el caballero y el campesino se ha derrumbado. Ahora son solo dos hombres vencidos, en el trance más difícil de uno de ellos.

Entonces, arrasado en lágrimas, pero sin perder el humor con que Cervantes le ha concebido, Sancho contesta así a don Quijote:
            No se muera vuestra merced, sino tome mi consejo, y vivirá muchos años. Porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir sin más ni más… Mire, no sea perezoso, sino levántese de esa cama y vámonos al campo vestidos de pastores… Y si es que se muere de pesar de verse vencido, écheme a mí la culpa… cuanto más que vuestra merced habrá visto en sus libros de caballería que quien es vencido hoy, será vencedor mañana.

Ésta es la sorpresa que Cervantes tenía reservada al lector. Don Quijote se ha vuelto Sancho, un hombre práctico y realista, y Sancho se ha vuelto quijote, un peregrino en busca de la utopía, sin importarle cuantos gigantes, cuantos engaños y cuantas humillaciones lo derroten.

Y este es también, en definitiva, el mensaje moral que nuestro autor expresó a través de sus dos criaturas mas célebres y que hace del Quijote, y del complejo tejido de valores que atesora, una obra imperecedera. La virtud, viene a decir Cervantes, es lo que da sentido a nuestras vidas.
Alcanzar esa meta es posible aún a costa de sinsabores, desalientos y fracasos. Y si en nuestra búsqueda del ideal, llámese esta libertad, paz, justicia o convivencia, salimos hoy vencidos, no importa.

Mañana saldremos vencedores.