La Escuela de Salamanca es, de acuerdo con las últimas investigaciones, la precursora del liberalismo y el capitalismo. Esta escuela, que se desarrolló en el siglo XVI, era ya “libertaria” o “liberal”, aunque tales palabras no empezaron a usarse hasta el siglo XIX. Sobre su historia y su impacto en el desarrollo del capitalismo escribe el autor de este tópico. El padre Angel Roncero Marcos, español nacionalizado en Guatemala, es sacerdote católico y religioso salesiano, doctor en Teología y en Ciencias Sociales, licenciado en Filosofía y en Exégesis Bíblica. Ha fundado varias instituciones universitarias y ha publicado libros y artículos sobre temas religiosos y socioeconómicos.
Muchos han escrito en los últimos setenta años sobre el Siglo de Oro español y en concreto sobre la escuela económica conocida como Escuela de Salamanca. Incluso algunos países que, como Francia y los anglosajones, trataron de ignorar durante siglos las investigaciones de los sabios salmantinos. Expongo aquí algunas ideas personales y algunas reflexiones tomadas de autores hispanos que han estudiado estos temas mucho mejor que yo. Entre ellos están Alejandro Chafuén, Jesús Huerta de Soto y otros.
La civilización occidental, en la que florecieron la libertad y el progreso, tiene en sus inicios una línea muy clara y un eje muy definido: Jerusalén, Atenas, Roma: Jerusalén, judía y cristiana; Atenas y Roma, primero paganas, pero creyentes, y cristianas después. El ateísmo no fue nunca un elemento constitutivo de la Civilización Occidental, de la que brotó el liberalismo para todo el mundo. Desde hace dos mil años, el cristianismo ha sido el verdadero faro de la libertad humana: en la antigüedad, en la Edad Media, en el Renacimiento, en la época moderna y en la actualidad.
La Escuela de Salamanca no podía ser menos. Los filósofos, teólogos, juristas, moralistas y economistas de Salamanca fueron liberales. No utilizaron esta palabra –acuñada, por primera vez en la historia, en las Cortes de Cádiz, a principios del siglo XIX–, pero el contenido de su doctrina era liberal, porque ellos mismos fueron verdaderos libertarios. Tenía que ser así, porque el evangelio cristiano es un evangelio de libertad y de liberación: Dios nos creó libres.
Hay una larga lista de sabios y escritores de la Escuela de Salamanca: dominicos, jesuitas, franciscanos, agustinos, mercedarios, etc. Ellos descubrieron las leyes y principios doctrinales que hoy se consideran elementos constitutivos del liberalismo y del capitalismo democrático. Este sistema sociopolítico y económico de libertad es el único con el que los pueblos pueden salir de la pobreza.
Ahora se preguntarán mis lectores: ¿Por qué un sacerdote anda metido en tales asuntos, mundanos y profanos? En estos tiempos es raro que un sacerdote católico, español, y que además vive en América Latina –concretamente en Guatemala hasta hace poco–, se atreva a defender la bandera de la libertad en el campo económico. Pues precisamente por eso estoy yo metido en estas cosas, con estos grupos de libertarios, tan escasos hoy en el mundo: porque estoy convencido de que defender y difundir la libertad económica es la mejor manera de ayudar a los pobres a salir de la pobreza.
Esta libertad económica –con otros aspectos que la deben acompañar, como el Estado de derecho, por ejemplo– no es solamente la mejor manera, sino el único medio para salir de la pobreza, en el menor tiempo posible.
El liberalismo y el capitalismo son superiores al socialismo no sólo en cuanto a la producción de riqueza para todos, sino especialmente por lo que respecta a la ética y a moralidad. Porque sólo donde hay libertad puede haber ética y moralidad. La libertad es un componente esencial de la ética. Dios no quiere que le amemos como esclavos, sino siempre como personas libres.
Los sabios clérigos de la Escuela de Salamanca eran, ante todo, filósofos, teólogos, moralistas, juristas, jurisconsultos, especialistas del derecho y la jurisprudencia. Pero fueron también muy buenos economistas. Ellos descubrieron los principios fundamentales de la moderna ciencia económica y del libre mercado. Se dieron cuenta de los desastres económicos de familias, empresas y bancos que iban a la quiebra (bancarrota) por decisiones jurídicas y económicas equivocadas y en gran parte por la política imperial (de Carlos V y de Felipe II), que se adueñaba de los ahorros de los depositantes, confiados a cambistas y banqueros. Los hombres de negocios de Sevilla, Lisboa, Barcelona, Amberes, Burgos, Medina del Campo, etc., les preguntaban, los cuestionaban sobre la moralidad de los negocios económicos. Además de sobre temas económicos, reflexionaron y escribieron también sobre los problemas suscitados a raíz del descubrimiento y conquista de América, que ha sido el acontecimiento más importante de la humanidad, después del Cristianismo. Después del 12 de octubre de 1492 todo cambió: empezó un nuevo mundo de oportunidades para toda la humanidad.
Esta magna epopeya del descubrimiento de América tuvo sus inicios en Salamanca. Fue precisamente en el convento salmantino de San Esteban y en sus posesiones cercanas a la ciudad, donde fray Diego de Deza, O.P., hospedó durante un año a Cristóbal Colón, lo apoyó y dispuso las cosas, en el claustro que desde entonces lleva su nombre, para la entrevista con la reina Isabel la Católica, a fin de convencerla de que financiara la magna empresa del navegante. Antes del viaje del descubrimiento, Colón había sido nombrado Gran Almirante de Castilla, cosa impensable si hubiera sido extranjero, como pretenden los italianos.
Entre las numerosas fuentes de que se sirvieron los sabios salmantinos, descuellan la Biblia, Aristóteles, los Padres de la Iglesia –que escribieron en griego y en latín–, Santo Tomás, otros escritores medievales y el nuevo espíritu clásico del Renacimiento, especialmente el italiano.
Pero fue sobre todo su reflexión personal la que llevó a los frailes y a los recién fundados jesuitas a descubrir, por primera vez en la historia, varios de los principios en los que se fundamenta la moderna ciencia económica, el liberalismo y el capitalismo. Esta ciencia, como todos saben, no puede ser sino liberal, pues sólo donde se respeta la libertad de oferta y demanda puede haber verdadero cálculo económico y precios no distorsionados.
La palabra española “liberal”, en su acepción 6, según el Diccionario de la lengua española, de la RAE, traduce la palabra latina liberalis-e y significa no sólo libre, sino, siempre según el mismo diccionario, “partidario de la libertad individual y social en lo político y de la iniciativa privada en lo económico”; en cualquier caso, hace relación directa a la libertad y no es sinónimo de izquierda, como ocurre en el mundo angloamericano.
Liberalismo tanto se refiere a una filosofía de la libertad como a la economía que tiene su base y su desarrollo en la misma. Supone, entre otros, los siguientes elementos: en economía, el sistema de libre mercado, la libre empresa, impuestos relativamente bajos (los necesarios para mantener un Estado de tamaño reducido), con el libre movimiento de pueblos y mercancías por todo el mundo; en política, el Estado de derecho, con la igualdad de todos ante la ley; un Gobierno con poderes limitados; la defensa de los derechos y las libertades individuales; separación de los poderes públicos Legislativo, Ejecutivo y Judicial; democracia en la elección de los gobernantes, quienes, sin poder para violar los derechos de los individuos y de las minorías, reciben de los electores el poder delegado para administrar justicia y defender el cumplimiento de los contratos, la vida, la libertad y la propiedad de los ciudadanos. UN GOBIERNO QUE NO ES CAPAZ DE ADMINISTRAR LA JUSTICIA Y DEFENDER LA VIDA, LA LIBERTAD Y LA PROPIEDAD DE SUS CIUDADANOS, NO MERECE RECIBIR DE ELLOS NI UN SOLO CENTAVO DE IMPUESTOS.
Mucho de todo esto enseñaron los filósofos, teólogos, juristas, moralistas, economistas y politólogos de la Escuela de Salamanca, como reconocieron finalmente Carlos Menger y otros economistas extranjeros. De la numerosa lista de estos ilustres escritores, recordamos los que siguen.
• Diego de Covarrubias y Leyva, obispo de Segovia, (Veterum Collatio Numismatum,1550)
DOMINICOS:
• Francisco de Vitoria(1495-1560), Domingo Soto (1495-1560), Martín de Azpilcueta Navarro (1493-1568), Domingo Báñez (1528-1604), Tomás de Mercado (1500-1575), Francisco García, Pedro de Ledesma, Bartolomé de la Casas, Fray Luis de Granada, etc.
FRANCISCANOS
• Juan de Medina (1490-1546), Luis de Alcalá, Enrique Villalobos, José Anglés, etc.
AGUSTINOS
• Fray Luis de León, Miguel Bartolomé Salón (1538-1620), Pedro de Aragón, Cristóbal de Villalón, Luis Saravia de la Calle Veronense, Felipe de la Cruz, etc.
JESUITAS
• Luis de Molina (1535-1600), Juan de Mariana (1535-1624), Francisco Suárez (1548-1617), Juan de Salas (1553-1612), Leonardo Lessio (1554-1623), Juan de Lugo (1583-1660), Pedro de Oñate (1567-1646), Juan de Matienzo (1520-1579), Antonio de Escobar y Mendoza (1589-1669), etc.
Contrariamente a la doctrina de Martín Lutero, que negaba la libertad de la persona en su libro De servo arbitrio (La voluntad esclava), Salamanca defendió siempre el libre albedrío, la libre voluntad del individuo. Recordamos especialmente al jesuita Luis de Molina y a Juan Ginés Sepúlveda, con su obra De fato et libero arbitrio.
Calvino, con su doctrina de la predestinación, negaba la existencia de la libertad personal en la salvación de cada uno. En cambio, los teólogos de Salamanca y especialmente los jesuitas, afirmaron siempre la libertad del individuo para salvarse o condenarse. También enseñaron la existencia de la libertad del individuo “como principio básico de la vida”, incluso en relación con un asunto tan sensible, entonces y ahora, como la salvación del alma. Era la batalla de la libertad y de la razón, defendida por Salamanca contra el determinismo y el fatalismo irracional de Lutero y Calvino. El derecho, la libertad y la razón fueron defendidos tenazmente por los intelectuales salmantinos. Todo lo contrario de lo dicho por Max Weber, en su tristemente célebre obra La ética protestante y el espíritu del capitalismo. 1
Lo mismo en la praxis que en la teoría política, Salamanca defendió los derechos y la libertad del pueblo contra los abusos de reyes y príncipes. Basta recordar la magna empresa del jesuita Juan de Mariana, con sus obras De Rege et Regis Institutione” (Sobre el rey y la institución real) y De Monetae Mutatione (Sobre la alteración del dinero), así como la Historia general de España, de la que Thomas Jefferson habría dicho que hay que leer este libro para entender qué es la libertad. Juan de Mariana enseñó que, cuando la autoridad tiraniza al pueblo, es lícito matar al tirano. Esto se aplicó en Francia con el asesinato de Enrique III y de Enrique IV. Tal fuerza había cobrado esta tesis que el Gobierno francés mandó quemar en París los libros del eminente jesuita.
Antes que Mariana, el sabio dominico Francisco de Vitoria había escrito, por primera vez en la historia de la humanidad, sobre el derecho internacional y había salido asimismo en defensa de los indios del continente recién descubierto.
Estas doctrinas liberales, defendidas en Salamanca, fueron ignoradas y ocultadas durante doscientos años por los intelectuales franceses y anglosajones, debido a la Leyenda Negra contra España o a otros motivos, pero a finales del siglo XIX y durante el siglo XX economistas españoles y extranjeros se las recordaron al mundo.
Varios de los teólogos salmantinos escribieron libros con el mismo título: por ejemplo, De iustitia et iure (Sobre la justicia y el derecho); otros escribieron sobre cambios, mercaderes, tratos, contratos, intereses y banqueros.
En esas publicaciones, Salamanca defendió la propiedad privada y enseñó la teoría económica del valor subjetivo (aunque no utilizaran esta expresión), los derechos individuales, la teoría de los precios (aunque tampoco utilizaran estas palabras), el libre comercio, el Gobierno con poderes limitados, el derecho del pueblo a decidir sobre los impuestos, la no alteración de la moneda por parte del Gobierno, la limitación del gasto público, la teoría bancaria y el interés.
Sobre el valor del dinero y el nivel de los precios, descubrieron que, cuando el dinero abunda, su poder adquisitivo baja y se refleja en la subida de los precios, como sucedía entonces en España, dadas las abundantes cantidades de oro y plata que llegaban de América.
Acerca de la actividad bancaria y los intereses, hubo diferencias de opinión entre unos y otros, pero todos trataban de salvaguardar, de alguna manera, si bien unos más que otros, el derecho de los depositantes del dinero. En este punto, algunos exigían de los bancos la reserva (el encaje) del 100% de los depósitos; por consiguiente, si los banqueros cumplían este compromiso, no debían pagar ningún interés a los depositantes, sino que éstos debían pagarle a los bancos por custodiarles el dinero y llevarles la contabilidad. Pero tales recomendaciones no fueron tomadas en cuenta por los banqueros. En parte, para poder hacer negocios imprudentes, si no fraudulentos, con dinero ajeno, permitidos lamentablemente por las leyes o permisos municipales o estatales; también para evitar que llegara el poder imperial y les exigiera la entrega de todo lo que tenían en depósito, como en realidad sucedió, causando la quiebra de todos los bancos. La intervención del Estado en los asuntos económicos contra los derechos de los individuos impide siempre la creación de riqueza y conduce a la ruina. Sucedió entonces, en el siglo XVI, y sucede en el siglo XXI, con la crisis económica global. Ésta, en efecto, fue causada no por el capitalismo o por el neoliberalismo, como han dicho tantos, sino por la excesiva intervención estatal, que infló la burbuja, empezando por los Gobiernos de los Estados Unidos y los de Europa Occidental.
En el grupo de escritores salmantinos que exigían de los banqueros la reserva total de los depósitos, descuellan Luis de Saravia de la Calle, con su obra Instrucción de mercaderes, publicada en Medina del Campo (Valladolid) en 1544. Los dominicos Martín de Azpilcueta Navarro, con su comentario resolutorio de cambios (Salamanca, 1556) y Tomás de Mercado, con Suma de tratos y contratos (Sevilla, 1571).
Otros salmantinos concedían que los depositantes cobraran intereses por el dinero entregado a los banqueros, que lo podían negociar o invertir, pero con la condición de suma prudencia, para que no quebraran y pudieran devolverlo cuando sus dueños lo pidieran. Entre otros, eran de esta opinión el dominico Domingo de Soto, con su tratado De iustitia et iure (1556); y especialmente el jesuita Luis de Molina, con sus obras Tratado sobre los cambios (Cuenca, 1597) y Tratado sobre los préstamos y la usura. Parecida era la doctrina de los también jesuitas Juan de Lugo y Leonardo Lessio.
Sobre el porcentaje del interés y la usura, hubo vaivenes y más diferencias de opinión, a veces debidas a las prohibiciones eclesiásticas. Tal vez serían comprensibles o explicables estos errores, si se piensa en la ruina económica y la miseria en que los llamados agiotistas dejaban a personas y familias enteras, cuando les cobraban intereses exorbitantes por los préstamos que éstas les pedían en situaciones de extrema pobreza. Todavía hace unos 30 años había agiotistas en Guatemala: se trataba de prestamistas privados, que cobraban hasta el 200% de interés. Mucha gente perdió su casa y todas sus posesiones por esta clase de préstamos.
¿Qué conclusión podemos sacar de la brillante trayectoria de la Escuela de Salamanca y de la bancarrota de los bancos de Sevilla, debida a la intervención estatal, y también por no seguir los banqueros la doctrina de los mejores juristas y economistas de aquel tiempo? Entonces, como ahora, las causas son parecidas y también la respuesta. Como dijo alguien: “ENTREGAR EL DINERO DE LOS CIUDADANOS AL GOBIERNO ES COMO PONER UN CANARIO DELANTE DE UN GATO CON HAMBRE”.
Angel Roncero Marcos
Salesiano
Salamanca, Convento de San Esteban, 22 de octubre del 2009
Páginas de internet relacionadas:
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